domingo, 29 de julio de 2012

BUSCARSE LA VIDA



Esta semana pongo mi coche rumbo al Saler para visitar a una amiga que pasa allí el mes de julio. Cuando aparco debajo de sus apartamentos me encuentro a una señora corpulenta junto a una furgoneta vendiendo frutas y verduras a voz en grito: “¡Tomate del Perelló, cebolla, calabacín, pepino, pimiento, melón, sandía!”. Con un pequeño peso de balanza atiende a la improvisada clientela que se reúne a su alrededor en busca de algo fresco que llevarse a la boca. Mientras atiende, deslenguada, limpia una ciruela con su delantal y me la ofrece.  “Muerde, a ver si creces” –me suelta cachonda. Yo clavo los dientes en la fruta jugosa y disfruto de ese trueque bajo el sol. Más tarde, ya sobre la arena, una vecina mega pija y estirada nos muestra un bonito capazo que ella misma ha elaborado. Yute trenzado con asas de cuero y forro estampado combinado con un breve ribete que perfila la cesta. “También hago la cartera a juego y zapatillas” –nos comenta. “Lo podéis tener en un par de días” –precisa. A esta señorita, que siempre presume de que sus niños solo comen solomillo, no se le caen los anillos y relata como recuperó una vieja máquina de coser, se fue a un outlet de telas y así, vendiendo sus creaciones, consigue sacarse unas pelas. Lo mismo que mi vecina, fisioterapeuta de profesión y despedida no hace mucho de un centro de rehabilitación. Se mete ahora kilómetros, cargada con la camilla, desde el Mareny a Santa Bárbara, L’Eliana o Monasterios, pasando por chalets y fiestas privadas, ofreciendo su servicio a domicilio, entregada al insigne juego de sacarse las castañas del fuego. “¿Incluyes final feliz?” –le pregunto con malicia. Ella me muestra el dedo corazón y me mira con desazón.
Pensando en el asunto llego a la conclusión de que sólo a mi alrededor, conozco numerosos casos de antiguos asalariados, ahora desterrados del sistema, que han tenido que buscarse la vida con lo que bien saben hacer, o con alguna idea brillante o algo loca que se les pasó por delante. El trabajo más duro tal vez sea asimilar la situación y lanzarse a la piscina con ausencia de flotador. En un mano a mano puro, con el único testigo del aire a nuestro alrededor. Desde reposteros artesanos, informáticos por horas, tutores de macotas o asesores en belleza, hasta manitas, limpia coches, restauradores, planchadores e incluso abrazadores. Todo vale. El ser humano occidental, familiarizado con la vivencia lineal y ajeno por completo a las claves de la supervivencia, se moja las pantorrillas en la marea de la inclemencia. Y si no que se lo digan a Amparo, una amiga psicóloga que vio naufragar su consulta en el barrio de Benimaclet, para meses después ver relanzar su carrera en la vertiente de lo sexual. Lo que empezó como terapia de pareja al uso, ha terminado convertido en un curso en técnicas de alcoba. “Solo me llamaban mujeres” –relata Amparo con fingida mirada obscena.  Y al parecer muchas de ellas interesadas en soltarse la melena.  Así que Amparo les ayuda a explorar su persona y ahondar en los terrenos del placer con asignaturas tan paganas como “pasaje en primera al orgasmo” o “sentirse la reina del mambo”. “La clave está en una misma” –me cuenta comiéndose un plátano. “No hace falta tener pareja para encontrar el nirvana” –afirma. Por ello centra toda su teoría en el propio conocimiento, pues cuando uno domina su propio instrumento, es capaz de convertirse en virtuoso, aunque en su casa le espere un oso. Del yo al todo, en una proyección personal que se podría extrapolar a la coyuntura puntual que ilustro desde el principio.
En el reinado del caos no en sencillo encontrar el camino. Tan lejos y extraños quedan ya los tiempos de bonanza que es inevitable dejarse arrastrar por cierta desesperanza. Les animo a burlar las zozobras del sistema con la breve y sencilla idea de pensar en sí mismo a la edad de seis años. Cuando todo era posible y nada ni nadie podía hacernos daño. Evoque la sonrisa, la energía y los sueños de antaño. Mírese, préstese atención y encuentre la manera de recuperar la ilusión. Es hora de reinventarse. Siempre hay opción. Desde aquí, con toda la intención, decido compartir una importante verdad. ¡¡Siempre le espera otra oportunidad!!.

