viernes, 31 de agosto de 2012

PASIONES PERRAS



Teresa tiene una perrita de tamaño mediano y raza indefinida llamada “Luna”. Cada día, a última hora, baja al rio a pasearla porque es importante que corra. Como no tiene pareja, esta actividad consigue aplacar su soledad. Un buen día lee una novela mientras la perrita junto a otro perro juguetea. Ella mira al propietario del compañero de juegos, un joven de aspecto agradable, y le sonríe amistosa, dando el visto bueno a la cosa. De repente, el perrillo comienza a montar a “Luna”, que recibe los embistes con la lengua fuera, en plan gamberra. Teresa se levanta y llama cortada a su perra que, lejos de parecer contrariada, continua con mirada desbocada. Entonces mira al dueño. “Tranquilo, no se queda embarazada, está esterilizada.” –le informa apurada. “El mío tampoco es fértil, aun así lo siento, es un poco violento.” –se excusa él. Al final aplacan el asunto y cada uno se marcha consciente de que sus fieles amigos están la mar de calientes. La semana siguiente coinciden junto al Palau de la Música, se saludan brevemente y nada más empezar con el juego, los dos perritos se ponen de nuevo al “dale que te pego”. Esta vez a Teresa le entra la risa y el vecino, relajado, no parecer tener prisa y entablan conversación. Día tras día,  mientras sus mascotas copulan, ya no se sienten mirones y consiguen acercar posiciones. Varios encuentros después, lo invita por la noche a su casa y tras una cena selecta regada con vino a raudales, se enrollan como animales.
Meses más tarde Teresa y el amigo continúan con su romance canino. Ella cada día le agradece a su perro, haberle traído a ese tío, fogoso como un becerro, que la monta con tanta energía que se le queda cara de tonta. Teresa ríe pensando que si todos los perros terminan pareciéndose a sus dueños, su “Luna”, lanzada y valiente, pone de relieve la conclusión más evidente: aunque soltera, formal y comedida, cuando tiene ganas de guerra, le sale su vena más perra.

