Yo ya soy fan del pequeño
Nicolás. El jovencito de mirada vivaracha y cara de empollón cuya detención ha rivalizado
en nivel de atención mediática con la avalancha de casos de corrupción, tiene a
medio país pendiente de sus andanzas. Poco a poco se van desvelando detalles de
su corta pero intensa existencia a cada cual más sorprendente: el chalet del
Viso, los escoltas, su estatus de espía, la labor de intermediación entre las
altas esferas, las supuestas llamada al Rey…Luego están esas fotos con
políticos, banqueros y empresarios varios, una cúpula de poder de la que, ahora
que ha sido desenmascarado, parece cachondearse posando con ese gesto de “me
estoy quedando contigo”. Pero Nicolás no está solo. La pieza más fascinante del
caso es su íntima y musa Isabel Mateos, alias “La Pechotes”. De esta joven de
belleza espectacular se sabe que lleva un tiempo trabajando como relaciones
públicas en locales pijos de la capital, que estudia periodismo y, a tenor de
sus fotos de Instagram, que disfruta de una animada vida social. Y poco más. El
brillante Nicolás lo clavó con el apodo que le puso a su amiga, pues lo primero
que llama la atención en la mayoría de instantáneas son esos pechos hipnóticos,
proporcionados, bien puestos, que ella se encarga de destacar con escotes
pronunciados y sostenes con relleno. El poder de esos atributos es tal que
parece haber neutralizado la atención que se ha generado a su alrededor,
sirviéndole de protección frente al resto. En su mirada azul parece leerse un
“a partir de estas tetas no”, y aquellos que se aproximan al tema se sienten
turbados por esas cúpulas, que convierten a la interesada en una especie de
Afrodita poseedora de un poder desconocido. Me imagino que ella ya lo sabrá
pero, al margen de que acabe la carrera, estoy segura de que esos dos pechos la
van a llevar hasta donde ella quiera.
viernes, 31 de octubre de 2014
domingo, 26 de octubre de 2014
EL DESNUDO ES LO DE MENOS
El último estreno televisivo
tiene todos los ingredientes para convertirse en un éxito absoluto. Estilo
reality, chicos y chicas sexualmente desinhibidos, un casting que parece hecho
a las seis de la mañana en una discoteca de polígono industrial y lo definitivo,
el elemento clave que se define como la piedra filosofal: el desnudo, a pelo.
Sin pixelados, palabra que se ha revelado como el término de moda. «No pixelan
las tetas, los culos ni los rabos», comentaban unos chicos por la calle. En el
transcurso de la primera entrega una de las concursantes declara a cámara
refiriéndose a un compañero que «no me gustan los pelirrojos con pecas porque
yo me considero pelirroja y no quiero buscar lo mismo, pero sí que me llama la atención
su forma intelectual de pensar». Pese a ello, el chico le confiesa que «tú eres
como la Eva del siglo XXI, que si tatuada, que si tal, más loca que un chorizo».
En una de las tertulias posteriores una
abogada rubia afirma a modo de reflexión que «para desnudar el alma no hace
falta desnudarse por fuera», y una periodista muy seria añade que «los indios
de las tribus iban desnudos hasta que llegaron los occidentales a decirles que
tenían que avergonzarse de su desnudez». En la web del programa destacan lo que
definen como “perlas” e incluyen la frase de la misma chica que les cuenta a
sus compañeros que «lo de Adán y Eva está en el primer fascículo de la Biblia»
y el momento en el que le preguntan por la Alhambra y ella contesta, «¿la
Alhambra o la alambrada?». Cuando yo era pequeña recuerdo
ver en pantalla a les “Monleonetes” sujetando dos huchas a la altura de sus
pechos y la Paella Rusa, con los premios ocultos bajo una langosta o un
caracol. También me vienen a la cabeza las “Mama Chicho”, unas vedettes
italianas que bailaban ligeras de ropa con cosas en la cabeza. En el “Un, dos,
tres” salían unas azafatas sexys en maillot, con enormes gafas de pasta y
escotes infinitos. Y estaba el Euro Millón, con las chicas vestidas de fiesta
