viernes, 28 de diciembre de 2012

HIGOS, PASAS Y NUECES



El poder de la imaginación y los dobles entendidos pueden convertir un momento muy normal en algo de lo más entretenido. Me encuentro recostada en el sofá tras la comida de Navidad. En la mesa contigua prima y cuñada departen junto al resto disfrutando del champagne, los turrones y la agradable familia. En un momento dado y cuando estoy dispuesta a entregarme a la inminente siesta, llega hasta mis oídos la siguiente conversación: “A mi me encanta la combinación, tienes que abrir así el higo, separas las dos partes con los dedos, introduces la nuez en la zona más jugosa y te lo metes todo en la boca” –comenta una. Yo, que estoy medio traspuesta, no puedo evitar evocar el símil mental de connotación sensual. Ellas siguen. “Pásame otra a mi ¿no sabes cascarla con las manos? Mira, la coges con fuerza y la aprietas así” –dice la otra. “Ahora moja la punta del dátil en azúcar y lo chupas de arriba a abajo” – replica la primera de nuevo. “¿Habéis probado a ponerle nata? Yo he llegado a hacerles un agujerito, rellenarlos con el pitorro y comérmelos enteros, notando la explosión en la lengua” – comenta una tercera. Ellas ríen desinhibidas y oigo discurrir el champagne en los vasos de fino cristal. Entonces cierro los ojos y visualizo el momento, las tres recostadas en una suerte de terma romana, liberadas de ropa, llevándose a la boca dátiles, nueces, higos y pasas, mientras un fornido esclavo humedece sus cuerpos con agua tibia y aceites en una bacanal gastro sensorial cuyo único final pasa por el contacto carnal entre esas damas caprichosas, lujuriosas, desbocadas. “Estoy piripi” –comenta una de repente, cortando de cuajo la fantasía que tengo en mente. Me obligo a mirar la escena que no tiene nada de obscena, la veo levantarse de la silla a duras penas mientras las otras picotean frutos secos de la bandeja. Comienzan a hablar del tiempo, del mantel, de las manchas de vino, y yo me recuesto de nuevo, ya sin escuchar, reconfortada por la apacible tranquilidad del hogar.

domingo, 23 de diciembre de 2012

COMBINADOS COMPLICADOS.