domingo, 26 de agosto de 2012

MENUDO VERANITO



Las palabras “niños” y “verano” parecen destinadas a enlazar con alegría y gozo en esas jornadas de asueto donde la única obligación es lanzarse a la piscina, comer ensaladilla y pasarlo de maravilla. Pero la realidad es bien distinta cuando esos niños son los tuyos. Y en esto, las madres me darán la razón, pues cuando termina el colegio empieza lo complicado, en una prueba de resistencia donde la única consigna que queda es el “sálvese quién pueda”.
Me encuentro en una playa de Jávea a Luisa, una madre del colegio. Recuerdo, que allá por el mes de junio, en una fiesta infantil, me dijo con convicción: “Qué bonito es estar en familia. Una cosa sé seguro, yo en agosto no me llevo a la canguro.” Dos meses después, la misma madre bebe sangría desparramada en la orilla mientras sus tres hijos juegan en la arena. Aunque no me ha dicho nada, lo cierto es que la encuentro algo atacada. Decido preguntarle amable:“¿Y qué tal las vacaciones?”. A lo que ella me responde directa: “¿Vacaciones? Estoy hasta los cojones”. La miro sorprendida ante la rotunda sinceridad. Entonces ella continua. “Todo el año trabajando, soñando con el sol y la playa. Al final llega el momento y llegamos al apartamento, donde lejos de descansar, me toca limpiar, madrugar, cocinar, ordenar, pelear, castigar y negociar. No me puedo poner ni un biquini, y con este bañador, parezco un jodido leñador. Y esas, mis vecinas, mis compañeras de urbanización, son tan criticonas que si todas abrieran la boca provocarían una enorme erupción. Luego está mi marido, que se pasa todo el día caliente y cada vez que entro en la habitación, me espera con una horrible erección. Y mi suegra, esa dama encantadora enamorada de su hijo, que en el fondo mismo de su ser, no me puede ni ver. Tú con tus bebés, quizás pienses que lo tienes todo organizado. Hazme caso, ni siquiera has empezado.” Se detiene para pegarle un trago a su vaso y yo, cortada, no sé como salir del paso. Veo entonces que sus hijos salpican y lanzan arena a todo el que pasa. “Luisa, los niños, están molestando a la gente.” –le advierto. “Que se jodan. Lo siento, este es mi momento” – contesta tajante.
Un par de días después recibo la llamada de una amiga que ha optado por unos días en familia por la zona de Artana. “¿Todo bien por la montaña?” –me intereso. “¿Estás de coña?” –suelta ella. Y me narra una tétrica secuencia de cenas bajo una parra, picadas de mosquitos, caminatas interminables, niños incorregibles, un río helado, sueño, calor, ibuprofeno y trabajo del bueno. “El año que viene yo ya sé lo que me conviene” –me cuenta. “Tras el cursillo de verano y las dos semanas de campamento me pienso traer a una niñera de cuento, una institutriz con experiencia sobrada de paciencia” –confirma.
Me doy cuenta que el asunto merece de mi atención, pues quizás yo, por mi maternidad reciente, no soy capaz de ver lo evidente: unos años más tarde cuando el marido ya no se implica, la cosa se complica. Si no están los abuelos para echar una mano y pagar una ayuda externa es misión imposible, me parece comprensible que las vacaciones escolares se conviertan en una prueba increíble. Y aunque reserves el hotel de tus sueños en una cala escondida, aunque des con la casa ideal en una pequeña aldea rural, aunque vueles en primera a cualquier capital europea, los niños madrugan, llevan un ritmo de locura y requieren de una atención y unas dosis de energía, que para cuando terminas la jornada, lo más seguro es que te encuentres completamente agotada. Entiendo ahora la noticia de todos los años, esa que anuncia que en el mes de septiembre, tras acabar con el tiempo libre y volver a las obligaciones, muchas relaciones terminan heridas de muerte. Desde aquí les deseo suerte, máxime este año que por problemas de cartera, muchos se han visto obligados a tomar la fresca en la escalera. Si usted vive en familia y a estas alturas todavía conserva la armonía en el campo de lo conyugal, es que no lo ha hecho tan mal. Aguante el sprint final y espere la vuelta a la normalidad donde la mayoría viajamos en el mismo barco, pues en caso de naufragio, siempre nos queda eso tan deportivo del fracaso colectivo. Atentos a la lección: formar una familia es cuestión de elección, pero una vez que la tienes, ya sabes a lo que te atienes. Es entonces cuando se torna clave la organización. 

viernes, 24 de agosto de 2012

ÍNTIMO RESCATE



Sergio tiene diecinueve años y trabaja como socorrista en la piscina de una urbanización de lujo. Cada jornada espera con impaciencia la llegada de una misteriosa mujer de ojos verdes, torso generoso y piernas interminables. Una mañana amanece nublado y la piscina está más vacía que de costumbre. Sergio se prepara para un día lento y tedioso cuando, más tarde de lo habitual, aparece ella sola, se ducha y se lanza al agua fría para hacer unos largos. Al rato se dirige a la escalera para salir y Sergio aparta la mirada, sobrepasado por el momento. De repente, ella emite un gemido. Él mira y la encuentra sentada junto al bordillo, un fino hilo de sangre desciende desde la rodilla. Sergio corre hasta su lado, ella lo mira en silencio y le tiende suavemente la pierna. Él la coge entre sus manos y con el dedo pulgar arrastra la línea roja dejando un camino borroso hasta el principio del muslo. Ella se estremece, comienza a llover. Él se incorpora para ayudarle a levantarse, pasa uno de sus brazos por detrás de su  cuello y la eleva, pasando el otro brazo por debajo de sus rodillas. La conduce hasta la caseta de madera, empuja la puerta con un pie, entran y la deposita sobre la camilla. Su mirada se encuentra con la de ella que tiembla de frio. Él coge una toalla seca y la coloca por encima de sus hombros. Mientras le cura la pequeña herida siente que el pulso se le acelera. Se gira para guardar el material y cuando vuelve la vista la encuentra sentada en la camilla completamente desnuda. Con una mano lo atrae, le besa en los labios y le agarra por el pelo llevando su cabeza hasta su sexo.
Un grito despierta a Sergio que mira a su alrededor, sudoroso, para comprobar con alivio, que nadie en la piscina se ha percatado de su furtiva cabezada ni del calentón que se manifiesta incipiente en su pantalón. El mes de agosto toca a su fin y Sergio se enfrenta a otro otoño de fantasías, virginidad y madres que se comportan sin piedad. Aunque solo sea en sus sueños.