que sacaban la bolita y soplaban el número a cámara con tono seductor. Todo
esto puede ser tachado de sexista habiendo dejado en los niños y las niñas del
momento la sensación de que la mujer debe de sacar partido de su cuerpo, de que
es un bonito complemento. Se trata de un tema que a ratos se vuelve candente, que
nosotras tenemos instalado en algún lugar de la mente y que todas sabemos que
aún no está superado. Pese a todo, lo que plantea este reality al desnudo es
mucho peor y más dañino. Los personajes que pasean ante el objetivo no solo
muestran su falta de pudor físico, que ya es lo de menos y que queda como
reclamo fácil para curiosos, morbosos y población general. Lo grave es que
desde la dirección propicien ciertos temas de conversación para demostrar lo
que todos ya sabemos, que además de estar al margen de cualquier tema de cultura
general algunos no saben ni hablar normal. El resultado es éxito de audiencia,
“trending topic” global y un alto nivel de repercusión en diarios, tertulias y
programas que han dedicado horas a analizar los detalles del asunto. Luego
algunos se extrañan de que entre los videos más vistos de la red destaque uno
un mono tirándose un pedo, o el de una chica que aplaude con las tetas o aquel
de unos jóvenes quemándose el pelo con un mechero. Les diré a todos los que
critican y se mofan con las “perlas” de los robinsones sin ropa que no se
sientan superiores ni mejores. El participar de ese teatro barato, el flipar
con la ignorancia ajena, les sitúa en un mismo barco. Si tienen niños en casa
les aconsejo que tengan precaución con el mando de la televisión si no quieren
que en dos días jueguen en los cumpleaños a “tocarse debajo del edredón”, o que
un día su hija llegue y, parafraseando a una de las evas del programa, le
sorprenda con un: «busco un tío con buena economía porque yo siempre
he vivido muy bien…que tenga un buen coche, a poder ser Mercedes o BMW... que
sea un caballero, que siempre conduzca él y que pague las cenas». Pues eso.
viernes, 24 de octubre de 2014
EX–PIACIÓN
Los que afirman que el amor
verdadero es la fuerza total que mueve el mundo y que impulsa las etapas más
intensas de las relaciones, es que todavía no se han cruzado con una ex
cabreada. Victoria Álvarez, ex pareja de Jordi Pujol Ferrusola, es la prueba
viviente del despecho. Tras cuatro años de relación la dama no solo ha sido
determinante a la hora de destapar aspectos clave relacionados con las oscuras
finanzas del clan catalán, sino que se ha despachado a gusto en distintos
medios asegurando que no se trata de resentimiento, que no es una fresca ni una
fulana y los ha tachado de mafia. Siguiendo su estela llega María José
Bargalló, amante en su día del “president”, chivando a las autoridades
pertinentes información denominada sensible, ayudando a tirar de la manta sobre
el tema de las cuentas en paraísos fiscales y echando luz en otra serie de
asuntos de esos que huelen. La jugada maestra, el estoque final, viene de la
mano de Valérie Trierweiler,
corneada y despreciada por el señor Hollande, que ha visto airear sus miserias
en las memorias tituladas “Gracias por este momento”, un relato rabioso escrito
desde un rincón solitario de textura áspera, al igual que la piel ya ajada de
la periodista, y del tamaño moral de una pastilla de Prozac. En el caso de la mujer
engañada y abandonada la venganza no solo se sirve fría, sino también digerida,
premeditada y elaborada. Y yo me pregunto, ¿qué estarían tramando hace un par
de semanas en una cafetería del centro la ex mujer de un conocido señor de bien
y la reciente ex amante? A veces solo hace falta un poco de tiempo y un cambio
de perspectiva para que el que en su día se convirtió en motivo de disputa se
transforme en enemigo común. Adaptación para el caso del refrán de las barbas:
“cuando a dos de tus ex veas confraternizar… pon en orden tus cuentas y empieza
a temblar”.