viernes, 27 de julio de 2012

DEL PECHO AL INFINITO



Reunión a media tarde con madres del curso de natación. Cervezas y vinos blancos ocupan la mesa mientras charlamos alegremente. Olga, como siempre, llega algo tarde. Saluda por encima, se sienta a la mesa y pregunta levantando una ceja: ¿No notáis algo distinto?. El resto la miramos buscando alguna cosa que nos llame la atención. Olga entonces saca pecho poniendo de relieve dos marcas picudas en la zona del sostén. “¿Y eso qué es?” –preguntamos alarmadas. “Pezones artificiales” –revela triunfal. “Lo último, capaces de poner caliente hasta el último esquimal” –añade. Y se saca una prótesis de silicona con un botón puntiagudo, una suerte de huevo frito con hinchador. Asegura Olga que se trata de la señal máxima de seducción, la manifestación más primaria y bestial de que la libido está en aumento, la marca del deseo inocultable común a todas las civilizaciones. El entusiasmo desmedido de mi amiga hace que me replantee mi bagaje en el asunto, pues la mujer, a mi parecer, desde la temprana adolescencia, intenta ocultar como sea dicha protuberancia en pos de cierta vergüenza. Es más, los trucos para disimular el tema como discos de goma, el uso de gasas o el socorrido esparadrapo, circulan en la red y se pasan de boca en boca. “No os lo podéis imaginar, no me quitan los ojos de encima” –asegura Olga convencida. Yo no tengo ninguna duda de que, efectivamente, esa puntual inflamación se convierta en el centro de atención.  Me resulta el capricho de Olga una vuelta a los noventa y lo enlazo con los míticos conos de Madonna que este año ella misma resucita. Vuelve así la sexualidad icónica, armada, el erotismo evidente, para no hacer, me imagino, trabajar a la mente. Cuando todo está enseñado y la sutilidad se desvanece, es el momento de optar por lo directo, lo crudo, en plan terapia de choque, y esperar una vuelta a lo sutil, en una rueda sin fin. Pueden ser esos pitones la señal visible de un regreso a lo sensible. Quizás Olga tomó al pie de la letra la consigna ofrecida por una veterana atleta: “se toca el techo sacando pecho”.