domingo, 19 de agosto de 2012

CIUDAD DESIERTA




La semana que termina vuelvo a la ciudad por espacio de dos días para arreglar unos asuntos. Llego al puerto y la primera sensación es una bofetada de calor, sin previo aviso, que me atrapa húmedo y poderoso para sumirme en un estado de fatiga y aturdimiento. La luz, brillante y dorada, parece proyectada por reflectores profesionales destinados a crear la ilusión óptica de un antiguo videoclip en Abu Dhabi. Esta sensación aumenta cuando tomo la avenida Baleares y la encuentro desierta, sin un solo peatón surcando sus aceras. “¿Pero donde está todo el mundo?” –me pregunto. Pues en esta ocasión muchos, debido a la crisis, anunciaban el rotundo credo: “este año yo me quedo”. En mi barrio la única señal de vida se da en el locutorio, donde los dos propietarios uruguayos beben mate junto a la entrada. “¿Cómo va? –les digo. “Nada” –me contestan. “Aquí no quedó ni Dios.” –confirman. Dejo el coche en el parking y a la salida descubro al agradable conserje trabajando en una avanzada maqueta del Miguelete. “Menudo trabajo” – lo animo. “Gracias. El suyo es el segundo coche que aparca hoy ahí abajo.” –me informa. Al entrar en casa me encuentro con una montaña de publicidad y en la zona de la entrada, los restos de un exterminio: más de diez cucarachas yacen sin vida intoxicadas por las trampas que dejé preparadas. Mi vecina tenía razón. Este año, por falta de presupuesto, han pospuesto la fumigación. Me pego una ducha y me dirijo al centro, donde he quedado para una reunión. Y si, lo confirmo, lo que digo es cierto: ¡¡Colón también se encuentra semi desierto!!. Camino por la acera caliente, un pesado aire me abrasa, me paro en un semáforo y me parece tener un espejismo. Una bruma de polvo parduzca se levanta ante mi. De entre la nebulosa veo surgir una silueta que avanza implacable. Un ser inquietante con vendajes en el rostro y caminar irregular vaga en mi dirección. “¡Zombis!” –me digo aterrada. “La ciudad ha sido tomada por una horda de muertos vivientes que amenazan nuestra integridad” – confirmo antes de disponerme a correr. Entonces escucho una voz: “¡Elena!”. Miro perpleja a la extraña criatura que levanta una mano a modo de saludo. “Soy Bea.” –se identifica. La veo aproximarse con cautela. No me lo puedo creer. Se trata de una antigua compañera de gimnasio con la que coincido a veces en el rio. “¿Qué coño te ha pasado?” –le digo impactada. La siguiente hora la pasamos en una cafetería de Hernán Cortés. Allí me confiesa que ha aprovechado las tres semanas de vacaciones para hacerse un par de retoquitos. “Michelín, papada y patas de gallo” –señala orgullosa los vendajes. “Tres semanas recluida, recuperando, y en septiembre, la reina del mambo.” –ríe contenida. “Vaya tela, tu entonces no tienes problemas de pela” –le suelto curiosa. “Que va, la clínica de estética me da la financiación”. –me informa. Y resulta que no es la única, pues me pasa el nombre de varias señoras, que se encuentran el mes de agosto fuera de circulación, con la excusa de cualquier viaje, cuando la realidad es que se encuentran en proceso de reciclaje. Me despido de mi amiga deseándole una pronta recuperación.
Tras cumplir con mis cuitas busco plan para la noche, pero antes, paso en coche por la Fnac para comprobar que allí, todo sigue igual. Lectores y amantes del cine, ajenos a la piratería, comparten pasillo con fanáticos e inadaptados, esperando lo último en series para comentar en las redes. De camino al italiano, en Conde Altea, las calles me parecen de repente animadas. Por la noche el ambiente es diferente, respiro cierta transgresión, un leve aroma a extrarradio portuario, como en una ciudad sin ley, en un receso del invierno, sin vigilancia, donde imperan las bajas pulsiones y se levanta la veda para todo el que se queda. Al día siguiente me vuelvo a marchar y me llevo la sensación inquietante de que allí está ocurriendo algo interesante. A mi vuelta prometo investigar lo ocurrido, pues lejos de resultar aburrido, me parece estimulante. Cuando el gato no está, los ratones bailan. Y más allá de viajes, dinero, grandes gestas sexuales o el lugar donde uno viva, lo importante es tener una correcta perspectiva.