viernes, 17 de octubre de 2014
DE SEXO, ENANOS Y MUERTE
En las dos últimas semanas un
par de noticias de dudosa veracidad parecen haber copado la atención general,
ébola, consulta soberanista y tarjetas opacas aparte. En una de ellas la
protagonista es una joven de Valencia que, con un pie en el altar, decide
acostarse con el boy diminuto en su despedida de soltera. Nueve meses después
llega la sorpresa en forma de bebé enano siendo así descubierta su pillería. La
otra tiene que ver con una orgía de ancianos que tuvo lugar en Bélgica en el
transcurso de la cual acabaron diez personas en el hospital, siete de ellas
muertas. Los detalles de ambas informaciones se han comentado hasta la saciedad
en espacios televisivos, programas radiofónicos, cenas, reuniones…en muchos
casos sacando punta al lado jocoso, pese a que los dos sucesos tienen un
componente siniestro y escabroso. A mi esto me hace pensar en la absoluta y
completa fascinación que sentimos los humanos por todo lo relacionado con lo
sexual, una fijación tal que supera los limites convencionales del pudor y la
moral y enturbia la visión objetiva que nos hace distinguir entre el bien y el
mal. En nuestra cabeza se aparece ese stripper diminuto vestido con un tanga,
apretando las nalgas y moviendo la cadera. Imaginamos a la chica, desmelenada
en plena melopea, animada por las amigas, por la curiosidad, por el impulso
irracional que solo una vez a las mil nos arrastra al lado oscuro. Luego
visualizamos la bacanal geriátrica, esos cuerpos inseguros y acorchados,
lanzados a una maratón de sexo grupal, un combinado de dentaduras, poco pelo, nalgas
derretidas y miradas desbocadas que, para algunos de los participantes, tuvo un
trágico final. O no tan trágico, pues no son pocos los que apuntan, liberando
de la carga y el temor histórico que se le atribuye al desenlace vital, que
morir fornicando es quizás la forma más placentera de dejar este mundo.
lunes, 13 de octubre de 2014
LA FOTO DEL WHATSAPP
Señoras y señores: las
autoridades competentes advierten de que la foto que escogemos para el perfil
de WhatsApp puede condicionar de manera radical nuestras relaciones con el
resto. Elegir la instantánea que nos mostrará ante el mundo en esta red de mensajería es una
operación delicada que no se puede tomar a la ligera. Algunos se olvidan de que
con esa imagen no sólo van a interactuar con los amigos, sino también con el
resto de personas que tengan su teléfono, véase padres del cole, médicos,
profesores, suegros, mecánicos, jefes, masajistas, electricistas, compañeras de
paddle, chicas de la limpieza, dueños de restaurantes, peluqueros o abogados. Todos
ellos verán, a la hora de contactar, esa foto en bañador enseñando cacha y
chupando de un mojito o ese plano nocturno de pub levantando el pulgar y
haciendo un guiño a la cámara. Sé del caso de una conocida que requirió los
servicios de una empresa de desinsectación para que acudieran a su casa a
fumigar. Tras contactar con un agradable chico se grabó su número de teléfono.
Cuando días después este le envió un mensaje para terminar de concretar la hora,
ella comprobó impactada que en la foto de perfil, que se vio tentada a
aumentar, él aparecía frente a un espejo, mostrando bíceps con cara sensual a
pecho descubierto y en gayumbos. La interesada, que en la suya lucía embutida en
su conjunto de Pilates con escote pronunciado y sentada sacando morros, se
sintió de repente como una concursante de “Gran Hermano” cuando ese tipo de
nombre Raúl le escribió un «vale guapa, nos vemos mañana a las 10». Al día siguiente, tras abrir la puerta a ese joven
profesional que la repasó de arriba abajo con la mirada mientras pronunciaba un
«hola, ¿qué tal?», decidió que había llegado el momento de cambiar esa imagen personal
por una aséptica estampa de un paisaje otoñal.
UNA HISTORIA DE ZOMBIS
De todos los personajes que
protagonizan películas y series de terror los que más me han inquietado de
siempre son los zombis. Mitad muertos, mitad humanos, salvajes, en cacería
constante, buscando carne fresca a la que poder transmitir el mal. Entre todas
las historias de este género hay una en particular que me aterroriza. Se trata
del momento en el que tras una persecución uno de los supuestamente “vivos”
vuelve junto al resto. Los otros lo miran con recelo, el mismo desasosiego que
siente el espectador durante esos segundos en los que es imposible saber si en
realidad el recién llegado es todavía como ellos, o si ha sido infectado, quedando
así privado de su alma, y por tanto convertido en un enemigo, un rival del que
huir y al que combatir. De ser así él se volverá con los ojos ensangrentados
realizando movimientos espasmódicos que harán salir por piernas a los humanos
sanos. Ese “nadie conoce a nadie” aterrador me ha venido estos días a la cabeza
a raíz de la crisis del ébola cuando, desde los medios, han realizado un
croquis de los últimos días de la enfermera antes de serle diagnosticada la
enfermedad. Así médicos, auxiliares, camilleros, conductores, peluqueras,
marido y vecinos han empezado a desfilar por los centros de salud de la capital,
poseídos por la sospecha tras haber mantenido contacto con María Teresa. Me
pongo en su lugar, imagino por un momento la sensación de desconfianza generada
a su alrededor, el “seguro que estás bien” seguido de esa mirada de inquietud de
aquellos que los rodean motivada por el instinto natural del “sálvese quien
pueda”, que lleva a los sospechosos de haber contraído el virus a la más
absoluta soledad física, filosófica y vital. Dejando un momento de lado la
enfermedad en sí y a todo lo relacionado con lo estrictamente médico, alrededor
del asunto se ha organizado un circo que empieza en el momento en el que
algunos comienzan a cuestionar la profesionalidad de una enferma de gravedad,
midiendo su nivel de responsabilidad en función de si dijo o no la verdad.
