viernes, 28 de noviembre de 2014

UN PASADO ABULTADO




“Cualquier tiempo pasado fue mejor”, dicta la estrofa de Jorge Manrique, lo que juega en desventaja respecto al futuro del amor. Esta reflexión viene a colación después de que un amigo me narre un hallazgo en su casa. «Estaba ordenando papeles cuando, en el fondo de un cajón, aparece el clásico sobrecito amarillo de Kodak. Dentro encuentro unas fotos de mi mujer y su ex, de vacaciones en Formentera, a finales de los 90», me cuenta. El tema es que, su esposa, que entonces rondaba los veintipocos, aparece en las imágenes pletórica, atlética, con una sonrisa radiante y ese gesto de determinación que te da el saber que tienes toda la vida por delante. La pareja aparece retratada paseando abrazada en una cala que se presenta salvaje y desierta. En una de las fotos que me muestra lucen poca ropa y el ex, que ahora trabaja de consultor, parece una suerte de Tarzán, con el pelo abundante y revuelto, los músculos marcados y muy bien dotado. «Nunca he sido celoso pero al verla tan feliz, parecían muy unidos», confiesa. Me cuenta que él la tenia fichada, que aguardó en la sombra a la espera de ese «creo que mereces algo más», «nos hemos estancado», del «no sé si estoy enamorado» tan propio del momento. Durante un tiempo tuvo la sensación de que se la había arrebatado a aquel ex, de que le robó su lugar en la cama, la curvatura de su espalda, el tono de su voz cuando se ponía a gemir, a susurrar. Cuando alguna vez se lo cruzaron a él le pareció alto y templado pese a que ella le dijo que lo veía más gordo y desmejorado. Un día le preguntó con quién gozaba más y ella le contestó que nunca pensaba en el pasado. Entonces comparte conmigo la cuestión que de verdad le fustiga: «¿has visto el bulto del bañador?». Yo miro la fotografía, elevo las cejas y él me recuerda que en ese momento no se usaba el Photoshop. «Seguro que tú tienes más pelo», le digo a modo de consuelo.

viernes, 21 de noviembre de 2014

ENGORROS FEMENINOS




Mi hijo de cinco años me preguntó no hace mucho de donde salió cuando nació. Yo le dije que del ombligo, lo que ha provocado que cuando me levanto la camiseta él mire esa zona con aprensión. Días después se interesó en como llegó a mi barriga. Le expliqué que fue gracias a que su padre y yo pensamos un día en él. Desde entonces cuando estamos callados o me ve concentrada me pregunta si estoy haciendo otro bebé. También se ha cuestionado por qué las chicas no tienen pito, a lo que le he contestado que se trata de un tema de diseño, que cuando nos crearon es así como fuimos dibujados. Me pregunto hasta cuando será conveniente disfrazar de esa manera la verdad cuando me viene a la cabeza la historia de un amigo que marcó sus años de niñez. Resulta que están él, que en ese momento contaba con doce años, y su hermano menor, de diez, comiéndose un bocadillo de tortilla en la playa de Cullera. Su madre lee una revista con la que a ratos se abanica bajo la sombrilla. Se quita las gafas de sol y los mira. «¿Sabéis por qué mamá no se baña?», pregunta. Los dos se encogen de hombros con la mirada puesta en la orilla. «Las mujeres tenemos una cosa que se llama menstruación», les cuenta. Y se lanza con un relato esperpéntico acerca de fluidos y compresas que culmina con el “cómo se hace un bebé”. Los dos críos, mudos, la observan impactados sujetando el bocadillo que de repente se les hace bola. No contenta, la madre añade cómplice, «Merche, tu amiguita, debe de estar a punto, se le marca el pecho en la camiseta», culmina. Él estuvo años impresionado por aquella confesión, imaginando el cuerpo de la mujer como un lugar complejo y engorroso. Sensación que se tornó en terror cuando vio en televisión “Carrie” y llegó la escena de la ducha. Yo, siguiendo su advertencia, prefiero esperar a que descubra los detalles por su cuenta.   