viernes, 17 de agosto de 2012

GOZO CENTRIFUGADO



A la señora Martínez nunca se le pasó por la cabeza que pudiera encontrar el placer de una manera desconcertante. Tras casi veinticinco años de matrimonio y con tres hijos mayores, su vida sexual se limitaba a escasos encuentros puntuales tras algunas ocasiones especiales. Con llegada del verano deciden alquilar un apartamento en Las Marinas de Denia. A su llegada lo encuentra sencillo y un tanto envejecido pero no le importa, pues está a pie de playa. La segunda noche está trajinando en la cocina cuando recibe la llamada de una amiga. Distraía habla al móvil apoyada en la lavadora cuando a los pocos minutos, se inicia el centrifugado. Tras el sobresalto inicial y las risas oportunas, termina la conversación y cae en la cuenta de que el constante meneo del desvencijado aparato, ha despertado dentro de ella un breve chispazo de gozo, una suerte de corriente eléctrica que ha recorrido su cuerpo desde las bragas hasta la punta de los pies en cuestión de segundos. Curiosa, la noche siguiente se sienta sobre la máquina y espera el momento que llega gradual y constante. La señora Martínez aprieta entonces las piernas y se aferra al aparato con ambas manos para alcanzar un clímax profundo y poderoso surgido de las mismas entrañas de su propia feminidad, tantos años latente y ahora avivada por el terreno de lo doméstico por obra y gracia de un rudo electrodoméstico. Noche tras noche espera su momento impaciente hasta el punto de que, gracias a unas velas y una copa de vino, termina convertido en ritual. A su marido, no le pasa inadvertido el cambio producido y a los pocos días, la busca por la casa hechizado, intuyendo quizás esa excitación vigorosa en la sensualidad de su esposa. El resto del verano la dama se debe repartir entre la acción renovada de su alcoba y el placer consumado hallado junto a la intimidad de la vieja lavadora. Pues es bien sabido que la mujer colmada se siente dichosa, bien sea por obra del acto físico, bien por la intervención de la oportuna imaginación.

