viernes, 31 de mayo de 2013

EX PAREJA TIENE SEXO EN UN HOTEL



Me cuentan hace poco una historia que por algún motivo me conmueve. Acude una pareja al juzgado a firmar la sentencia de divorcio. Él diremos que es empresario, de casi cincuenta, con una cuenta corriente en su día boyante y poseedor de cierto atractivo. Ella rondará los cuarenta y hace un tiempo que dejó aparcada su carrera profesional para centrarse en lo doméstico, el gimnasio y una vida relajada. Tras una relación de casi quince años y varios hijos en común, deciden separarse el pasado verano y solo unos meses después, la ven a ella paseando con otro hombre de la mano. No hace mucho es él, el marido, el que viaja a Baqueira acompañado por otra chica más joven que lo mira con ojos de enamorada, quedando así la cosa, de entrada, equilibrada.  El tema es que el día de la firma, cuando se vuelven a encontrar en los juzgados acompañados por sus respectivos abogados, una fuente cercana me cuenta que ninguno parece contento y me ilustran un suceso revelador. Tras el papeleo salen a la calle y pasean hasta el hall de un bonito hotel con la intención de tomar un café. De repente motivados, me imagino, por su nueva condición de solteros, van hasta la recepción, piden las llaves de una habitación y permanecen una hora con los móviles apagados para bajar más tarde, ya por separado, con el pelo despeinado y cierta expresión de culpa.
Pese a que cada uno ha tomado su camino y siguen con sus vidas en compañía de sus nuevas parejas, me cuentan que de manera puntual, y siempre haciéndolo coincidir con alguna ocasión especial, como los días de sus cumpleaños o la fecha de su aniversario, se vuelven a ver, sólo por una hora, en la habitación de algún hotel movidos, quizás, por un amor no terminado que no supieron mantener y que por algún guiño del destino, han acabado manteniendo de modo clandestino.

martes, 28 de mayo de 2013

HISTORIAS DE AMOR CARNAL



El otro día entro a una agradable librería de la Gran Vía buscando algo para mi hijo, un tratado en plan didáctico de animales con vistosas fotografías que tiene que llevar a clase. Mientras espero para pagar uno de los expositores llama de manera poderosa mi atención. Colocados, uno junto a otro, aguardan tres hileras de libros cuyos títulos no tienen desperdicio: “La Sumisa”, “Bésame y vente conmigo”, “Pídeme lo que quieras”, “París, luna roja”, “Si fueras mío”, “El chico malo”, “Treinta noches con Olivia” o “No te escondo nada”. Junto a mi un par de mujeres sostienen algunos de ellos consultando la contraportada fascinadas, al parecer, por el argumento. Yo las imito, cojo un par y leo para mi algunas frases sueltas: Un joven se ve obligado a vender su cuerpo a cambio de dinero. Una muchacha discreta y recatada es testigo del lujurioso acto. Siete años más tarde, estas almas atormentadas se encuentran para calmar una atracción irresistible” o Judith sucumbe a la atracción que su jefe ejerce sobre ella y acepta formar parte de sus juegos sexuales repletos de fantasías y erotismo,  junto a él aprenderá que todos llevamos dentro un voyeur y que las personas se dividen en sumisas y dominantes…”. Levanto los ojos y en lo alto del estante reposa la trilogía de Grey, con sus 50 sombras y las otras dos entregas, oscuras y liberadas, y pienso que algo está pasando en el entramado literario/femenino/social, una tendencia tan silenciosa que ni las propias editoriales son capaces de discernir de qué va la cosa. Me viene a la mente un recuerdo potente de un mes de agosto en Gandía. Yo tendría trece años y acababa de descubrir en una vieja estantería las historias de Corín Tellado y de Carlos de Santander. Pudorosa, forraba las portadas con periódico o papel de envolver para poder leer en la playa esas tramas pasionales en las que una joven de boca pulposa perdía sus huesos por un tipo moreno y repeinado de voz angulosa. Aquello no solo me fascinó en aquel momento sino que abrió ante mi todo un mundo de posibilidades sentimentales. Ahora, veinte años después, las mujeres se pasean por parques y cafés mostrando sin problemas estas novelas en su versión mucho más obscena en las que los protagonistas tienen sexo salvaje, viven historias de dominación y se entregan a prácticas exóticas en plan animal llevados por una motivación estrictamente carnal. “Esto es otro de tipo liberación” –pienso. Pues la mujer ha pasado de vivir silenciosas fantasías en soledad a encontrar un refugio de lo sensual en las letras más calientes de manera pública y nada púdica. En un artículo reciente me entero de que la industria, presa de cierta locura, se ha puesto ha reeditar ciertos clásicos de esta literatura como “Emmanuelle”, de Sylvia Cristel, en el que una bella, joven y osada recién casada viaja a Bangkok para reunirse con un marido infiel, que la anima a adentrarse en los placeres de la carne más prohibidos protagonizando algunas escenas eróticamente memorables. Un homenaje a las bajas pulsiones hoy quizás desfasado ante nuevos y complejos argumentos que incluyen esposas, castigos, chaperos, mansiones lujosas, viudas lujuriosas, jovencitas ambiciosas, mensajes de móvil y sexo por ordenador. Yo, que me debato hace meses con el dilema de afrontar un proyecto literario más extenso, debo plantearme si seguir con la estela del momento o apostar por lo contrario y enfrascarme en una historia de carácter más conservador donde los protagonistas den rienda suelta a una historia de amor casta y virginal dejando lo sexual en un plano secundario. Esta misma semana leo un artículo sobre las nuevas tendencias de cama en el que varios periodistas confirman que la práctica que ahora triunfa entre parejas es el sexo blando o carezza, una versión light del asunto basada en besos, caricias y susurros de lo más decente en un retroceso a las prácticas adolescentes. Sea como sea me quedo con la idea de a que las damas les va la marcha y pierden la compostura cuando se trata de escoger material de lectura. Ahora solo me queda centrarme y conseguir canalizar mi creatividad hacia esa historia de argumento incierto a la que bien podría llamar “encaprichada con su criada” o “maduro disipado busca estar enamorado”. 

