El poder de la imaginación y los dobles entendidos pueden
convertir un momento muy normal en algo de lo más entretenido. Me encuentro
recostada en el sofá tras la comida de Navidad. En la mesa contigua prima y
cuñada departen junto al resto disfrutando del champagne, los turrones y la
agradable familia. En un momento dado y cuando estoy dispuesta a entregarme a
la inminente siesta, llega hasta mis oídos la siguiente conversación: “A mi me
encanta la combinación, tienes que abrir así el higo, separas las dos partes
con los dedos, introduces la nuez en la zona más jugosa y te lo metes todo en
la boca” –comenta una. Yo, que estoy medio traspuesta, no puedo evitar evocar el
símil mental de connotación sensual. Ellas siguen. “Pásame otra a mi ¿no sabes
cascarla con las manos? Mira, la coges con fuerza y la aprietas así” –dice la
otra. “Ahora moja la punta del dátil en azúcar y lo chupas de arriba a abajo” –
replica la primera de nuevo. “¿Habéis probado a ponerle nata? Yo he llegado a
hacerles un agujerito, rellenarlos con el pitorro y comérmelos enteros, notando
la explosión en la lengua” – comenta una tercera. Ellas ríen desinhibidas y
oigo discurrir el champagne en los vasos de fino cristal. Entonces cierro los
ojos y visualizo el momento, las tres recostadas en una suerte de terma romana,
liberadas de ropa, llevándose a la boca dátiles, nueces, higos y pasas,
mientras un fornido esclavo humedece sus cuerpos con agua tibia y aceites en
una bacanal gastro sensorial cuyo único final pasa por el contacto carnal entre
esas damas caprichosas, lujuriosas, desbocadas. “Estoy piripi” –comenta una de
repente, cortando de cuajo la fantasía que tengo en mente. Me obligo a mirar la
escena que no tiene nada de obscena, la veo levantarse de la silla a duras
penas mientras las otras picotean frutos secos de la bandeja. Comienzan a
hablar del tiempo, del mantel, de las manchas de vino, y yo me recuesto de
nuevo, ya sin escuchar, reconfortada por la apacible tranquilidad del hogar.
viernes, 28 de diciembre de 2012
domingo, 23 de diciembre de 2012
COMBINADOS COMPLICADOS.
Hoy
quiero hablar de un tema que despierta mi atención cada noche que salgo. “La
cultura del gin tonic”, le podríamos llamar, una suerte de pasión por el
combinado, una tendencia, una afición, una moda que por diversos motivos hace
tiempo que a mi me jode y me incomoda. Me explico. Yo, que vi nacer el botellón
y crecí con la sensación de que el privar no era más que el escalón para
adentrarte en una noche de fiesta, acostumbrada al vaso de tubo, los hielos de
congelador y los chupitos de “peché”, ese licor dulzón y espantoso con el que
el dueño del garito de turno se ponía generoso. Amiga del vaso de plástico, de
la copa aguada y la mezcla desventada, me encuentro que al hacerme mayor la
cosa se pone seria, y decido asumir con gusto el paso de la cantidad a la
calidad metiéndome de lleno en las costumbres propias de mi edad. Así comienzo
a practicar el “tomar una copa” en agradable compañía y animada conversación
sentados alrededor de una mesa por la zona de la Gran Vía, el Carmen o la
Alameda. Pero como todo tiene una evolución, un camino sin retorno hacia la
sofisticación, el tema del privaje no iba a ser menos y ha centrado toda su
artillería en el mundo de la coctelería. Parece que ahora para preparar un gin
tonic haya que haber estudiado ingeniería, algún curso de decoración y la
carrera de psicología. Teoría que confirmo la otra noche en un local de Conde
Altea. Al acercarse el camarero nos hace entrega de una extensa carta de varias
páginas donde en letra minúscula están escritos por las dos caras los nombres de
cientos de marcas. Dejando el whisky, el ron y el vodka a un lado, bebidas donde
esta nueva corriente todavía no se ha cebado, me doy cuenta de que la mayor
parte del espacio está enfocado a la ginebra, que aparece ordenada por
distintos apartados: sudafricanas, francesas, holandesas, escocesas, japonesas,
portuguesas, alemanas, nacionales, afrutadas, secas, cítricas, dulces, amargas
o florales. No entiendo como espera que vayamos a pedir si es casi imposible
decidir. La cosa no queda ahí, también hay que
escoger la tónica entre, y puedo especificarlo porque las conté, treinta y ocho
marcas distintas. Me siento abrumada mirando la lista. Entonces vuelve el
atento camarero que harto de esperar, nos ayuda en este parto particular que es
escoger nuestra copa. Cuando al final conseguimos decidir viene lo mejor, el
complemento, aquello que por simbiosis y correlación, va a potenciar el líquido
elemento. Limón, lima, naranja, pomelo, kiwi, fresas, rosas, violetas, café,
enebro, hierbas, regaliz, canela, chufas, arándanos, moras, comino y decenas de
ingredientes que yo no soy capaz de asimilar. “Esa ginebra que usted ha pedido
acompaña muy bien con pepino” –me dice el barman en tono experto. “Gracias,
pero prefiero solo el limón” –contesto. “No va a poder ser, romperíamos el
sabor, le pongo solo un poco y algo de enebro para dar un toque de color”
–afirma. “Pues póngame lima mejor, no soporto el pepino” –insisto. “En ese caso
mejor cambiamos la ginebra, ¿le traigo de nuevo la carta?” – pregunta. “No,
de verdad, no hace falta” –le digo. El continua de pie, mirando con
impaciencia, poniendo de relieve mi ignorancia. “¿Me deja que elija yo? Creo
que ya le he cogido el punto” –pregunta con condescendencia. Entonces pongo mis
ojos en él y le digo sin ninguna clase de efusión: “Quiero la ginebra más
barata con hielos, tónica y limón. Y por favor, me la pone en un vaso de tubo”.