viernes, 14 de noviembre de 2014

ENAMORADO DE UN CULO




Estoy de cena con madres del cole en el restaurante de un amigo. Las conversaciones, como siempre que se junta un grupito de mujeres, saltan de tema en tema, se mezclan, se superponen, se marean, aumentan de volumen, se paralizan por una sonora carcajada y vuelven a enredarse de nuevo. La cosa es que, a raíz de la reciente separación de una de ellas sale a colación, como no, el tema del amor. La dama soltera se siente atraída por un hombre más joven que ella, de cuestionable nivel cultural, que trabaja de manera irregular como masajista. «Me pierden su sonrisa y sus manos, ya sé que no somos compatibles, pero cuando lo tengo delante se me va la cabeza», confiesa. Mi amigo, que en ese momento saca los cafés, se lanza a compartir su experiencia. «Uno se puede quedar colgado de una voz o de unas tetas. Yo en la universidad me enamoré de un culo. Cada mañana lo veía pasar camuflado debajo de un vaquero. Aún así percibía su tersura, la curvatura, el ‘toc toc’ que parecía perturbarlo a cada paso para luego volver en décimas de segundo a su estado natural. Al final lo conocí, lo tuve entre mis manos, lo admiré de noche, a la luz del día, a la hora de comer, con el reflejo tenue del atardecer. A veces, caprichoso, le colocaba una flor, o lo utilizaba para apoyar un libro y leer sobre él. Le compré aceites, cremas y todo un arsenal de ropa interior, recé por él, le hice cientos de fotografías, incluso le compuse una canción», relata. «¿Y qué pasó», me atrevo a preguntar. «Que un buen día se acabó, desacuerdos con su dueña», recuerda con nostalgia. A mi me viene a la cabeza la propietaria del trasero y como habrá evolucionado su relación con él, si se llevarán bien, si habrá conocido a otro hombre que se haya prendado de sus nalgas, y si la historia que nos ha contado es producto del fetichismo o guarda, como sospecho, grandes dosis de realismo. 

viernes, 7 de noviembre de 2014

UN MONO CON PISTOLA




El pasado viernes llego a la consulta de un amigo fisioterapeuta. Al entrar le pregunto ¿qué tal?, él me sonríe, levanta el dedo índice y me indica que escuche la canción que invade el ambiente. Se trata de “Friday I’m in Love”, el tema de The Cure cuya letra sitúa al quinto día de la semana como la jornada más propicia para el amor. «Yo el viernes me pongo tontorrón», me explica. Le pido que me cuente más y él lanza una reveladora teoría sobre las llamadas y el momento. «Si un tío te llama el lunes para quedar el fin de semana es que está desesperado. Si lo hace el martes es un poco perdedor, el miércoles es la señal de que anda algo despistado, pero no estaría mal. El jueves es el día ideal, aunque los tíos que molan de verdad llaman el viernes a mediodía», confiesa. «¿Y eso una como se lo tiene que tomar?», me intereso. «En caso de que la llame el viernes la mujer debería mandar al tipo a cagar», sentencia. Sus palabras me hacen reflexionar y me dispongo a rebatir cuando sale con una excepción al teorema, que tiene que ver con el hecho de que el macho en cuestión se haya entregado de manera reciente a la práctica onanista. «En ese caso lo normal es que pase de llamar. Si aún así lo hace es que de verdad está interesado, por lo tanto la dama, de saberlo, podría esperar algo más», revela. No puedo evitar pensar en si la experiencia de mi amigo se puede extrapolar al total del género masculino. Analizo la primera estrofa de la canción, “no me importa si el lunes es azul, el martes gris y el miércoles también. El jueves, no me importas. Es viernes, estoy enamorado”, reza el tema. La simpleza de la idea, basada en la comparativa cromática, me hace comprender que en estos casos el hombre saca a relucir su razonamiento más pueril. Entonces él concluye con una máxima final que resume lo explicado: «un hombre con el arma cargada es como un mono con pistola». Y no hay más.

