lunes, 24 de marzo de 2014

CONDOAMANTES


Leo en una noticia que en los últimos carnavales se ha disparado la venta de preservativos. La gente, me imagino, llevada por el impulso festivo se entrega a lo carnal durante esos días de juerga loca. Trasladando el asunto a mi ciudad doy por hecho que en las fallas ha debido de ocurrir lo mismo. Dato confirmado por un amigo que tiene una farmacia en el centro. «En fallas nos hinchamos a vender condones» – asegura. Y añade algo más. «Pero no es una cosa puntual. Hemos notado un cambio de tendencia general. Cada vez vendemos más y entre personas más mayores» – revela. La información me pilla por sorpresa y me entero, preguntando a conocidos, que el profiláctico ha ampliado su uso de lo meramente práctico a lo erótico. Que algunas parejas de cierta edad lo utilizan por aquello de la novedad, rememorando el momento en el que el sexo estaba prohibido, recreando la barrera contra esa fertilidad brutal y hormonada de los tiempos en los que un embarazo precoz era sinónimo de matrimonio acordado. Me parece alucinante pensar que el engorroso ritual de colocarse ese forro de látex, esa operación que a muchos les corta el rollo por artificial y que dicen, les resta sensibilidad, pueda convertirse en práctica morbosa. El hecho de comprar un preservativo debe de ser en sí mismo un preparativo, un “antes” premonitorio para estos condoamantes. Deberían de crear entonces una línea que se llamara “primera vez”, cuyo diseño fuera vintage y el efecto extra, en vez de retardante o sensibilizante, fuera lo contrario provocando que el artilugio estuviera lo más presente. El mercado de lo sensual es caprichoso, impredecible y sorprendente, al igual que nuestras mentes que, influenciadas por el bagaje y por los inputs del momento, siempre piden algo más. ¿Cuál será el siguiente invento? A tenor de ciertos acontecimientos no me extrañaría nada que volviese la castidad, o el derecho de pernada.

PRINCESAS Y GUERREROS



La celebración del quinto cumpleaños de la hija de una amiga ha abierto una brecha profunda y sangrante que ha sobrepasado el entorno de lo escolar, contaminando el sustrato de lo social. Les cuento. Mi experiencia hasta el momento, en lo que respecta a fiestas infantiles, consistía en una merienda para la clase, que se daba cita en un parque de bolas. Allí nos congregábamos mientras transcurría la tarde y los pequeños, mezclados, jugaban a lo loco. Hace poco la madre que cito al principio marca un punto de inflexión entregando la invitación sólo a un grupito niñas. El motivo de esa segregación, que no se había dado hasta el momento, enlaza con el tipo de celebración, que va a tener lugar en un local al que podríamos llamar “Princesas de Cuento”. Mirando en su web descubro que lo que organizan en este lugar es una especie de reunión de chicas, en la que les ponen un albornoz y les hacen la manicura en un spa mientras disfrutan de un brunch y beben refrescos en copa de champagne. Pronto el malestar se propaga entre un sector de las madres, la mayoría con hijos chicos, que se ven representadas por una de las progenitoras, psicóloga de formación y profesora. «Lo veo fatal, tantos años peleando en las aulas por la igualdad, y ahora que lo hemos conseguido, proponen esta fiesta que no tiene ningún sentido» –comparte en un corrillo a la salida. El resto, que no le habíamos dado más importancia, comentamos que en parte tiene razón y escuchamos los razonamientos que plantea con contundencia. Esa misma tarde manda al WhatsApp de la clase un estudio sociológico sobre educación infantil que habla sobre diversidad, pluralidad y respeto. Por los mensajes que se suceden al poco rato me doy cuenta fascinada de que se han creado dos bandos: las que apoyan la fiesta de princesas, alegando que es el sueño de toda niña y por tanto una ocasión especial que se da de manera puntual, y las que están en contra, con argumentos que versan sobre la igualdad. Al día siguiente a la hora de la salida el aire se puede cortar. Me vienen a la cabeza las películas de pandilleras, el momento en que las dos bandas se van a pegar, tirándose de los pelos, dándose rodillazos y arañándose los brazos. En la calle, camino del río, se produce el encuentro estelar entre la madre princesa y la defensora de la pluralidad. El resto las rodeamos expectantes.  «Creo que querías hablar» –le dice la primera. «No entiendo esa fiesta de rosa. ¿Sabes lo que ha costado que las niñas pudieran jugar con la pelota? Esto que haces es ir hacia atrás» –le espeta la otra. «Me parece que exageras, a las niñas les da muchísima ilusión» – justifica la princesa. «¿Y siempre haces lo que desean? ¿Y si fuera un piercing o un canuto?» – le suelta. Las otras madres murmuran y la tensión va en aumento. «Yo soy la que decide sobre los temas de educación, no te tengo quedar ninguna explicación» –contesta. El círculo se cierra y comienza la guerra. «En esas fiestas tratan a las niñas como adultas indolentes. ¿Esa es la clase de formación que tienes mente?» – dice la guerrera. «Ellas disfrutan, un poco de fantasía no hace daño» –contesta la princesa. «Tienen cinco años» –argumenta la guerrera. «Se fomenta la amistad, la feminidad» – replica la princesa. «Las visten como si fueran prostitutas» – dispara la guerrera «¿De verdad hacer un desfile y vestir albornoz te parece tan atroz?» –pregunta la princesa. «Lo jodido es que tú lo hayas consentido. Creo que es una horterada Disney que fomenta roles sexistas, que tu hija ha tenido la suerte de nacer en un contexto libre y mixto y que si ella te lo ha planteado es porque tú se lo has inculcado» – sentencia la guerrera. Justo cuando pienso que se van a dar de leches la líder de las princesas dice una cosa inesperada: «tienes parte de razón». La otra entonces ve difuminarse su vena belicosa y replica con un: «igual me he pillado demasiado calentón» El resultado de ese acuerdo es un baile mixto de cuento de hadas en el que las chicas juegan al balón con velo y vestido y los chicos comen tarta luciendo capa, mallas y botas de trovador. Y así los niños, una vez más, nos dan una lección de deportividad.  