TIERRA EXCESIVA, TÍAS EXPLOSIVAS




“Ya no vuelvo a comer hasta después de verano” –suelta Cristina mirando las patatas bravas de la mesa con desprecio. Nos encontramos de aperitivo en una terraza del centro comentando los planes de agosto. “Al final vamos a Jávea, cerca del puerto, justo en la playa donde están todas las jovencitas con sus cuerpos de infarto” –relata. “Yo no sé que coño les dan de comer para tener esas piernas tan largas, la piel dura y esas melenas por la cintura” –aporta otra del grupo. “Y encima vuelven los minishorts, esos micro pantalones diseñados para las piernas de alambre y no para nosotras, las que llevamos todo el año pasando hambre” –añade. “Mi marido siempre dice que él prefiere las maduras, que la edad perfecta de la mujer son los cuarenta” – opina otra. “Ya, pero seguro que no te ha dicho que casualmente son las de veinte las que se la ponen dura” –contesta la de la dieta. “Yo creo que cada edad tiene su encanto y que la juventud en muchos casos está sobrevalorada, conozco algunas de más de cuarenta que se cuidan y están hechas un pibón” ­–rebate. “¿Tú te has paseado últimamente por la calle Colón?” –continua la primera. “Aparecen como en manada y caminan de dos en dos, rondan los veintipocos, no bajan del uno setenta y pasean unos tops con los que muestran sus barrigas duras y el pecho marcón. Llevan melenón surfero peinado a un lado sin secar, como si se acabaran de levantar, y gafas de sol ahumadas, las uñas pintadas en plan lolita, shorts o falditas y sandalias planas. Es una especie de plaga, un ataque viral, terminal, una puta tentación andante para los tíos de la ciudad que han tenido la suerte de nacer en esta tierra fallera y excesiva de tías explosivas” –concluye.  La otra se queda en silencio y tras unos instantes afirma: “el próximo veraneo lo organizo en nuestra casa del Pirineo, por si alguna se quiere apuntar”.