Influenciada de manera
directa por Policleto y su canon de belleza centrada en una figura masculina
atlética y vigorosa de lanzador de jabalina, la anatomía de la mujer quedó
durante mucho tiempo relegada a un segundo plano, una condición inferior
marcada por el objetivo único de la reproducción. La dama así fue considerada
durante siglos como un ser amorfo y caliente frente a la concepción fría y
apolínea que se tenía del varón. Por ello el otro día en la Patacona, al no
poderme bañar debido a la presencia de medusas, percibo de manera esclarecedora
una clara descompensación entre la atractiva y cuidada silueta de muchas
señoras y las formas complicadas de muchos de los caballeros, lo que me lleva a
reflexionar sobre el tema con detalle, animada además por las apreciaciones que
hace rato mantienen mis compañeras de jornada. “No puedo con mi culo”, “yo me he puesto tremenda”, “a mi se me han
borrado los tobillos”, “mi problema está más arriba, justo en las tres mollas
la barriga”, “¿y esta cosa que me cuelga del brazo?” –comentan agarrando con
los dedos todo aquello que les molesta. Estas dos mujeres, que en el rasero
popular se definirían como atractivas y que la gran mayoría de tíos dirían que
están muy buenas, viven sumidas en una exigencia constante que las lleva a
querer más, a compararse con modelos y actrices de revista sin ser conscientes de
que esas chicas, en apariencia ideales, son terrenales y brillan gracias al
sacrificio, al retoque y al photoshop. Me remonto entonces al arranque del
siglo XX, cuando desaparece la faja y el corsé y la mujer, libre de presiones,
descubre una nueva libertad corporal que la lleva a cuidarse, ejercitarse,
estilizarse y al fin a esculturizarse, alcanzando altas cotas en lo estético y
dando lugar a un nuevo modelo de lo femenino que se ha ido aproximando de
manera llamativa al antiguo canon masculino. Al fijarme en los tíos que tengo a
mi alrededor caigo en la cuenta de que además del abultado vientre, muchos de
ellos acumulan grasa en la zona de las nalgas, los muslos o los senos.
Impactada por mi apreciación me imagino un paso más en la evolución donde los géneros
se difuminan hasta el punto de intercambiarse y el macho, hace años en peligro
de extinción, se presenta como un ser curvado, engordado, feminizado. Planteo
el tema a mis dos amigas que se toman mis palabras como una verdad. “A fuerza
de presiones y restricciones y en la búsqueda de esa ansiada igualdad, nos
hemos cargado la masculinidad” –afirma una de ellas. “Lo que dices del cuerpo es
verdad, yo creo que a Adrián le ha salido hasta celulitis” –relata la otra
refiriéndose al marido. Visualizo en mi cabeza una legión de hembras potentes,
musculadas, armadas con unos afilados zapatos de tacón que, al perfilar la
pierna, elevar el trasero y aumentar la estatura, se convierten en el símbolo
máximo de la masculinización. “Matar al macho” –parece ser la consigna de este
regimiento de robots que avanzan imparables marcando bíceps e impostando la
voz. Creo que tengo demasiado calor y el sol en lo más alto me dificulta la
vista. Me parece ver entonces a don Javier, un estricto profesor de mis años de
colegio, luciendo un traje de baño de dos piezas compuesto por braguita y
sujetador. “En esta vida todo es cuestión de elección: ¿cuál es su opción? ” –
me pregunta aproximando su rostro anguloso al mío. “¿Se refiere a si deseo ser
hombre o mujer?” –me escucho decir. Lo siguiente que recuerdo es estar
recostada con gente a mi alrededor mientras una de mis amigas me refresca la
cabeza. “Has perdido unos segundos la consciencia, hay que tener mucho cuidado
con los golpes de calor” –dice un joven y atractivo socorrista. Yo me incorporo
y decido acercarme hasta el mar, pasando de las medusas. Desde el agua, y dada
mi condición de miope, observo en la orilla a una masa indefinida y me sumerjo
dejándome llevar por las olas intentando aliviar mi mente de la impresión
producida por esa revelación.
martes, 20 de agosto de 2013
COMANDO DE MADRES CALIENTES
Acudo la otra noche a una
velada en la que me encuentro con una divertida conocida a la que llevo tiempo
sin ver. Morena, en la mediana edad y con un rostro agradable y un tono físico
imponente, la dama tiene fama de lanzada, divertida e irreverente. “El sexo en
pareja es un 20 por ciento de técnica, un 10 por ciento pasión y un 70
predisposición” – nos dice a un grupito animando la conversación. “¿En serio?”,
“interesante teoría”, “gracias por la información” –van soltando las del grupo.
“Esa es la razón por la cual las que somos madres nos lo montamos mejor”
–añade. Risas veladas seguidas de un murmullo de interrogación se expanden a su
alrededor. “Acostumbradas a organizar, a claudicar, nos entregamos a la
práctica sexual de una manera aritmética, casi milimétrica. No solemos tener
pereza ni alegamos dolor de cabeza. Lo hacemos con devoción, como si se tratara
de una obligación como el spinnig o las clases de inglés y transmitimos cierta
falta de interés que muchas veces se puede confundir con frialdad, algo
irrelevante pues si hay una cosa que nos caracteriza es la efectividad”
–asegura. El resto la miramos en silencio haciendo autorreflexión y analizando
esas palabras que parecen llegar como una suerte de revelación. “No pongáis esa
cara, me parece muy divertido pensar en mi misma como un ser humano global entregada
a las diferentes facetas de mi vida con una dedicación casi profesional, siendo
capaz de organizar una cena o de montarme la misma tarde una escenita obscena.
Y ahora nenas poneos en acción, en esta fiesta hay mucha perrilla en
circulación ” –sentencia. El grupo se disuelve y nos veo entonces como soldados
adiestrados con una misión secreta que solo entre nosotras parecemos conocer,
un expediente clasificado llamado “comando de madres calientes” que nos hace
diferentes frente al grupo de las jóvenes solteras.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)