viernes, 22 de marzo de 2013

LADY GUARRI Y BARÓN PENDÓN



Hace cosa de un mes pierdo la conexión a Internet a punto de acabar un trabajo. Alarmada, pulso botones y aprieto teclas con la esperanza de recuperarla cuando, y mientras espero al técnico de mantenimiento, intento conectarme a otra red. Al escoger la opción, de inmediato algo llama mi atención. Entre los nombres asépticos y claves numéricas de las wifis que encuentro destacan dos: “lady_guarri” y “barón_pendón”. La simple lectura de estos apodos, cargados de intención, me provoca una sonrisa y al momento me pregunto: ¿habrá entre los dos alguna clase de relación? ¿será una señal, de entrada banal, que esconda algo más profundo e insospechado?. Sacando las cuentas del número de vecinos, eliminando los que sé que no tienen conexión y echando mano del instinto, me queda una lista de nueve. Trato de ubicar entonces a guarri y a pendón entre los cuatro que son solteros y quito a uno, un conocido cuyo alias del wifi es “Arturo”, su nombre. Creo ubicar entonces a los dos culpables, ella y él. Al cruzármelos por la acera o en la tienda de pescados se revelan ahora ante mi como dos consumados poetas que, anhelando alguna clase de reacción, se han construido un perfil virtual, una personalidad digital con el fin último, me imagino, de mojar. Pienso en ella, mujer callada de mirada tímida y cuidados modales que, bajo esa imagen pacata y conservadora se siente muy guarra. Lo imagino a él, al barón, regordete maduro con gafas que pasea tranquilo a su perro pero en el fondo esconde a un pendón. Llego a la conclusión de que, si estoy en lo cierto, los dos interesados viven su pasión en soledad, así que decido cambiar el nombre de mi conexión a “Madame_Celestina”, con la intención de mostrar solidaridad y elaborar un plan de acción para llevar a cabo alguna clase de intervención clandestina.  

domingo, 17 de marzo de 2013

CORRUPTELA EN LA ESCUELA



Recibo el asunto por mail: “Estimadas familias, con motivo de la llegada de las fiestas falleras os invitamos a participar en el concurso de ninots. Aquellos que deseen presentarse deberán traer su pieza, que estará fabricada con material casero, entre el 4 y el 7 de marzo…”. Y así yo, con pocas habilidades para todo lo que tiene que ver con las manualidades, me lanzo el fin de semana con el instinto competitivo a flor de piel, a realizar un bonito robot elaborado con rollos de cartón, papel de plata, cartulina, pegamento, ceras y una lata. El lunes, ante la mirada orgullosa de mi hijo, llevamos el muñeco hasta el colegio. Allí la encargada de la recepción nos abre con poca ilusión la puerta de una sala, donde supongo que van a estar preservadas las figuras de cara a la competición. “Sois los primeros” –indica. Y admiramos nuestro trabajo una vez más, que queda expuesto a las visitas y donde el día acordado, recibirá el veredicto del jurado. Al día siguiente tras la salida acudimos de nuevo al lugar y constato con decepción la presencia de un gran camión reluciente, fabricado con ruedas, faros y vivos colores. Junto a él una bella Blancanieves con pelo real a tamaño natural, aguarda grácil mientras besa a un pajarillo de bello plumaje que reposa en su mano. A su lado nuestro robot parece feo, pequeño, mal hecho. No digo nada pero de vuelta a casa por el río me siento ultrajada, avergonzada y pienso incluso en retirar mi ninot.
Llega el miércoles y a la misma hora que el día anterior acudo a ver los nuevos trabajos con temor. En el centro del salón, reposando en el suelo, descansa un imponente árbol con hojas brillantes de tela y tronco robusto rodeado por un frondoso arbusto. Sobre una de las mesas veo una torre Eiffel hecha en algo que parece metal, junto a ella unos pingüinos se deslizan por una lengua de nieve elaborada con espuma artificial. En una esquina, en la fila de atrás, yace apartada nuestra creación, apoyada en la pared. Descubro entonces que le falta un brazo y veo colgando del hueco un triste trozo de papel. Con la vena del cuello temblando me acerco hasta la encargada y en un tono audible le comunico mi indignación: “Perdona, pero ¿esto de que trata? Entendí que era una manualidad casera, estos ninots parecen hechos en la Ciudad Fallera”. Ella sonríe condescendiente. “¿A qué tenemos un gran nivel? Hay padres que les ponen muchísima voluntad, sin duda va a estar reñido” –contesta. Yo la miro con gesto psicópata. “Mira, esto es poliespan, eso es cristal, esa torre es de metal, eso que le cuelga en la cabeza es cabello natural” –le digo. Una madre a la que veo venir decide intervenir. “Cada uno es libre de traer lo que quiera. ¿Ves esa granja de ahí abajo? Nos ha costado tres semanas de trabajo” –me explica aplicada. “No me quiero poner purista, pero esos materiales no estaban en la lista. Te recuerdo que ponía cartón, algodón, papel, acuarelas. Este concurso se ha prostituido, no es equitativo” –alego. “La teoría es relativa, como todo. Se trata de fomentar la excelencia, no tiene nada que ver con la competencia” –añade. Salgo por la puerta sin contestar y me pongo a barruntar. Me acuerdo entonces de un viejo amigo artesano, un consumado ebanista con alma de artista que realizaba monumentos en madera. Tras una llamada me acerco a su estudio y le cuento lo ocurrido. Él entra al almacén y sale con un precioso caballo realizado con cañas y esparto que tendrá un metro de largo. “Llévatelo, es un prototipo, tiene algunos defectos” –me dice. “Es perfecto” –le respondo mirando la figura. Así el jueves nos presentamos con el caballo que, de repente, se convierte en el centro de atención ante la mirada acusadora de la encargada de recepción. Yo entonces busco mi robot y lo siento encima, dando como resultado la imagen de un hidalgo futurista y algo decrépito sobre un corcel artesanal, en una estampa casi sobrenatural.
Aunque no nos hicimos con el trofeo, recibimos una mención especial y el día de la cremá nuestra figura lució en la zona central. No sé si el próximo año volveré a hacer el miso apaño, pero sólo por ver la cara de mi hijo, sus ojos de emoción, no tendría ningún problema en volver a recurrir a la corrupción.

