“Todo se
trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder”, aseveró Oscar
Wilde. La cita, que a uno le da que pensar, me sirve para crear el ambiente
propicio de cara a la curiosa circunstancia que voy a relatar. Iré al grano. Entiéndase
por lobby el grupo de personas organizado, de manera premeditada o espontánea,
para interferir en favor de determinados intereses. De entrada lo primero que
se imagina uno es el clásico grupo de empresarios reunidos en una cena o una
fiesta conversando en un aparte, intercambiando informaciones y confidencias de
carácter privado que puedan revestir, en algunos casos, importancia capital que
los presentes tengan la oportunidad de utilizar. Nada más alejado del caso
particular que me llama la atención y que hoy les voy a relatar. De un tiempo a
esta parte he sido testigo del nacimiento de un grupito de damas, de edades más
o menos equilibradas, cuyo punto en común es que casi en su totalidad comparten
sus vidas con varones influyentes, pongamos que del campo de lo empresarial, el
sector legal, los estamentos políticos, el área sanitaria, el mundo del diseño
y la docencia. A raíz de un par de fiestas, una comida y otras tantas cenas las
esposas, atraídas por el buen rollo generado, decidieron empezar a quedar a
solas, prescindiendo de la compañía de sus maridos. Así comencé a encontrarlas
compartiendo copas en torno a la misma mesa, acudiendo a presentaciones,
inauguraciones e incluso, y esto fue antes de Semana Santa, organizando una
escapadita de fin de semana, en plan “vamos de compras, charlamos hasta las
tantas y hacemos durante dos días lo que nos da la gana”. Lo jugoso del asunto
comenzó cuando, y generado por el influjo de la confianza, las camaradas
comenzaron a compartir detalles privados de su vida íntima. Poco a poco se fue
desvelando que si al marido de una le pone el juego de dominación, hasta el
punto de haber llevado al hogar, tras un viaje a Berlín, un juego de esposas,
cuero y grilletes, al otro le pierde que le llamen por un apodo concreto que va
más allá de lo divertido, para adentrarse en el terreno de lo pervertido. Hay
además alguno al que no le basta con las posturas habituales y lleva tiempo insistiendo
a su esposa que sea… la palabra no sería flexible, mejor podríamos utilizar reversible.
Me entero también de que uno de ellos da rienda suelta a sus habilidades
verbales en forma de circunloquios, de tinte pornográfico, que regala a su señora cuando se encuentran
en pleno acto, y de una de las parejas que, y a modo de experiencia ocasional,
decidieron celebrar su aniversario haciendo partícipe a otra dama que les
acompañó por una noche en su alcoba. Mientras tanto los maridos, algunos de los
cuales están metidos en varios proyectos comunes, concretan reuniones en las
que debaten y analizan diferentes propuestas, tratando de mostrar la mejor
parte de su faceta profesional, apostando por proyectos de envergadura, jugando
sus cartas, barajando opciones y aprovechando al máximo cada una de las
ocasiones. Entre ellas, me imagino, habrán acordado sin decirlo el clásico
pacto de silencio mediante el cual lo que se dice en el entorno de lo femenino,
queda restringido al sector masculino, de manera que toda la retahíla de
informaciones escabrosas quedaría en manos de ellas en exclusiva, creando una
enorme bola de incorrección invisible que les llevaría, en plena cena de
parejas, a susurrarse una a otra al oído frases como “¿qué es lo que te ha
preparado esta noche tu marido?” o “luego me repites esa guarrada que te dijo,
me tiene fascinada”. Gracias a este ejemplo constato que, pese a que en
determinadas esferas, y a nivel profesional, el dominio de los machos es
todavía el que impera, son las señoras las que tienen el poder en su boca, y me
refiero al aparato bucal como órgano
generador de la palabra y no como orificio, connotación mental habitual que le
asignan los varones cuando, más allá de los negocios o las relaciones, dejan
volar su mente, tan proclive a eso que algunos llaman vicio.
lunes, 26 de mayo de 2014
ALEGATO PRO CELIBATO
Un grupo de 26 mujeres ha
escrito una carta colectiva al Papa Francisco con la intención de que revise el
celibato. Esta señoras, y como detallan en la misiva, “mantiene,
ha mantenido o querría mantener una relación sentimental con un sacerdote”. A
sus argumentos añaden otro de peso: “El servicio a Jesús y a la comunidad sería
desempeñado con mayor fuerza por un sacerdote que conjuga su sacerdocio con la
vida conyugal”. Mantengamos la calma. Les pido a estas damas que se pongan en
situación y se imaginen que desde el Vaticano levantan el veto y dan vía libre
a su amor. Tras los dos primeros años de relación, donde efectivamente el
sacerdote en cuestión, y habiendo dado rienda suelta a su contenida pasión, se
tomaría su cometido con mayor gallardía y energía sabiéndose amado y esperado
en su hogar, irremediablemente llegaría la implacable realidad en forma de
hastío, conflictos y celos. El tema del confesionario plantearía para muchas un
escollo, ¿o acaso sería de su agrado ver a su amado escuchando susurros, muchas
veces escabrosos, de boca de otra mujer con esa intimidad que da la proximidad?