domingo, 2 de noviembre de 2014

FEMICHISMOS



El encargado de gestionar los contenidos de las redes sociales de la Policía Nacional es un cachondo. Se llama Carlos Fernández y desde su puesto de community manager se ha granjeado las simpatías de sus miles de seguidores con ingeniosos tweets como “si has visto algún camello (y no los de la cabalgata) cuéntanoslo…”, u otro en el que advertía de que al cruzar fronteras “los porros, mejor liados”. El tal Carlos, que parece dominar el idioma juvenil modernero del momento e introduce en sus textos términos como trendy, hipster, trena o mambo, ha regalado a sus fans esta semana un mensaje en el que comparte la imagen de un agente macizo, con los bíceps tan currados que parecen a punto a hacer estallar la tela del uniforme reglamentario. El tío bueno además lleva pulsera de eslabones, gafas de sol y tiene los brazos cruzados en un gesto de tipo duro que intimida y puede recordar a Clint Eastwood a las señoras de cierta de edad, y a Ryan Gosling a las más jovencitas. El texto que acompaña a la instantánea reza así: “tú y tus necesidades en seguridad sois nuestra razón de ser. Si nos necesitas, llámanos!”. Las reacciones no se han hecho esperar y no son pocas las ciudadanas que se han  lanzado con réplicas, algunas de ellas mordaces, a la altura de la foto del estilo “ya me puede detener”, “que me metan en el calabozo” o “¿es un poli o es un stripper?”. No puedo evitar pensar qué hubiera pasado si la fotografía hubiera estado protagonizada por una mujer policía vestida con el uniforme apretado, la melena suelta y marcando culo mientras acaricia con su mano la porra. Los comentarios entonces hubieran sido lanzados por cientos de tíos animados por esa agente caliente que hubiera avivado la versión más “si te pillo te reviento” de los machos. Ciertos colectivos se hubieran llevado las manos a la cabeza, miles de mujeres se hubieran declarado ultrajadas y el community manager de la policía hubiera cambiado su estatus actual de ocurrente y gracioso por otro de machista y asqueroso, dando por finalizada su etapa de tío enrollado en el cuerpo.

Esta semana ha circulado por la red un video de esos que se hacen viral en el que una chica vestida con camiseta y pantalones ajustados se pasea por las calles de Nueva York durante una jornada. El objetivo del experimento es comprobar como durante el trayecto, que dura diez horas, algunos de los hombres con los que se cruza le dedican piropos más o menos subidos de tono. En total 108. La iniciativa ha sido ideada por la organización Hollaback! que tiene como fin luchar contra el acoso sexual en las calles de Estados Unidos. Ahora les planteo el caso al revés. Visualicen que el que se pasea es un macho atractivo vestido con tejanos y camiseta ajustada. Traten de imaginar a la larga lista de mujeres que se cruza durante esas horas, las miradas que le pueden dedicar, las palabras, los grititos de algunos grupitos. Si hiciéramos el experimento en este caso el video seria tildado de gracioso y el protagonista, lejos se sentirse acosado, lo más seguro es que sonriera halagado. Yo misma he sido testigo en más de la ocasión de la llegada de un policía o un bombero guapo y he visto la reacción de las mujeres del lugar, dándose codazos, partiéndose de risa y fantaseando con las dimensiones de determinados atributos. Lo mismo pasa con los camareros, los profesores de gimnasia y cualquier otro varón que, al margen de su profesión, destaque por su físico. Esa fantasía colectiva con los uniformes y la autoridad debe de ser la explicación al por qué en las despedidas de soltera los stripper casi siempre van caracterizados de miembro de alguno de los cuerpos de seguridad o de bombero. ¿Quién no se desmelenado alguna vez en uno de estos saraos cuando ha entrado el boy sujetando la manguera a la voz de “vengo a apagar el fuego”? Insto a reflexionar sobre el tema y a valorar con perspectiva la diferencia entre lo que significa acoso y algo que puede ser inofensivo y gracioso. ¿Por qué nadie graba una pieza sobre las miles de cosas buenas que pasan entre hombres y mujeres? Igual es que el tema no interesa.