Hoy quiero hablar de un tema que despierta mi atención cada noche que salgo. “La cultura del gin tonic”, le podríamos llamar, una suerte de pasión por el combinado, una tendencia, una afición, una moda que por diversos motivos hace tiempo que a mi me jode y me incomoda. Me explico. Yo, que vi nacer el botellón y crecí con la sensación de que el privar no era más que el escalón para adentrarte en una noche de fiesta, acostumbrada al vaso de tubo, los hielos de congelador y los chupitos de “peché”, ese licor dulzón y espantoso con el que el dueño del garito de turno se ponía generoso. Amiga del vaso de plástico, de la copa aguada y la mezcla desventada, me encuentro que al hacerme mayor la cosa se pone seria, y decido asumir con gusto el paso de la cantidad a la calidad metiéndome de lleno en las costumbres propias de mi edad. Así comienzo a practicar el “tomar una copa” en agradable compañía y animada conversación sentados alrededor de una mesa por la zona de la Gran Vía, el Carmen o la Alameda. Pero como todo tiene una evolución, un camino sin retorno hacia la sofisticación, el tema del privaje no iba a ser menos y ha centrado toda su artillería en el mundo de la coctelería. Parece que ahora para preparar un gin tonic haya que haber estudiado ingeniería, algún curso de decoración y la carrera de psicología. Teoría que confirmo la otra noche en un local de Conde Altea. Al acercarse el camarero nos hace entrega de una extensa carta de varias páginas donde en letra minúscula están escritos por las dos caras los nombres de cientos de marcas. Dejando el whisky, el ron y el vodka a un lado, bebidas donde esta nueva corriente todavía no se ha cebado, me doy cuenta de que la mayor parte del espacio está enfocado a la ginebra, que aparece ordenada por distintos apartados: sudafricanas, francesas, holandesas, escocesas, japonesas, portuguesas, alemanas, nacionales, afrutadas, secas, cítricas, dulces, amargas o florales. No entiendo como espera que vayamos a pedir si es casi imposible decidir. La cosa no queda ahí, también hay que escoger la tónica entre, y puedo especificarlo porque las conté, treinta y ocho marcas distintas. Me siento abrumada mirando la lista. Entonces vuelve el atento camarero que harto de esperar, nos ayuda en este parto particular que es escoger nuestra copa. Cuando al final conseguimos decidir viene lo mejor, el complemento, aquello que por simbiosis y correlación, va a potenciar el líquido elemento. Limón, lima, naranja, pomelo, kiwi, fresas, rosas, violetas, café, enebro, hierbas, regaliz, canela, chufas, arándanos, moras, comino y decenas de ingredientes que yo no soy capaz de asimilar. “Esa ginebra que usted ha pedido acompaña muy bien con pepino” –me dice el barman en tono experto. “Gracias, pero prefiero solo el limón” –contesto. “No va a poder ser, romperíamos el sabor, le pongo solo un poco y algo de enebro para dar un toque de color” –afirma. “Pues póngame lima mejor, no soporto el pepino” –insisto. “En ese caso mejor cambiamos la ginebra, ¿le traigo de nuevo la carta?” ­­– pregunta. “No, de verdad, no hace falta” –le digo. El continua de pie, mirando con impaciencia, poniendo de relieve mi ignorancia. “¿Me deja que elija yo? Creo que ya le he cogido el punto” –pregunta con condescendencia. Entonces pongo mis ojos en él y le digo sin ninguna clase de efusión: “Quiero la ginebra más barata con hielos, tónica y limón. Y por favor, me la pone en un vaso de tubo”. Enseguida noto que le he dado un golpe bajo, que he degradado su trabajo del estatus de creativo empirista a la vulgar faena de poner cubatas en una verbena.
Al rato vuelve con tres copas floridas y mi tubo ofensivo, al cual, y me imagino que para ponerme en evidencia, le ha colocado una sombrilla, dos pajitas de colores y unos hielos especiales que producen cierta efervescencia. Yo hago que me da igual y la cojo como si fuera lo más normal.
Desde ese día cada vez que voy a pedir aclaro lo del tema del pepino e intento simplificar, pues no entiendo lo de tener que negociar. Es cierto que el gusto por los detalles y la experiencia conducen directamente a la excelencia, pero la cosa ha llegado a un punto en el que pierdo la paciencia. Encontremos el equilibrio, un buen vaso de cristal, hielo profesional y algo de corteza. A mi todo lo demás, me da muchísima pereza.  

viernes, 21 de diciembre de 2012

UN ATENTO VIUDO PINTÓN





“El señor les invita a una copa” –nos anuncia el camarero de un añejo bar de la Gran Vía. Poco acostumbradas a estos homenajes, pensamos que se trata de una intervención divina. “¿Perdone?” –contestamos extrañadas. “Aquel caballero, el de la mesa del fondo, les pide que acepten su invitación” –nos aclara señalando dos copas de vino que sostiene en la bandeja. Mi amiga y yo nos vemos sorprendidas ante la inusual proposición y con una sonrisa cordial aceptamos. El que agasaja es un varón con buena facha sentado al final de la barra que debe de rondar los setenta. Al poco se levanta para marcharse y al pasar junto a nosotras se despide: “Las he visto tan bonitas que no he podido controlar mi osadía. Espero verlas otro día”.
Una semana después nos encontramos en las mismas cuando el señor generoso se acerca de nuevo y tras un “buenas noches, ¿me permiten?”, se sienta a nuestra mesa y lo que primero parece una intromisión, acaba siendo un ligoteo contenido y divertido salpicado con anécdotas entretenidas sobre unas milicias en Mallorca, safaris en la sabana, riads en Marrakech, el tenis y los golpes de efecto, el Martini perfecto y toda una serie de vivencias contadas con tanta gracia y pasión por este viudo pintón, que durante un par horas consigue que nos olvidemos de la situación. Al descubrir que ambas estamos comprometidas, inicia una elegante retirada dejándonos con la sensación de haber presenciado algo inusual, un cortejo profesional de manos de un experto caballero. Obviando el tema generacional, me pregunto si pensaba rematar, lo cual me resulta inspirador y me refuerza en la idea de que todo es posible, y más cuando se trata del amor. A los jóvenes les diré que tomen nota de esto, pues aunque al final el objetivo sea el mismo, siempre resulta entretenido ver a un hombre hacerse el distraído mientras despliega su plumaje colorido y saca pecho, aceptando el hecho de que en su vida quién gobierna es la entrepierna.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EL WHATSAPP QUE TE PARIÓ