¿Y qué ocurriría con los WhatsApp? ¿Cómo fiarse de un marido que no conecta el
dispositivo con la excusa de atender a los feligreses? En caso de conflicto
conyugal también habría problemas, ¿sería oportuno acercarse al altar tras una
pelea con el típico “tenemos que hablar”? Y pensando en la sexualidad, si en el
momento del clímax uno de los dos se lanzara con el clásico “oh Dios mío”, ¿se interpretaría
como plegaria habitual o, dado el contexto, podría elevarse a la categoría de
pecado mortal? Quizás el hecho de no haber podido ir más allá en su relación
prohibida les ha hecho perder la perspectiva en torno al asunto. Por ello animo
a estas mujeres a plantearse su postura romántica frente a la espiritualidad
desde una perspectiva de practicidad doméstica.
miércoles, 21 de mayo de 2014
LIGAR SEGURO
El modelo
de ligoteo tradicional se tambalea. Descubro, a través de un estudio reciente,
que una pareja que se conoce y se gusta pasa una media de 42 meses antes de
lanzarse al matrimonio con un gasto aproximado en citas y escapadas de 17.000
euros. En cambio, si esa misma pareja se conociera a través de Internet, el
tiempo estimado de noviazgo sería de 18 meses y el gasto de 9.000 euros. A raíz
de estos datos saco varias conclusiones. 1. Las webs de contactos realizan una
criba fundamental que nos puede ahorrar más de un disgusto. Si uno lee “gótico,
amante de las aves, bisexual”, ya sabe a que atenerse si decide ir más allá. 2.
Las personas sacan lo mejor de sí al principio, lo que puede hacer que uno se
enamore del doctor Jekyll y acabe casándose con Mister Hyde. Conozco más de un
caso y créanme, es un papelón. 3. Los noviazgos son caros. Un amigo me ha
confesado que entre cenas, copas y cines, el polvo le sale de media a 250 euros.
Un dispendio para el que tiene que invertir, así que a veces decide repetir solo
para que le resulte rentable. 4. El estudio no da datos sobre qué es lo que
ocurre tras la boda. Pero, y echando mano de la proporción, si la duración
media de los matrimonios en España es de diez años, los que intiman de modo
tradicional se pueden encontrar recién casados y ya desgastados 5. Certidumbre
sexual. Una de las características de los amantes digitales es que suelen ir al
grano. Lo que se traduce en que en la primera cita se dan unos besos, en la
segunda se meten mano y en la siguiente llevan a cabo todas esas cositas que se
les pasa por la mente. Esto evita frustraciones y ahorra a los sujetos el
trago previo al acto donde solo hay un resultado posible: o das la tallas o
fallas. Así, y en detrimento del romanticismo, considero que Internet es como
un enorme condón sentimental que, y algunos casos, ayuda a ligar más seguro.
martes, 6 de mayo de 2014
LA MEJOR ZONA DE LA CIUDAD
Me comenta una amiga que se
tiene que alquilar un piso nuevo para empezar a vivir con su novio. Convencida,
me explica que está mirando en el corazón del Cabanyal, pues tiene un amigo del
trabajo, un joven diseñador de barba y gafas que vive ahora por allí y, según
sus propias palabras “aunque tiene vecinos gitanos y en su calle hay un poco de
todo dice que es súper autentico”. Yo cuestiono la vigencia de esa autenticidad
que me parece forzada y me imagino a su amigo portando su Mac, vestido con
pantalón ajustado de colores y camisa de diseño, enumerando los encantos del
lugar a sus visitas con la irritante naturalidad que tratan de proyectar ciertos,
y los voy a calificar, creativos autenticistas: “mira, un ultramarinos, allí unos
indigentes, ese perro vive en la calle y a veces les doy de comer, allí en la
esquina comentan que vive un camello, esa casa está llena de okupas, también
hay putas…”, visualizo explicando al joven inquilino hipster, excitado ante ese
panorama tan cotidiano y real, que su mente ha exagerado, y que le hace
sentirse avanzado y especial. Le doy vueltas al tema de los barrios punteros de
esta ciudad y pienso, por ejemplo, en la evolución del Carmen, en su día
epicentro de lo alternativo y sometido a un lavado de cara llevado a cabo sin
criterio, que ha dado como resultado una suerte de escenario como de cartón
piedra, un gueto guiri donde pasean y cenan los visitantes despistados, una
zona souvenir. Una de las pocas cosas que se ha preservado es el Mercado Central
que, gracias a la espectacularidad del edificio, y a fuerza de ofrecer servicio
y calidad, se ha erigido como el templo sagrado de la zona, pese a que los