domingo, 12 de agosto de 2012

TRAVESÍA RUMBO A IBIZA



Sábado de agosto, ferry Valencia-Ibiza de las dos de la tarde. Calor, gentío y el bullicio propio de inicio de las vacaciones.  Transcurre un largo rato entre checking, entrada del coche y subida al barco para sentirlo zarpar, con media hora de retraso, rumbo a las pitiusas. Al instante me arrepiento de haberme acomodado junto a una pequeña zona acotada, destinada al desfogue de los más pequeños. Provistos de un tobogán de colores y una sillas diminutas de cara a un televisor, los niños del barco hacen el bestia y gritan a su antojo a escasos dos metros de mi asiento. Aunque yo también tengo hijos y sé que se trata de comportamientos normales, afloran en mi fuertes instintos criminales.
Decido caminar y tomo el pasillo enmoquetado rumbo a popa. En uno de los ventanales una pareja, él abogado, ella estilosa periodista, discute contenida. “¿Qué cara he puesto? Estás loco, de verdad. Llevaba dos años sin verlo, es pura casualidad.” –explica ella apurada. El parece que la quiera matar, me imagino que hablan de algún ex con el que se acaban de cruzar. Paso de largo, de la zona de los baños me llega un leve olor a vomitado. Se abre de golpe la puerta del de mujeres y emerge una dama, alto cargo de Consellería, con la cara del color de la cera, el vestido arrugado y la melena revuelta. Apoyada en la puerta, lucha contra el mareo y camina con un curioso tambaleo, debido a una indisposición, que haría las delicias de más de uno de la oposición. Localizo una puerta al exterior, paso por ella y una vez superada la nube de humo que rodea a los fumadores, doy con un grupo de tatuados, libres de camiseta, que beben cerveza y ligan con dos chicas altísimas y musculadas. Intercaladas con el sonido del oleaje oigo frases sueltas: “esta noche la rompemos en el Space”, “una amiga relaciones igual nos pasa al vip de la Flower Power”. A mis pies un pobre bulldog con correa de tachuelas y piel fucsia, propiedad de una de ellas, me mira mareado e intuyo que algo abrumado por los días que le esperan. Casi leo sus pensamientos: “otra semana más cagando en la terraza del apartamento…”. Entro y voy a mi asiento donde mi hijo, ya despierto, exige explorar el barco. “Ya estoy harto” –suelta impaciente. “Pues todavía quedan tres horas” –le explico. Pero el ya corre por un lateral directo a la cafetería. Allí doy con la pareja del principio que sigue con la discusión. “Le has puesto ojitos, te conozco muy bien. Desde el principio me di cuenta que sigues colada por él” – la acusa mezquino. Ella mira la barra. “Yo te juro que no es cierto, ¿qué quieres que haga?” –pregunta desesperada. En el otro extremo, la dama del mareo, apoyada sobre un codo, sujeta una manzanilla con mano temblorosa y observa el infinito con  mirada piadosa. “¿Y esto siempre se mueve tanto?” –le pregunta al camarero. “Lo de hoy no es nada, quizás sea sugestión. ¿Le pongo algo mejor que la infusión?” –pregunta atento. La dama asiente con un gesto. En unas de las mesas, una señora del Club de Golf Escorpión, que acaba de protagonizar una sonada separación, viaja junto a un varón, algo más joven de ella, al que mira embelesada mientras comparten botella de vino.
Consigo retener a mi hijo, por el espacio de veinte minutos, junto a uno de los ventanales. “Tengo pipi” –me anuncia al fin. Deshacemos el camino andado y entramos en un baño de olor agrio y luz de neón. Allí doy con un váter presentable y le siento. En uno de los lavabos la periodista del novio celoso habla por el móvil de cara al espejo “este tío es insoportable, si sigue así le dejo”. De uno de los compartimentos emerge la dama del golf con su nueva adquisición, ambos sonrosados y algo ajados. Lejos de poner cara de apuro, al pasar, ella le pega un pellizco en el culo. Salgo, superada ante tanta información. En la barra continua la dama que ahora, más recuperada, apura un gin-tonic en compañía de las chicas del perrito. “Ya me diréis la dirección, quizás aprovecho el viaje y me hago un tatuaje” –les suelta lanzada. Yo vuelvo a mi asiento. Por megafonía indican que la llegada se retrasará una hora. Cierro los ojos y me imagino tumbada en la playa, ajena a toda suerte de vaivenes terrenales. Me relajo intentando disfrutar del momento y pasar a positivo el torrente de sensaciones. ¿O acaso no tratan justo de eso las vacaciones?. 