domingo, 22 de julio de 2012

LIBERADAS EN LA PISTA



Muchas tardes las veo pasar rumbo a las pistas de la calle Asturias con sus faldas cortas y sus piernas torneadas empuñando la raqueta. Mujeres de cuarenta y tantos, fuertes y bronceadas, que comparten un hobby común: el paddle. A veces me siento a mirar, en compañía de mis hijos, la exhibición deportiva a través del cristal. Una tarde, al terminar la sesión, una de ellas me hace una seña y se acerca. “¿Qué tal Elena?” –pregunta. “Muy bien Isa.” –respondo a esa conocida vigorosa. “Pues ya ves, jugando un ratillo, a ver si un día te apuntas” –me anima. Y así, tras intercambiar teléfonos y ponernos al día, me cita para una partida. Dos semanas después llego algo tarde con una  raqueta prestada, shorts de algodón y camiseta ancha. “Te retrasas” –me recibe una Isa que de repente, parece desconocida. “Estas son Eva y Paula” ­–presenta a las compañeras. Las tres van equipadas con ajustados conjuntazos de marca que me hacen parecer mari macho. “Hoy serás mi pareja” –me indica. Le damos al peloteo. Aunque corro como una loca, muchas bolas ni las veo. Mientras tanto las chicas charlan en tono divertido y yo me pregunto qué me espera en el partido. Enseguida lo descubro. “Empezamos” –anuncia Isa. “Cubre la pared, intenta no hacer globos y por favor, no subas a la red” –añade. Así que me coloco en posición, pensando que mis antiguos conocimientos de tenis y un par de torneos benéficos me van a servir de algo. De repente Paula saca, la bola pasa disparada junto a mi, que no me muevo del sitio. Isa me mira. “Elena ¿dónde estabas?” –pregunta alucinada. Me esfuerzo por atrapar la segunda, lo hago por los pelos, pero no consigo devolverla. “Chicas, bajad la intensidad, un poco de piedad” –les dice Isa en tono de guasa y me dedica una mirada que casi me abrasa. Fantaseo con marcharme y poner una excusa. Miro entonces a esas gladiadoras de piel brillante y músculos de acero y las imagino, cabreadas, pidiéndome explicaciones. “Tú puedes” –me digo. Así que me entrego a ese juego bestial y consigo mantener el ritmo, a duras penas, en lo que parece una batalla campal. Con el brazo en tensión, golpean la bola como un cañón, trazando líneas invisibles a la velocidad de la luz, corriendo como posesas con el fin de atrapar esas balas letales, rebotando en la pared, flexibles y sudorosas, movidas por un impulso que a mi me parece inhumano. Marcan un breve receso. Yo estoy hecha papilla y me arrastro hasta una silla. “Menuda caña os metéis” –les suelto. “¿De donde sacáis esa fuerza?” –pregunto con el fin de ganar tiempo. “Se llama visualización activa” –me explica Eva. “¿Cómo?” –pregunto sorprendida. “A ver, Paula, ¿qué es lo que más te cabrea?” –presunta Isa a su amiga. “La infidelidad que le pillé a mi marido” –contesta apretando los dedos contra la empuñadura de la raqueta. “De acuerdo, pues el siguiente juego nos centramos en ese pensamiento. En este caso, y como Elena es nueva, lo soltamos en voz alta” –dicta. Así, volvemos a la pista, saca Eva y al golpear la bola enuncia en un grito: “¡Cerdo!”. Isa entonces recibe el disparo al ritmo de “¡Farsante!”, como un rayo Paula golpea de nuevo con un certero “¡Picha floja!”, la pelota me viene de cara, la atajo enérgica y, motivada por la situación, se me escapa un trasnochado “¡Pendón!”. Mi golpe defensivo se eleva en las alturas propiciando una magnífica volea. Paula, con la mirada al rojo vivo, da dos amplios pasos hasta llegar a la red, lleva el brazo hacia su espalda en una postura imposible, y remata, como a cámara lenta, un match fulminante que acompaña con un desgarrado y tajante “¡¡Hijo de putaaa!!”. La bola rebota imparable contra el suelo y salta hasta la calle. Isa me mira satisfecha y me aclara en voz baja: “Los pilló en su apartamento el día de su cumpleaños”. Terminamos el partido, ya sin gritar, motivada cada una por sus propios pensamientos. De vuelta a casa siento el éxtasis que se produce después de la catarsis. Prometo apuntarme otro día, y anoto mentalmente las causas pendientes que merecen ser purgadas a golpe de raqueta.  Entiendo que esas damas ejercitan sus cuerpos con avidez y realizan terapia a la vez, pues la rabia, canalizada en compañía, se convierte en el mejor dopaje y dispara la adrenalina. ¡Larga vida a la camaradería femenina!.

viernes, 20 de julio de 2012

TENTADO POR SU HERMANA



A Jorge siempre le ha puesto caliente su cuñada. Una versión de su mujer ocho años menor, con ojos claros, soltera, callada, amante del cine y la literatura. “Es que encima va de dura” –contaba un día. “Se tumba con su libro, su cara de mala leche y no me dirige la palabra” –relataba. Desde el día en que la conoció, imagina que es de noche y se quedan solos en casa bañándose en la piscina. Entonces Marga, que así se llama, se coloca frente a él, se libera del bañador y sin darle tiempo a pensar, le coge de las manos, las coloca sobre sus senos y le atrapa la cintura con las piernas, dando rienda suelta a cada una de sus apetencias.
Una tarde me llama y lo encuentro exaltado. “Está claro, le gusto, no me ha quitado los ojos de encima” –me cuenta tras volver de un crucero en familia. “¿Estás seguro? –le digo. Pues aunque conozco algún caso de traición, lo normal es que entre hermanas, en pos de la lealtad, se respete la fidelidad. Jorge, convencido de su sensación, después de una cena con invitados, justificando la falta de hielo, aprovecha la oportunidad y se ofrece a acompañar a Marga a la gasolinera más cercana. Ya en el coche, aprovechando la proximidad, posa su mano sobre la de ella que, en cuestión de segundos, le lanza un gancho con el brazo libre que impacta sobre el rostro de él partiéndole el labio en dos. Le habla a continuación: “No me vas a volver a mirar, de hecho no vas a mirar a nadie más en el resto de tu triste vida. Te voy a estar vigilando, cada día. Si detecto la mínima tontería, te juro que con estos dedos te arranco de cuajo los huevos ¿está claro?” –culmina. Jorge asiente aterrado y conduce hasta la casa sin hablar. Allí su mujer lo recibe alarmada por la herida. “No es nada, se ha golpeado, andaba un poco despistado” –explica Marga tranquila.
Desde ese día se siente observado y no ha vuelto a hablar con Marga, que sigue leyendo a su lado, ajena a la excitación que siente Jorge al rememorar el tortazo e imaginarla, a continuación, lamiéndole la sangre y aferrada a su inflamación. 

