viernes, 27 de marzo de 2015

SEXO DE CARRETERA




Estos días circula por la red la foto de una pareja teniendo sexo (¿rápido?) sobre una moto en marcha en una carretera de Goa, en India. Ambos fueron retratados por un ciudadano ejemplar que subió a las redes la instantánea animando a la policía a investigar el suceso. Mientras leo la noticia se aparece en mi mente la imagen de un par de turistas jóvenes, con ese aire desenfrenado que te da la sensación de libertad. Lo imagino a él rollo surfero, con el pelo alborotado dorado por el sol, la piel tostada y los brazos musculados agarrando el manillar de una moto potente, una camisa de lino envejecida abierta, gafas de sol y glúteos marcados. Ella, de larga melena castaña y rasgos mezclados con un punto oriental, le rodea la cintura con unas piernas infinitas y se agarra a su vez al manillar con la espalda estirada sobre el depósito de la moto, dejando al descubierto un pecho turgente del tamaño ideal, arqueando la cadera en una postura flexible que a los ojos del resto de los mortales resulta imposible. Ambos vuelan por una carretera infinita con la piel erizada, sus cuerpos fusionados y al fondo una puesta de sol de postal. Entonces me cae encima un cubo de agua fría. Al final del texto del periódico digital se incluye la foto que capta el momento y me devuelve a la realidad con la fuerza de un tortazo. En la imagen un hombre no delgado en plena mediana edad conduce una moto de alquiler vestido con una camiseta de publicidad y unos calcetines color carne subidos hasta la rodilla. La mujer, dejada caer frente a él, muestra unas pantorrillas rotundas coronadas por unos pies gigantes que se doblan a los lados. La luz es tosca, la carretera descuidada y la postura tiene el deje semi improvisado del porno amateur. Concluyo así, y a favor de la sofisticación mental, que en cuestiones sensuales mil palabras bien usadas valen más que cualquier fotografía.

LA OTRA PRIMERA VEZ




Dicen que el primer beso nunca se olvida, y lo mismo vale para esa primera vez en la que uno decide entregarse por completo a otro e iniciarse en la senda del gozo. Luego habrá más parejas, experiencias, desengaños, compromisos, quizá una boda, puede ser que uno o varios hijos, y con esa nueva vida llega lo estable y fundamental pero muchas veces previsible. En esa etapa andaba Silvia hasta que se vio sorprendida por una crisis con el fuera quince años su marido, seguida por una fase de separación y el divorcio definitivo. Adaptada a su nueva situación y otra vez en el mercado Silvia conoce a Miguel, también separado. De un día para otro ella se ve sorprendida por un intercambio de mensajes vía WhatsApp que comienzan con un tono cordial y van subiendo de temperatura a nivel gradual conforme avanza la confianza. Silvia, desentrenada, recibe sorprendida esos “cada día mes gustas más”, “me pones muy caliente” o “te voy a comer entera”. Ella le comenta a sus amigas que siente mariposas en la barriga cada vez que está con él y que se pone a temblar si lo imagina junto a ella sin ropa. «¿Creéis que es normal sentir esta clase de emociones ya cumplidos los cuarenta?», les pregunta. Y les pasa a relatar su experiencia con el pulso acelerado, la falta de apetito, el interés por la ropa interior obscena, la precisión en la depilación, la sensación de mareo, los nervios del primer beso y los detalles de esa noche que decidieron compartir cama. «Nos costaba hasta hablar, fue todo muy torpe y a la vez muy bonito, no sabía qué hacer con las manos, yo estaba cortada y él cagado. Al final hicimos lo que pudimos y no debió de estar tan mal, porque a los pocos días repetimos», les cuenta. Las otras suspiran, ella sonríe y la tierra sigue girando impulsada por la misma gravedad que atrae a las personas una y otra vez. En su mano está hacer que sea la primera.

domingo, 8 de marzo de 2015

LOS “NO AMIGOS” DE FACEBOOK



No hace mucho mi sobrina de quince años protagoniza una escena que a mi parecer define la esencia de las nuevas relaciones. Mirando atenta la pantalla de su smartphone le dice a su progenitor levantando una ceja, «papá, ¿me has vuelto a pedir amistad en Facebook? si ya te rechacé una vez…». El padre la mira sin saber qué contestar, yo reprimo una sonrisa y pienso en que no es lo mismo la relación real que la que se establece en una red social. Recuerdo la teoría de un amigo sobre la pertinencia de mantener distancia virtual con aquellas tías que le interesan. Él cuenta que, tras un tiempo de observación, ha llegado a una conclusión: hay que separar lo que es la vida social de esa otra faceta más personal y en ocasiones poco legal. Es decir, que una buena manera de constatar si tu pareja está interesada en esa persona de su entorno que, por lo que sea te inquieta, sería comprobar si la tiene de amiga en su lista de contactos de Facebook. Si la respuesta es afirmativa todo apuntaría a una relación meramente cordial. Pero si entre ellos no existe relación en la citada red social uno se puede empezar a preocupar. «No lo acabo de entender», anuncia un tercero que está presente. «La gente por lo general tiene dos facetas, la vida personal y la profesional, ambas visibles, relativamente compatibles y que se suelen mezclar en el mundo virtual. Hay personas que tienen una tercera parcela prohibida que reúne compañías cuestionables, algún vicio y todo lo que tiene que ver con la vertiente sexual prohibida. Esta es la parte que se mantiene aparte en lugares como Facebook. En resumen, existe toda una red de alcantarillado donde se mueven aquellos que se portan regular», sentencia. Veo entonces lo que ocurre en las redes como una puesta en escena y a esa zona oculta como una versión más obscena, privada e inapropiada de la vida.

INTELIGENCIA SEXUAL



Todos en nuestros años de escuela nos enfrentamos en alguna ocasión a los llamados test de inteligencia, esa tediosa batería de pruebas que pretendía calibrar la cifra que daría como resultado nuestro coeficiente intelectual. Tiempo después los psicólogos cayeron en la cuenta de la necesidad de añadir a la ecuación la parte sensorial y vivimos la era de la “inteligencia emocional” y la empatía. Al trabajar en la esfera del ser humano mental y a la vez próximo y cercano alguien se dio cuenta de que habían pasado por alto el estudio de la faceta más salvaje y, queriendo acotar el terreno con su propia nomenclatura, pasaron a llamar a esta disciplina “inteligencia sexual”, combinación de palabras que en si misma es un oxímoron, ya que se trata de dos términos opuestos en una sola expresión, pues copular y pensar no pueden ser simultáneos. Y cuando digo pensar me refiero a intentar comprender este mundo. Según los autores del libro “Inteligencia Sexual” muchas de las frustraciones en este terreno se resolverían con una mayor actividad no oral, sino verbal, incidiendo en la importancia de hablar de nuestras necesidades en pareja. La pregunta que a algunos les rondará por la cabeza es, ¿una mayor inteligencia sexual nos garantiza una vida íntima más activa?. No les quiero desanimar, pero los expertos afirman que no. La teoría se basa en el propio conocimiento, en entenderse mejor a uno mismo para poder controlar. Lo bueno de la historia es que este tipo de inteligencia no es innata sino que se puede desarrollar. Pensemos en una gata en celo, en un perro cuando sale desbocado con ansias de montar, en un mono excitado, en un caballo en el momento de ser apareado. La clave es: si el instinto carnal está intrínsecamente arraigado a nuestro lado animal, la inteligencia sexual quizá sirva para gestionar el después, pero nunca el antes ni el durante.