Enseguida noto que le he dado un golpe bajo, que he degradado su trabajo del estatus
de creativo empirista a la vulgar faena de poner cubatas en una verbena.
Al rato vuelve con tres copas floridas y mi
tubo ofensivo, al cual, y me imagino que para ponerme en evidencia, le ha
colocado una sombrilla, dos pajitas de colores y unos hielos especiales que
producen cierta efervescencia. Yo hago que me da igual y la cojo como si fuera
lo más normal.
Desde ese día cada vez que voy a pedir
aclaro lo del tema del pepino e intento simplificar, pues no entiendo lo de
tener que negociar. Es cierto que el gusto por los detalles y la experiencia conducen
directamente a la excelencia, pero la cosa ha llegado a un punto en el que pierdo
la paciencia. Encontremos el equilibrio, un buen vaso de cristal, hielo
profesional y algo de corteza. A mi todo lo demás, me da muchísima pereza.
viernes, 21 de diciembre de 2012
UN ATENTO VIUDO PINTÓN
“El señor les invita a una copa” –nos anuncia el camarero
de un añejo bar de la Gran Vía. Poco acostumbradas a estos homenajes, pensamos
que se trata de una intervención divina. “¿Perdone?” –contestamos extrañadas.
“Aquel caballero, el de la mesa del fondo, les pide que acepten su invitación”
–nos aclara señalando dos copas de vino que sostiene en la bandeja. Mi amiga y
yo nos vemos sorprendidas ante la inusual proposición y con una sonrisa cordial
aceptamos. El que agasaja es un varón con buena facha sentado al final de la
barra que debe de rondar los setenta. Al poco se levanta para marcharse y al
pasar junto a nosotras se despide: “Las he visto tan bonitas que no he podido
controlar mi osadía. Espero verlas otro día”.
Una semana después nos encontramos en las mismas cuando el
señor generoso se acerca de nuevo y tras un “buenas noches, ¿me permiten?”, se
sienta a nuestra mesa y lo que primero parece una intromisión, acaba siendo un
ligoteo contenido y divertido salpicado con anécdotas entretenidas sobre unas
milicias en Mallorca, safaris en la sabana, riads en Marrakech, el tenis y los
golpes de efecto, el Martini perfecto y toda una serie de vivencias contadas
con tanta gracia y pasión por este viudo pintón, que durante un par horas
consigue que nos olvidemos de la situación. Al descubrir que ambas estamos
comprometidas, inicia una elegante retirada dejándonos con la sensación de haber
presenciado algo inusual, un cortejo profesional de manos de un experto
caballero. Obviando el tema generacional, me pregunto si pensaba rematar, lo cual
me resulta inspirador y me refuerza en la idea de que todo es posible, y más
cuando se trata del amor. A los jóvenes les diré que tomen nota de esto, pues
aunque al final el objetivo sea el mismo, siempre resulta entretenido ver a un
hombre hacerse el distraído mientras despliega su plumaje colorido y saca pecho,
aceptando el hecho de que en su vida quién gobierna es la entrepierna.
domingo, 16 de diciembre de 2012
EL WHATSAPP QUE TE PARIÓ
Confieso ahora que el whatsapp, esa mensajería instantánea para móviles que
se ha impuesto en nuestras vidas, me tiene hasta las narices. Y no tanto por el
hecho de que en cualquier momento, hora o lugar, cualquier amigo que te quiera
contactar lo haga, en muchos casos para nada, y te tenga enredado unos minutos
con frases cortas del absurdo plagadas de exclamaciones, contracciones y
suspensivos. Lo que de verdad me cabrea es esa modalidad llamada “grupo” donde
alguien decide incluirte junto a otros en una cadena colectiva de mensajes consecutivos.