viernes, 14 de marzo de 2014

LA HORA DEL SEXO



Descubrí ayer los resultados de un estudio realizado por la London School of Economics. En él se afirma con seguridad que el jueves por la mañana es el momento preferido por las mujeres para tener sexo. No es broma. La conclusión me hace pensar que los analistas son hombres y además son optimistas, que fijo que no tienen un hijo pequeño y que no se tienen que levantar para ir a trabajar. El texto afirma que en la franja matinal es cuando ellas segregan mayor número de estrógenos y ellos de testosterona, dejando los cuerpos con la química óptima para el mambo. Habla además del mito de las erecciones mañaneras como si fuera un fenómeno natural, una erupción salvaje imposible de controlar a cualquier edad. Lo que no aclara es que además de no ser tan frecuentes, no son el reflejo de ningún estímulo sexual, sino más bien un tic físico, como aquel que cruje los dedos o guiña distraído el ojo. Hablando del tema con amigas la mayoría se declara partidaria del sexo en sesión diurna, siempre y cuando no tengan que madrugar, ni arreglar la casa como una loca, ni vestirse en segundos, ni lidiar con dos niños pequeños para que se pongan la ropa. El mito del sábado noche cae en mi estudio, siendo desterrado por obvio y etílico, más valido para sufragar un calentón de emergencia que para recrearse en la pasión. De hecho, en un mundo idílico, la mayoría de damas escogería el momento de la siesta de verano, tras una comida en la playa regada con vino blanco, en una cama ventilada, sin prisas, presiones ni interrupciones. Al ser preguntadas sobre cual sería la pareja ideal, se da un consenso total: un tipo sensible, bien dotado, con los bíceps marcados, sonrisa atractiva, mirada verdosa, cadera curva y voz rasgada. ¿Y las que tienen pareja estable?, se preguntarán. La realidad es que a la mujer le mueve lo deseable, aunque no sea una opción. Larga vida a la imaginación.

lunes, 10 de marzo de 2014

UN GRUPITO DE WHATSAPP




Me han metido en un grupito de WhatsApp que tiene como nombre de guerra “Rabos”. Pese a que muchas de las participantes están casadas o emparejadas ninguna habla nunca de su marido, algo que me parece desconcertante y a la vez divertido. El grupo surgió en un principio con el fin de organizar una cena bajo el alias de “sábado noche”. Tras la velada una envió una foto de varios tíos en pelotas con la idea de animar la semana y, en vista de la buena aceptación, otra más lanzada decidió renombrarnos y escoger un sustantivo que, lejos de ser sutil, consiguiera definir el carácter erótico-festivo y faltón que gobierna nuestra unión, y así opto por un contundente “rabos”. En dicho chat se alternan mensajes que informan sobre alguna actividad infantil, el teléfono de una peluquería, fotografías muy bestias que a más de una sonrojarían, recetas de cupcakes, chistes guarros, apuntes de moda, críticas diabólicas y observaciones sexológicas como “ayer vibré” o “me he comprado lencería de putón”. Me ha pasado más de una vez estar en una reunión o mostrar a alguna madre del colegio alguna información en el teléfono cuando, en la parte superior de la pantalla, aparece un mensajito del grupo. Es entonces cuando la visión de ese “rabos” a traición, que parece agrandarse y eternizarse para la ocasión, me deja mirando el dispositivo con la ceja levantada. La otra persona suele hacer como que no ha visto nada y yo mascullo alguna excusa peregrina, como “debe de ser una broma” o “¿a ver? no sé de qué se trata”. Tengo claro que el material de ese chat abriría a los psicoanalistas un nuevo camino sobre como se estructura el pensamiento femenino, más complejo, socarrón y sofisticado de lo que siempre se ha pensado. Y así se aclararía uno de los puntos fundamentales: puede que los hombres sean más directos y sexuales, pero es seguro que nosotras somos más creativas y brutales.