viernes, 10 de agosto de 2012

LOLITA Y EL CAZADOR



Cuento hoy un suceso reciente ocurrido en una magnífica finca campestre de la zona de Onteniente, donde pasa los días estivales una familia de bien, de apellido conocido en los círculos empresariales de la ciudad. A principios de julio organizan una cena donde invitan a matrimonios y conocidos del lugar. A eso de las tres de la madrugada deciden los que quedan, de modo espontáneo, trasladar la fiesta a la piscina. Con la música de fondo y alguna copa de más, los más atrevidos chapotean en ropa interior de marca protegidos por la impunidad del verano loco. Una media hora después, en el fragor de la jarana, coinciden en la entrada de los vestuarios uno de los invitados, hombre casado de cincuenta y tantos, brillante consorte de una mujer con posibles, y la hija del anfitrión, joven lanzada de veintiuno con ganas de ver mundo y tendencia a lo inconsciente. Tras unas risas nerviosas, con el pelo empapado y el cuerpo semi-cubierto por una breve toalla, él la arrincona en la pared con instinto depredador y ella, inspirada por la reciente lectura de la Lolita de Nabokov, le coge de la mano y lo lleva hasta la caseta del guardés, donde sentados en una banqueta, se enroscan en un beso frenético y desbocado. En esas, la anfitriona, dama elegante con amplias facultades sociales, descubre a la pareja en plena gesta en un paseo por el jardín. Rápida y discreta, manda a su hija a la habitación y le dedica una mirada al señor pendón, que se pone el calzoncillo y vuelve con los demás haciéndose el distraído. Un par de semanas después la niña estudia en Suiza seis semanas de refuerzo destinadas a completar su paso por la facultad. El varón, algo cohibido, se corta ahora en las reuniones sabedor de que la clave su vida acomodada, pasa por mantener la bragueta controlada. Y eso que su mujer, y es algo que él ha asumido, recibe cada semana los cuidados de un masajista cuyo físico y predisposición saltan a la vista. Pero por triste y duro que resulte la siguiente verdad, en estos casos, quién tiene la pasta suele gozar de toda la impunidad.

domingo, 5 de agosto de 2012

MACHOS DOMESTICADOS



Salgo el pasado jueves a tomar una copa. En el local, situado en Conde Altea, me encuentro con dos antiguas compañeras de universidad acomodadas junto a la barra. “¿Qué tal?” –les pregunto cuando voy a pedir. En cosa de cinco minutos nos ponemos al día. Las dos están casadas y son madres de familia. El marido de una está en el paro, el otro de vacaciones y las dos trabajan en la ciudad. “Los mandamos a la playa con los niños”- me explican, y entonces confirmo que ambas arrastran una melopea considerable. Tras el encuentro me sitúo en una zona de asientos desde la que tengo buena perspectiva de las peripecias de las amigas, que beben chupitos junto a un grupo de veinteañeros que gravita a su alrededor. Al rato me dirijo al cuarto de baño y allí las encuentro partidas de la risa mientras se pintan los labios de rojo chillón. Me confiesan que llevan en danza desde las tres de la tarde. “Hemos quedado a comer y nos hemos bebido dos botella de vino, y luego un mojito, y otro….y hasta ahora”- añaden. Me cuentan que el día anterior decidieron improvisar una fiestecilla en casa de una de ellas. Una de las invitadas se presentó con dos amigos extranjeros y un par de compañeros de trabajo se apuntaron a la reunión, que terminó convertida en una jarana en toda regla. Los vecinos llamaron a la policía y la cama de la dueña terminó ocupada por un interiorista alemán y la secretaria de su despacho.
Sólo unos días después, tras una cena en la Alameda, quedo con mi marido que está con un amigo, también casado y trabajando sólo en la ciudad. Encuentro a éste bronceado, algo arrebatado y pendiente del móvil en extremo. Sospecho enseguida que quizás tiene un affaire estival y que así, vía mensaje, calienta el asunto hasta encontrarse con la pajarita de turno. Algo molesta, le doy conversación intentando captar su atención, pero resulta del todo imposible. En un momento se excusa y sale del local para atender una llamada. “Este tío es un sinvergüenza” –le digo a mi marido. Y expongo mi opinión sin darle oportunidad a contrastar la versión. El otro vuelve a la mesa con cara de agobio. “¿Va todo bien?” –le pregunto con segundas. Entonces me muestra el móvil donde tiene abierto el whatsapp. “Es mi mujer, me tiene frito con sus encarguitos” –confiesa. En la pantalla se puede leer un mensaje interminable: “Trae las servilletas del mantel azul, el juego de sábanas de la cama pequeña, las cápsulas de Nespresso (Livanto y Capriccio), el neopreno de Javi, mi champú rosa del baño, las películas del cajón de la salita, calcetines de deporte para Paulita, el cargador de repuesto de la Nintendo, mi perfume de Hermès…¡ah! y las revistas del mes”. Termino de leer y me siento mal de inmediato, pues si pensaba que este pobre mentía, ahora me doy cuenta de que su mujer lo toma por una empresa de mensajería. “Esto es sólo lo de hoy” –me informa. “Ayer estuve encargando los uniformes escolares y los libros de texto. Luego me fui al club de tenis y los matriculé en las extraescolares” –me cuenta. “Le dije de ir mañana, pero me pide que mejor el sábado, y así recojo a su madre que llega de un crucero por el Mediterráneo” –concluye lacónico. Me entero de que la esposa descansa en Moraira, en compañía de los niños, de la chica de servicio y sus amigas del paddle. “Ella sí que sabe” –le digo en tono de guasa. Pero él se tiene que marchar, pues al día siguiente a las siete llega a su casa pulidor del parqué. Me sabe fatal, pero encuentro que su mujer es una profesional que sabe como sacarle el partido a su entregado marido.
En igualdad de condiciones, la mujer, por diversas razones, y al margen de su propensión, sabe mejor como disfrutar de la ocasión. El despiporre femenino pasa por gin-tonics a media tarde, pedicuras semanales, salir a ritmo frenético y en casos puntuales, algún coqueteo cibernético. En cambio ellos, en apariencia más osados, se suelen quedar rezagados en la soledad del hogar. Porque los tiempos están cambiando y el macho, domesticado, ha cambiado el salir de caza por tomar capuchino a la taza, en una masculinidad acotada exenta de picaresca. Señoras, atención a este dato, pues el macho puede encontrarse en peligro de extinción. Levanten el veto en pos de una vuelta al hombre inquieto, pues su supuesto libertinaje se queda, la gran mayoría de las veces, en “mucho ruido y pocas nueces”.