Yo ahora mismo estoy en varios a los que sus creadoras han dotado de nombres tales
como “madres cole”, “madres guarde”, “señorita pepis”, “cena de salidas” o “cumple
Sara”. Cada uno de ellos tiene un motivo concreto y en todos participamos una
media de diez mujeres con la excusa de comentar, precisar y ultimar el plan de
turno. “El viernes a las seis en el parque de Antiguo Reino” –proponen en
“madres cole”. “Shakira está mega choni” –opinan las pepis. “La flauta se
compra en la tienda de Baleares” –avisan en “madres guarde”. “Que alguien me
busque un novio, no mojo ni a la de tres” –demanda una dama “salida”. Y así en
una lluvia constante de preguntas, sugerencias, opiniones, propuestas y
recordatorios que recibes como un goteo y que una media de treinta veces al
día, te distrae de las obligaciones. Si lo pones en silencio el aparatito no
deja de saltar sobre la mesa y aunque anules la vibración, se ilumina su
pantalla escandalosa. Tampoco es buena idea dejarlo del revés pues hagas lo que
hagas, terminará captando tu interés. Al final los mensajes se acumulan en la
pantalla por orden de llegada con frenesí, formado entre ellos un extraño popurrí
que podría sonar así: “Jajajaja” “Ya he pillado los rellenos”, “Las alas las
venden en Flepy”, “¿Alguna va a querer lotería?”, “Lo de mi suegra es muy
fuerte”, “Vas a estar cachonda de la muerte”, “Jajajaja”, “¡Yo me quedo tres!”, “Ella dice que allí no
se paga”, “Hoy he salido sin bragas”. Cuando lees esto no sabes ni como
empezar, ¿cuál de los temas será más necesario abordar? –te preguntas. Entonces
hay que estar muy atenta, pues te puede pasar lo mismo que a una amiga, que al
recibir el mensaje de una conocida muy formal, en el que la avisaba de un
funeral, le contestó con un “para mi el chulazo no está nada mal ¿te has fijado
en el paquete?”, pensando que escribía en otro foro con un nivel muy bajo de
decoro. Luego lo intentó solucionar pero casi fue peor, pues la inercia la
llevó a aclarar: “lo de antes lo escribía a mi marido”. O mi caso, que después
de varios días discutiendo vía whatsapp sobre el tema del disfraz que llevarán
los niños en la función, cuando al fin concretamos tras duras negociaciones que
irán de ángel en blanco, hace un par de noches un breve zumbido me despierta en
la oscuridad. Cojo el móvil donde encuentro en la pantalla tres mensajes de
Olga, la madre más pesada, que nos manda a las cuatro de la madrugada: “Espero
que no pase nada, pero yo a Gonzalo se lo he comprado azul”, “Tenía una especie
de tul y en la tienda se lo han cortado”, “La coronita la lleva en plata, al
igual que las alitas”. Una especie de bestia salvaje se enciende dentro de mi,
una suerte de rabia enorme que canalizo hacia esa madre insomne, y saltándome
las reglas del buen rollo que se supone que cumples cuando estás en el meollo, le
hago llegar: “Olga, mira, ahora yo también estoy despierta, ¿por qué no me
haces un favor y te vas a la mierda?”.
Al día siguiente me sacaron del grupo y ahora me entero de las noticias a
través de otra madre con mis mismas percepciones que está esperando la
oportunidad de cortar comunicaciones. Yo no sé cual será el siguiente paso,
quizás nos instalen un chip o pantallas en los semáforos, o retretes con sensores
para hacer de vientre online y compartir las sensaciones. No nos dejan muchas
opciones. Lo mejor es que aceptemos nuestra condición y asumamos la inminente
evolución hacia un nuevo pensamiento. A veces, fantaseo y me pregunto, ¿qué le
escribiría don Quijote a su querido Sancho Panza si su insigne autor hubiera
dispuesto de banda ancha y de esta loca mensajería? A ver si atino: “Te veo en
el molino… antes voy a poner un pino, ¡¡¡Jajajaja!!, no te comas todo el
tocino”.
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