EL GARITO DE MODA




En un lugar de la Gran Vía cuyo nombre no voy a desvelar, se da cita desde hace meses gente de distintas tribus para tomar unas copas y bailar. Así a bote pronto quizás la introducción les traiga a la cabeza el término “pub” o “discoteca”. Pero no. Esto es algo más. Y son varios los motivos que han convertido a este garito en uno de mis favoritos y en objeto de mi estudio. En primer lugar es un tema de disposición del espacio, que es hacia abajo. Para empezar, y cuando se trata de un local de ocio, todo lo que sea bajar es atractivo. El descenso en nuestra mente está unido a lo ilícito, a lo prohibido y en consecuencia divertido. La idea de reunirse bajo tierra, en un búnker o en una madriguera siempre tiene un punto de desfase. ¿O acaso no es el infierno el lugar adonde van a parar los descarriados, los amantes de la nocturnidad, de lo lascivo, los que van por el camino alternativo y aquellos proclives a la vida loca? En segundo lugar está el tempo. Por un motivo que aún no he conseguido descifrar, a partir de la medianoche, a la hora en la que en otros locales aún se encuentran preparando el material, la barra está tomada por gente con ganas de farra y la pista la tienen a tope. Así te saltas la tourné etílica que te hace de ir de pub en pub, socializando a la fuerza mientras haces tiempo hasta que se hace la hora de bailar. Este horario, muy acorde a la práctica europea, hace que te ahorres más de una melopea y que puedas llegar a tu casa a una hora prudente. Las consecuencias ya se han empezado a notar y sé de algunos grupos que quedan “por amor al baile”, convirtiendo la práctica rítmica en una ceremonia casi tribal. El tercer punto, y aquí viene lo interesante, es la mezcla de público que están consiguiendo fidelizar. Lo que empezó como una alternativa para aquellos amantes de la modernor, (gafas de pasta y barba ellos, zapatillas Victoria y vestido retro ellas), se ha ido ampliando hasta dar con un batiburrillo que alberga profesionales liberales, artistas, tipos en apariencia normales, salidores profesionales, separados, enamorados, grupitos de madres que acuden después de la cena, personas con inquietudes musicales que huyen de los clásicos temas de verbena y diferentes tipos de pijos. Pese a que la edad también es variada la mayoría tiene de treinta para arriba. Esta mezcla enriquece, da color y dota a la noche de un sentido abierto y democrático, como la masa de un concierto o la sala de espera del médico. He observado además que, gracias a las particularidades que se dan en el local, han vuelto ciertas prácticas vintage como el ligoteo abierto entre grupos y el morreo. Hay dos salas, una con música de baile molona en la que cuelan algún tema un poco más comercial, y otra con una selección más cambiante, lo que genera el tráfico de aquellos que se desplazan de sala a sala para ver qué tal. Cada vez que voy descubro algún grupo nuevo que, atraído por los cantos de sirena, se ha decidido a probar y se quedan sorprendidos al verse engullidos por esa platea bulliciosa y bailonga. Para muchos que ya han cumplido cierta edad, este lugar es una segunda oportunidad para recuperar la ilusión por la noche. Sin folklore, sin gogós, sin camareras neumáticas, ni humo con olor a fresa, ni luces láser de neón, ni chupitos fosforescentes, ni privados, reservados, ni columnas de espejo, ni toda la parafernalia hortera que suele envolver a la esfera discotequera. Quizás es la sobriedad, la dosificación de artificios y la ausencia de intención lo que le da el aspecto de un lienzo en blanco, una superficie fértil, neutral y liberada del peso de las modas pasadas. Animo a los empresarios a partir de cero y lanzarse con más propuestas como esta. La fórmula es sencilla: música buena, no garrafón, ser prudentes con la decoración, que el personal sea gente normal, que haya el número de baños adecuado y que estén cuidados. Si son coherentes, están atentos a la tendencia del momento y no tratan al público como borregos, verán como su facturación va en aumento.