viernes, 3 de agosto de 2012

HORMONAS EN CALIENTE



Lorena es bastante pudorosa y celosa de su vida privada. Está casada, tiene dos hijos adolescentes y disfruta de una existencia tranquila en plena mediana edad. Un día, por un problema de alergia, le dice el ginecólogo que descanse de la píldora un par de meses. Como sustitutivo, le recomienda el preservativo. Así que entra en la farmacia del barrio y pide recatada una caja. El farmacéutico, joven agradable de físico aceptable, le sorprende con un: “Déjeme que adivine,  sabor frambuesa sensación total. Caja de doce.” Lorena se queda a cuadros. Pero pronto descubre en secreto que le gusta parecer lanzada, juguetona. “Exacto, mejor me llevo dos” –confirma con sonrisa osada. Unos días después entra a por aspirina y le atiende el chico de nuevo. Cuando lo tiene delante le suelta segura: “Póngame también un bote de lubricante”. El farmacéutico le saca un par y le explica cómplice: “Este es el adecuado si quiere suavizar la fricción. Si busca mejorar la penetración, esta sería la opción. También lo tengo con textura y otros que aumentan la temperatura.” Lorena, que se siente en la piel de una experta, elige sin dilación. “Efecto calor” –le pide. Cuando el joven se dispone a girarse para buscar el producto, ella le coge la mano. “¿Lo tiene sin calorías?” –pregunta directa. El le dirige una mirada profunda y se pierde en el almacén. Al poco vuelve con la loción y le entrega un folleto que Lorena guarda en el acto, segura de que en él está escrito su teléfono de contacto. Ya en la calle lo saca ansiosa pensando que quizás el juego ha llegado demasiado lejos. Al leerlo se queda de una pieza: “Menopausia: la revolución de las hormonas que empieza”.
Desde ese día cuando entra a la farmacia pasa de los condones y se hincha a comprar paquetes de compresas y cajas de tampones. Y en su mente un pensamiento se hace fuerte: cada vez que piensa en el chico le desea la pena de  muerte.