viernes, 8 de marzo de 2013

DEPORTES DE CONTACTO



A tenor de las recientes experiencias de algunas conocidas llego a la conclusión de que efectivamente, aquello que las mujeres solteras y separadas tienen mente, ya no es una historia de amor con final de cuento, sino que muchas de ellas prefieren el placer de un momento, una aventura, un affaire que les haga perder la compostura. La incertidumbre generalizada y el que a cierta edad una ya no se quiera quedar embarazada, ha llevado a las damas a una situación de emancipación en lo relativo al corazón que hace que la historia del príncipe azul ya a muchas les parezca un ful. Por ello conozco el caso de varias señoras que de manera discreta y elegante, y conscientes de la libertad que implica la soltería, se dan una alegría con lo que pillan por delante. En concreto sé de una, separada recientemente de un próspero abogado, que hace unos meses se ha encaprichado del profesor de spinning de su gimnasio, un chico moreno con bonita sonrisa y un cuerpo de vicio, muy dotado para el ejercicio y según cuentan los testigos, para satisfacer a esta dama que además de haberle cogido el gusto a cierta zona de su pantalón, se ha enganchado a hacer ejercicio y anda preparando un triatlón. “Se le ha ido la cabeza” –dicen algunos. “La encuentro desfasada, parece que ya no le importe nada” –comentan otras. Pero ella, lejos de amedrentarse, disfruta de entrenarse dentro y fuera del gimnasio en compañía de su gladiador, con el que está viviendo, como ella misma dijo, “una historia de no amor”. La realidad es que independientemente de la carga moral de su situación y del futuro de la relación, a la interesada se le está quedando un cuerpazo que corta la respiración. Como ella respondería a una conocida que le preguntó por su situación con poco tacto: “querida, te recomiendo los deportes de contacto”.

viernes, 1 de marzo de 2013

EL VICIO DEL SERVICIO



Estaba Silvia en la cocina haciendo la cena para sus hijos cuando de repente se ilumina la pantalla del teléfono de Juana, su empleada del hogar boliviana que hace cosa de un año le ofrece fiel servicio. Por inercia posa sus ojos en el dispositivo que reposa en la bancada mientras la chica, que está con los niños, se encuentra en el baño ocupada. “Te voy a partir en dos mamita, estoy cachilo, estoy camote, quiero que me chupes la poronga, me pones como un bestia, me tienes agarrado” –lee sin querer Silvia que se queda con los ojos como platos mientras la tortilla se quema en la sartén. Rápidamente disimula y hace como que sigue a lo suyo cuando llega Juana, coge el teléfono, mira la pantalla y lee el mensaje esbozando una breve sonrisa. Silvia la observa y piensa cómo es posible que esa mujer discreta, bajita y entrada en carnes, sea capaz de mantener una relación tan apasionada y ardiente como la que se traduce de ese mensaje caliente. Una semana después Silvia, que está obsesionada con la vida sexual de su empleada, aprovecha un descuido de ésta para su coger de nuevo su móvil y expiar en la bandeja de entrada. Allí encuentra otro mensaje reciente de tono indecente: “me gustan mucho tus chuchus, no dejo de pensar en tu concha, cuando te vea te cojo y te culeo mi mami”. Silvia vuelve a dejar el teléfono conmocionada ante la brutalidad de esas palabras de sonido carnal y no deja de pensar en los fines de semana de Juana, que a ella parece tan normal, convertida en una esclava sexual. A partir de ese momento la presencia de su chica se le hace incómoda y le produce cierta tensión, pues no puede evitar imaginarla entregada a esa bestial pasión, sobretodo porque ella hace ya algún tiempo que disfruta de una vida sexual marcada por el tedio y el aburrimiento.