Confieso ahora que el whatsapp, esa mensajería instantánea para móviles que se ha impuesto en nuestras vidas, me tiene hasta las narices. Y no tanto por el hecho de que en cualquier momento, hora o lugar, cualquier amigo que te quiera contactar lo haga, en muchos casos para nada, y te tenga enredado unos minutos con frases cortas del absurdo plagadas de exclamaciones, contracciones y suspensivos. Lo que de verdad me cabrea es esa modalidad llamada “grupo” donde alguien decide incluirte junto a otros en una cadena colectiva de mensajes consecutivos. Yo ahora mismo estoy en varios a los que sus creadoras han dotado de nombres tales como “madres cole”, “madres guarde”, “señorita pepis”, “cena de salidas” o “cumple Sara”. Cada uno de ellos tiene un motivo concreto y en todos participamos una media de diez mujeres con la excusa de comentar, precisar y ultimar el plan de turno. “El viernes a las seis en el parque de Antiguo Reino” –proponen en “madres cole”. “Shakira está mega choni” –opinan las pepis. “La flauta se compra en la tienda de Baleares” –avisan en “madres guarde”. “Que alguien me busque un novio, no mojo ni a la de tres” –demanda una dama “salida”. Y así en una lluvia constante de preguntas, sugerencias, opiniones, propuestas y recordatorios que recibes como un goteo y que una media de treinta veces al día, te distrae de las obligaciones. Si lo pones en silencio el aparatito no deja de saltar sobre la mesa y aunque anules la vibración, se ilumina su pantalla escandalosa. Tampoco es buena idea dejarlo del revés pues hagas lo que hagas, terminará captando tu interés. Al final los mensajes se acumulan en la pantalla por orden de llegada con frenesí, formado entre ellos un extraño popurrí que podría sonar así: “Jajajaja” “Ya he pillado los rellenos”, “Las alas las venden en Flepy”, “¿Alguna va a querer lotería?”, “Lo de mi suegra es muy fuerte”, “Vas a estar cachonda de la muerte”, “Jajajaja”,  “¡Yo me quedo tres!”, “Ella dice que allí no se paga”, “Hoy he salido sin bragas”. Cuando lees esto no sabes ni como empezar, ¿cuál de los temas será más necesario abordar? –te preguntas. Entonces hay que estar muy atenta, pues te puede pasar lo mismo que a una amiga, que al recibir el mensaje de una conocida muy formal, en el que la avisaba de un funeral, le contestó con un “para mi el chulazo no está nada mal ¿te has fijado en el paquete?”, pensando que escribía en otro foro con un nivel muy bajo de decoro. Luego lo intentó solucionar pero casi fue peor, pues la inercia la llevó a aclarar: “lo de antes lo escribía a mi marido”. O mi caso, que después de varios días discutiendo vía whatsapp sobre el tema del disfraz que llevarán los niños en la función, cuando al fin concretamos tras duras negociaciones que irán de ángel en blanco, hace un par de noches un breve zumbido me despierta en la oscuridad. Cojo el móvil donde encuentro en la pantalla tres mensajes de Olga, la madre más pesada, que nos manda a las cuatro de la madrugada: “Espero que no pase nada, pero yo a Gonzalo se lo he comprado azul”, “Tenía una especie de tul y en la tienda se lo han cortado”, “La coronita la lleva en plata, al igual que las alitas”. Una especie de bestia salvaje se enciende dentro de mi, una suerte de rabia enorme que canalizo hacia esa madre insomne, y saltándome las reglas del buen rollo que se supone que cumples cuando estás en el meollo, le hago llegar: “Olga, mira, ahora yo también estoy despierta, ¿por qué no me haces un favor y te vas a la mierda?”.
Al día siguiente me sacaron del grupo y ahora me entero de las noticias a través de otra madre con mis mismas percepciones que está esperando la oportunidad de cortar comunicaciones. Yo no sé cual será el siguiente paso, quizás nos instalen un chip o pantallas en los semáforos, o retretes con sensores para hacer de vientre online y compartir las sensaciones. No nos dejan muchas opciones. Lo mejor es que aceptemos nuestra condición y asumamos la inminente evolución hacia un nuevo pensamiento. A veces, fantaseo y me pregunto, ¿qué le escribiría don Quijote a su querido Sancho Panza si su insigne autor hubiera dispuesto de banda ancha y de esta loca mensajería? A ver si atino: “Te veo en el molino… antes voy a poner un pino, ¡¡¡Jajajaja!!, no te comas todo el tocino”.