AVENTURAS DE OCASIÓN



El martes de esta semana tomo la parte central de la Gran Vía dispuesta a recorrerla para llegar hasta su confluencia con Ruzafa en compañía de mis hijos. Tras pasar la fuente dedicada al Marqués de Campo, aparecen ante nosotros las casetas en tono madera de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que se mantendrá en la ciudad desde el viernes hasta pasadas las fallas. En nuestro camino encontramos unos voluminosos palés cubiertos por plástico negro. «¿Eso qué es?» –pregunta mi hijo. «Son libros» –le informo. «Son juguetes» – rebate mirando curioso. «Es más o menos lo mismo» –le digo. En ese momento un señor abre con un cúter uno de los palés dejando al descubierto su contenido. Mi hijo observa fascinado las cubiertas de esos volúmenes coloridos que, en este caso, esconden historias para niños, juveniles y algo de ciencia ficción. «¡Mira, los de Barco de Vapor!» –les digo con repentina emoción. Y descubro en el enorme montón “Fray Perico y su Borrico”, “Asesinato en el Orient Express”, “El secreto de la arboleda”, “Pesadilla en Winnipeg” y muchas de las historias que me llenaron la cabeza en mis años de colegio. En otro apartado están los de “El Club de los Cinco” y saco “Los cinco en las rocas del diablo” y “Los cinco y el tesoro de la isla”. Rememoro las vivencias de esa pandilla de amigos que se embarcaban en peligrosas aventuras, encontrando tesoros o persiguiendo a criminales. Pienso en que ya no se escriben historias tan emocionantes como las de antes, que ahora en la mayoría de los casos se afanan en transmitir una combinación de didactismo, moralismo, igualitarismo y multiculturalismo, metido todo con palanca, que resta a los textos credibilidad, dotándolos del halo de lo políticamente correcto y fomentando la transmisión de valores e imposiciones, pero por cojones. En otro de los puestos ya está casi todo preparado para el día de la apertura. Ocupando la primera fila se encuentran alineados “La penúltima verdad”, “El fin de la eternidad”, “La tierra permanece”, “Caminos ocultos”, “Lámpara de noche” y “Limbo”. La oportuna selección apocalíptica me trae a la cabeza las predicciones de hace unos años de James Lovelock, el famoso científico ambientalista. Sus teorías vuelven a estar en la primera plana a tenor de las condiciones climatológicas extremas que han azotado a Europa en los últimos tiempos. Según el erudito en el año 2.030 solo podrá sobrevivir un veinte por ciento de la población mundial. El mensaje catastrofista e irreversible, según el doctor, viene acompañado de un bálsamo calmante pero nada esperanzador: “disfruten mientras puedan”. Yo miro a mis hijos riendo y me planteo si la disposición de esos libros, por algo más que una casualidad, marcará el ritmo de ese final. El librero ordena otro grupo de ejemplares en ese momento. Me acerco ávida para descubrir cual es ahora la combinación. En una hilera coloca ante mis ojos “Así habló Zaratustra”. A su lado, en la siguiente pero al mismo nivel, pone “La existencia después de la muerte”. «Joder» – me digo. El señor se gira y continua a lo suyo dejándome sumida en una reflexión sobre el debacle de la humanidad y por contraste, la apacible sensación que me produce el sentirme rodeada por esa masa de libros. Trato de interpretar el significado de ese momento y caigo en la cuenta de que por derivación, la lectura es nuestra tabla de salvación, el pasaporte a un mundo más amplio y a una fuente de experiencias ajenas que pueden trasladarnos a una dimensión superior. Pese a que una parte de mi se convence de que ese viejo profesor se puede equivocar, vuelvo sobre mis pasos y me dirijo a los libros que descansan sobre el palé. Al fin doy con la “Guía de Supervivencia de los Cinco” y compro un ejemplar para cada uno de mis hijos. Pues, y en caso de que ese desenlace mortal sea cierto, quiero estar completamente segura de que ellos dos están entre los escogidos de ese veinte por ciento. Cabe la posibilidad de que todos esos libros de ocasión, al quedarse descolgados dejando el protagonismo a los escritos más acordes con la tendencia de su momento, guarden en conjunto el total de sabiduría. Yo si fuera usted me lo plantearía.