domingo, 15 de julio de 2012

AZOTES DE VERANO



Todo empieza el día que entro en la librería situada en la Gran Vía cerca de Cánovas y compro “Cincuenta sombras de Grey”, el best seller americano que está causando furor entre mujeres de todo el mundo. Una historia de sexo duro y dominación, con toques de romanticismo, entre una joven estudiante y un guapo y sexy millonario. Pese a que no es un derroche de literatura, la novela engancha, calienta y abre ante el lector todo un universo de posibilidades a explorar en pareja.
La semana siguiente acudo a una fiesta de 40 cumpleaños en una bonita casa de la calle de la Paz. A la hora de comer un nutrido grupo de mujeres de entre treinta y largos y cincuenta nos reunimos, copa de champagne en mano, para festejar con la homenajeada. Damas de cuna, atractivas y con posibles que además, han visto despuntar su carrera profesional. “Tú eres la de las columnas, la experta en parejas” –me rodea un grupito de cuatro nada más llegar. “Bueno, si” –contesto algo parada. No se si me siento muy preparada, pero me alegro de haberme puesto un conjunto de ropa interior en fucsia que me hace sentir peligrosa.
“Pues cuenta, danos truquillos, alguna cosa que anime el tema” –suelta una de ellas. Otras más se acercan, motivadas por la conversación, y yo me encuentro así, a pelo, frente a nueve pares de ojos que esperan alguna revelación. Entonces me acuerdo de la novela. “Hay un libro que os deberíais comprar. Una historia de pareja caliente a tope con juego de amo y sumisa.” –explico. Ansiosas, me acribillan a preguntas. “¿Es algo tipo Emanuelle?” –se interesa una. “¿Ella se queda colgada de él? –lanza otra. “Dicen que gracias a esta historia las madres americanas han recuperado las ganas” –afirmo. Entonces ocurre algo. Una de ellas, delgada, castaña y con aire pausado y conservador, carraspea un segundo y suelta mirando al suelo: “yo hoy he salido sin bragas”. “¡Caray que lanzada!” –exclaman algunas. Un murmullo de aprobación recorre la sala. Y es esta revelación, por obra de la magia del momento, la que sirve de detonante a lo que viene a continuación. Desde un “yo me compré un disfraz” a “a mi nunca me apetece” a “te lo tienes que montar sola” o “a mi el profesor de pilates me mola”, hasta “me va el corsé con tacones”, “mi marido nunca tiene bastante” o “la clave es el lubricante”. Una lluvia de confesiones que emergen de manera espontánea y dan luz a una cuestión que a mi me resulta evidente: tras años de liberación y en el momento en que el sexo parece estar siempre presente, tras el lanzamiento a la piscina de la condición femenina en cuestiones veniales, con la institucionalización del “todo vale” cuando se trata de dar rienda suelta a los instintos animales, a la mujer de hoy le sigue intrigando el romance, la fantasía y la imagen de un maromo de brazos firmes y torso de roca que le suelte con voz profunda: “yo sé como callar esa boca”. Receptora de ese momentazo femenino, el status de narradora me sitúa a la cabeza y, cual maestra de ceremonias, siento la obligación de calmar sus apetitos exaltados y me lanzo con lo que me pasa por la cabeza: “En mi opinión sois unas diosas. La mujer en cierto momento, dejados atrás los vaivenes y tonterías de esa primera juventud, emerge cual cisne blanco e impone su esencia rotunda, meteórica, total, y como una supernova, brilla potente copando la extensión plena del yo. Maestras de lo sutil, bebed y calmad la sed del prójimo con la experiencia y los arrestos que dan los años. Carne embriagadora, belleza desgarradora que mira de frente y se abre en dos para morir de placer y deseo.” –culmino. “Deberías dejar ya el vino” –me recomienda una amiga. El resto me dedica un breve aplauso y a mi, ya lanzada, aún me da tiempo a citar un par de técnicas de alcoba insólitas que hace poco leí en un reportaje, como el cangrejo ruso o la pinza birmana.
Me marcho por la puerta grande. En el Parterre me cruzó por lo menos a un par de señoras con la novela en la mano. Quizás este sea el verano del amor. Me parece detectar en las calles un sutil libertinaje pues, en tiempos convulsos, se acentúan los impulsos e impera la apertura sin fronteras. Coja el látigo con mano dura, azote al tedio, use la imaginación y ¿por qué no? Opte en lo privado por cierta incorreción.