Luego está el asunto de los guantes cuyas conclusiones se han sacado tras
hablar con la afectada que está aislada, desorientada, hipermedicada, sedada y,
en el momento que escribo estas líneas, a punto de ser vencida por ese virus de
origen africano. También está el asunto del perro, el ya célebre Excalibur cuya
ejecución ha incendiado las redes, y que ha impulsado el nacimiento de grupos
de protesta que son de la opinión de que se debería haber dejado a la mascota
en observación. En un aparte dejo a la panda de descerebrados que se dedican a
crear bulos falsos como la aparición de nuevos contagios o la intervención de
las fuerzas militares, propagando el miedo y el desconcierto entre una
población ya de por si sensibilizada e informada a salto de mata. Esto ha
provocado que algunos prescindan de viajar a Madrid y que vean en el AVE el
medio más rápido de contagio, planteándose incluso si seguir llevado o no a sus
hijos al colegio. La vedette de este espectáculo podría ser el consejero de sanidad
y su incontrolable verborrea, muy al estilo jacuzzi de Jesús Gil, que le ha
hecho compartir con la población algunas perlas ya famosas como el “tengo la
vida resuelta”. El coro reúne a aquellos que exigen la dimisión de la ministra señalando
al gobierno con el dedo, a los que opinan que repatriar a los sacerdotes fue un
error, a todos los que aprovechan para echar por tierra el funcionamiento de
nuestro sistema sanitario, los que politizan, dogmatizan, criminalizan,
satirizan. «Tienen razón», piensan unos. «El tema está tan politizado que es
difícil hacer un análisis en limpio de la cuestión», opinan otros. Yo me pongo
en el lugar de la auxiliar, pienso en esa foto despatarrada en el sofá, en sus
planes para pasar la semana que le quedaba de vacaciones en su tierra que tuvo
que abortar, en esa tarde que se fue a depilar después de acudir al médico,
pues aún pensaba que tenia una vida normal, en las llamadas y mensajes que ha
recibido desde el hospital. Me pregunto si no nos iría mejor si mostrásemos un
poco más de respeto por su situación.
domingo, 5 de octubre de 2014
LA CACA Y LA VIDA
Yo he tenido perro en el
pasado, en concreto dos. En ambos casos he vivido la fase de educación durante
la cual tratas por todos los medios de que no se hagan sus necesidades por la
casa, acotando al principio una zona con papeles de periódico y pautando luego
un horario de salidas hasta que un buen día, momento que sin duda recibes con
alivio, descubres que empieza a controlar y pasas a trabajar otros aspectos
como la alimentación o la obediencia, para lo que tendrás que armarte de
paciencia. En ese punto ya debes de haber aceptado que vas a pasar los próximos
quince años de tu vida enfundándote una bolsita de plástico en la mano,
agachándote cada día y recogiendo de la acera una enorme mierda caliente,
palpitante y maloliente que a veces, y dependiendo del ritmo estomacal de tu
mascota, sentirás como discurre entre tus dedos, como la lava de un volcán.