sábados tiene que aguantar el peregrinaje de modernos diversos, que han
descubierto en el amor por la gastronomía y en la obsesión por lo tradicional,
uno de los pilares de su filosofía. En Ruzafa en cambio el proceso ha sido
distinto. Las calles, arregladas con cabeza, han visto florecer numerosos
locales sencillos pero decorados con gusto, que han conseguido, me imagino que
de una forma consciente, crear su propio ambiente a un precio razonable, huyendo
de lo estridente. Otras dos zonas de nueva creación, Alfahuir y la Avenida de Francia, son una
buena opción para aquellos que quieran parques, calles amplias y algo de
ambientillo, pero no tengan grandes aspiraciones estéticas. Quién se decanta
por el ensanche se va a codear con la clase media trabajadora de bien que busca
continuar con la estela de sus padres. Allá por los Viveros, entre Botánico Cavanilles
y Jaime Roig, hay pisos grandes y se vive muy bien sin tiendas ni pubs, rodeado
tranquilidad. Es perfecto si no te importa salir a pasear y tener que conversar
con tu perro. En la zona buena de la Alameda viven ¿diez? familias con solera y
dicen que se casan entre ellas, preservando así sus apellidos de ser mezclados con los del resto.
Si no te importa coger el coche para ir a comprar el pan o las compresas,
puedes elegir entre las numerosas urbanizaciones que rodean la ciudad. Durante
todo el año podrás caminar por tu pequeño terreno, recogiendo pinocha y
disfrutando del silencio. Solo. En el caso de que el presupuesto no sea un
problema una buena opción es adquirir una vivienda por la zona de Colón,
contratar servicio y prepararte para bajar a la calle y encontrarte a todo el
mundo en plan arreglado, incluso esos días en los que sales con prisas en
mallas y no te has peinado. Hay muchos que no conciben su existencia si no es
cerca del río, pues lo asumen como una vía de escape, un reducto natural donde olvidar
las presiones urbanas. Yo siempre digo que más importante aún que el barrio son
los vecinos, pues conozco a varios que han vivido años amargados por los
tacones punzantes de la chica de arriba, los ronquidos del señor de al lado, la
trompeta, los jadeos, los berreos o las fiestas de verano de los compañeros de
rellano. Muchos dicen que la casa de la infancia es el hogar de la vida. Así
tomo la estrofa de un tango de Aníbal Troilo: “Alguien
dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre
estoy llegando”
LLEGAN LOS MESES HOT
Señores y señoras, ¡queda
oficialmente inaugurada la temporada más descocada de la ciudad!. El miércoles
acudo tras la cena a la apertura de esa terraza inmensa y arbolada cercana al
río. A través de un mensaje nos llega la información, una convocatoria que
salta de WhatsApp a WhatsApp y nos hace acudir en plan legión a los que estamos
en Valencia. Nada más llegar me empapo de la situación. La mayoría de mujeres
luce minifalda sin medias y sandalias de tacón. Mucha espalda al aire, mucha
teta y mucha cadera que se mueve al ritmo de temas pop intercalados con una
especie de reggaetton. Los hombres,
que lucen camisa ligera y un moreno tostado, miran a su alrededor como si se
encontraran en una feria de ganado. A mi, que visto todavía de invierno, me
pilla de improviso ese torrente cachondón que fluye en el ambiente. Tras un
repaso pericial tomo nota mental de lo siguiente: un empresario (casado) aúlla
en el oído de una chica espigada que lo escucha sonriente, una señora (también
emparejada y forrada) serpentea entre dos tíos musculosos que llevan la nuca
rapada y camiseta apretada. La ayudante de un abogado, con el que algunas
lenguas dice que ha intimado, mira glacial para otro lado cuando éste se
encuentra con su ex. Una médico atractiva se marcha ¿de la mano? con el que
creo que es el marido de una de sus amigas. La hija díscola de un matrimonio de
bien se pega el lote con un chico más mayor apoyada en una barra. Siento que el
ambiente está en plena ebullición, como si nos encontráramos dentro de una olla
a presión. Me pregunto si el incienso que flota en el ambiente no estará
aderezado con alguna sustancia que penetre en nuestra mente. A los que la noche
les ha pillado fuera les anticipo que los meses siguientes se plantean hot. Por ello recomiendo cuidarse, hacer
los deberes en casa y salir en pareja. Que a nadie le extrañe si luego se
descuida y pasa lo que pasa…
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