Luego te quitaras el protector girando la cabeza y caminarás hasta la papelera
más próxima, cargando con el paquetito y sintiendo el peso de esos excrementos cuya
cantidad y consistencia variarán según la edad, el estado de salud o el nivel
de actividad del perro. En el caso del orín la ordenanza municipal de tenencia
de animales dicta, además de lo evidente, que es el hecho de que los
propietarios son los responsables de los daños o acciones provocados por sus
mascotas, que está prohibido que estas “hagan sus deposiciones en cualquiera de
las partes de la vía pública destinadas al paso, estancia o juego de los
ciudadanos”. Para ellos, reza el edicto, existen una serie de zonas habilitadas
por el consistorio para tal fin y, en caso de fuerza mayor, también podrán ser
utilizados los imbornales de la red de alcantarillado y los alcorques de los
árboles desprovistos de enrejado. Yo creo que el asunto está claro. Aunque no
se conozca la ley uno siempre puede echar mano del sentido común, algo que a
veces, motivados por factores como la pereza, la despreocupación o la falta de
conciencia, algunos deciden desoír porque la realidad, más allá del parco programa
de limpieza del ayuntamiento, es que las calles de Valencia están plagadas de
cacas y meadas de perro, un rastro que se puede ver, oler y pisar, un goteo que
decora nuestro paisaje y que hay que esquivar, saltar, tratar de evitar,
incluso en los barrios del centro. En el resto de la ciudad, en las zonas que
no son consideradas principales, la cosa ya es criminal, lo que sumado a la
falta de atención de las calles en general, más el aspecto que presentan muchas
veces las zonas de contenedores, más los restos tras el fin de semana que dejan
los botellones, nos da la imagen de favela.
Recuerdo el estreno de la
película “Prêt-à-porter”, dirigida por Robert Altman, y su crítica feroz al
mundo de la moda, a los desfiles, a los diseñadores y en general a una
industria que a los ojos del realizador se presenta vacua, casi ridícula. A lo
largo de la cinta, que está ambientada en el marco de la semana de la moda de
París, varios de los personajes se topan con cacas de can, que quedan
impregnadas a sus zapatos de marca, provocando un trastorno tan engorroso como
puntual, devolviéndoles por un momento a la realidad que todo lo empaña más
allá del glamour y lo distante de ese universo de lo perfecto, lo efímero y lo
bello. Pienso si tal vez esas cacas con las que nosotros tenemos que lidiar
sean una manera de recordarnos lo gravoso de la existencia. Que quizás esos
dueños de entrada incivilizados se salten a la torera la normativa y el respeto
al resto con el fin de ir un paso más allá, imponiéndonos la mierda de su
mascota que no es sino el símbolo de la sociedad civilizada frente al impulso
de lo natural. A partir de ahora cuando descubran a alguien tratando de huir
sin recoger los restos de su amigo fiel de la acera les insto a que le den las
gracias, pues ese excremento promete actuar en nuestra mente al igual que lo
hace la esponjosa magdalena en el subconsciente de Proust, reforzando el
poderoso vínculo con lo escatológico que nos mantiene anclados a la vida. Porque,
¿quién querría ensuciarse la mano teniendo la oportunidad de instruir y a la
vez cagarse (literalmente) en el resto de la humanidad?
viernes, 3 de octubre de 2014
SECRETOS DE LUPANAR
El novio de una amiga coordinó
en el pasado las obras de un local de alterne. Un día nos contó algunos
detalles, a mi parecer sorprendentes, sobre el funcionamiento de este tipo de
garitos y por ende, del modus operandi del hombre. Lo primero que le llamó la
atención fue cuando en los planos vio una zona enjaulada con argollas en la
pared. Él pensó que estaba destinada a alguna actividad relacionada con el
vicio de corte sado. Al preguntar, movido por la curiosidad, el dueño le
informa de que se trata de un apeadero para perros. «No son pocos los que dicen
que salen a dar una vuelta con la mascota y se dejan caer por aquí. Les
permitimos la entrada pero tienen que mantenerlas atadas», explica. A los pocos
días descubre sorprendido que en las habitaciones, en lugar de somier, debajo
del colchón hay un bloque de hormigón. Pese a que da por hecho que se trata de
un tema estético decide investigar y recurre al encargado. Éste le explica que
en los casos en los que han colocado camas normales estas bailaban por la
habitación hasta quedarse sin patas. «Ten en cuenta que los clientes vienen en
máximo estado de fogosidad, eso se traduce en una energía desmedida», le aclara
con una sonrisa. Atrapado por ese universo que le es ajeno sigue indagando hasta
dar con otro dato a sus ojos revelador: la hora de máxima actividad se da entre
las seis y las ocho de la mañana. ¿Cómo es posible?, se interesa. «Muchos solo
pueden venir antes de ir a trabajar y les toca madrugar. Vienen con el maletín
en la mano, vestidos con el traje de chaqueta. Luego se tienen que volver a
duchar…», le cuenta. Él, que siempre ha sido un tipo fiel y trabajador, se
pregunta en voz alta como es posible que carezca de esa picaresca masculina. Su
novia lo mira amorosa y le coge de la mano. Yo pienso, no sin malicia, que más
que un tema de lealtad se trata en realidad de una cuestión de oportunidad.
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