lunes, 27 de abril de 2015

PAGAR POR AFECTO




Me tiene un rato reflexionando una frase de la película italiana “La gran belleza” en la que una vieja amiga le comenta al protagonista, mientras cenan un plato de sopa, “de vez en cuando un amigo tiene el deber de hacerle sentir al otro como cuando era niño”. Enlazo mentalmente con una noticia que leo en un diario digital que afirma, estadística en mano, que un tercio de los hombres que recurre a prostitutas lo hace buscando afecto y cariño, por delante del sexo. Pienso en varias parejas que conozco y llego a una conclusión: las mujeres, como algo normal, reclamamos en la persona que tenemos al lado respeto, lealtad, cariño y comprensión, pero, ¿somos a la vez conscientes de las verdaderas necesidades afectivas que tiene el varón?. Le pregunto a un amigo divorciado y de nuevo enamorado acerca de los motivos reales de su separación, y me confiesa que en lo más hondo de su corazón anhelaba sentirse querido. «Cuando estaba casado nunca pensé en otra mujer como algo sexual, sino que empecé a echar en falta el beso de la mañana, un abrazo de despedida o de bienvenida, una caricia, una mirada de complicidad, el calor de la cama compartida, dormir con los cuerpos enlazados, un “¿cómo estás?”, “¿te puedo ayudar?”, un “todo va a ir bien”, cogerse de la mano, los mordiscos en el cuello, la sensación de unos dedos enroscados en el pelo, el saberse escuchado, llegar tarde de trabajar y que te esperen para cenar o levantarte temprano para coger un avión y que esa persona te acompañe para desayunar, que alguien disfrute de mi olor, compartir manta en el sofá, salir a dar un paseo, mirarse de verdad…», enumera. Yo lo miro y pienso que quizá el secreto del amor eterno no tenga tanto que ver con la química y la pasión. La clave puede estar en esas cosas que parecen insignificantes pero que en el fondo son tremendamente importantes.

lunes, 20 de abril de 2015

CALIENTE DE CABEZA




Merche llegaba el otro día a la conclusión de que los días de lluvia, cuando está aún metida en la cama por la mañana y escucha las gotas rebotando en cristal, le entran  muchas ganas de hacer el amor. Casi a la vez se daba cuenta de que al aplicarse crema en los senos y sobre la parte alta de las piernas tras hacer ejercicio, también sentía un nivel considerable de excitación. Al subir junto a su marido en coche, en el momento de ponerse el cinturón, el ruido metálico del enganche y la sensación del tejido duro ajustado a su cuerpo inmovilizado, le hizo pensar en un brazo desconocido que la rodeaba desde atrás mientras alguien susurraba palabras húmedas en su oído. En una comida derramó por descuido un poco de aceite sobre la mesa y, en vez de limpiarlo con un trapo, posó el dedo sobre la gota y la extendió, disfrutando la textura de esa superficie lisa y satinada que le recordó a la suave fricción que se produce cuando la piel está mojada. Merche se aplica el pintalabios y luego se repasa la boca con el dedo, desde el pequeño pliegue central hasta la comisura, emborronando ligeramente los contornos que parecen recién salidos de un beso. No hace mucho ha empezado a ser consciente del momento en el que se quita el sujetador y su pecho queda liberado, suspendido, acariciado por una brisa que parece gravitar en el espacio de su habitación. Y de cuando se seca el pelo con el secador y cierra los ojos concentrada en el chorro caliente que traslada desde la parte alta de su cabeza, hasta su frente, y baja lento por el rostro, transcurre por su torso y descansa en su barriga. «A ti te falta sexo», es la conclusión que saca su íntima amiga cuando ella le cuenta lo que vive. Merche niega con un gesto y sonríe, pues el sexo que ella desea es el que tiene en su cabeza. Lo otro hace ya tiempo que le da bastante pereza.

AQUÍ AMOR ALLÁ SEXO



«Ahora ya sé como piensan los tíos», afirma Blanca, «la clave está en separar el sexo del amor, tratarlos como dos elementos compatibles pero perfectamente independientes. Esa es la clave del instinto cazador del varón que se basa en la obtención de parejas sexuales con la intención de afirmarse. Ellos no piensan que para gozar hay que amarse», señala. Otra del grupo saca a colación una frase del guión de la película Nymphomaniac, de Lars von Trier, en la que una joven le dice a la protagonista, “el amor es el ingrediente secreto del sexo”, a lo que mi amiga  añade, «creo que el impulso carnal sin sentimiento tiene que ver más con el comportamiento animal que con lo vínculos que se crean entre humanos».
Blanca habla entonces de los mitos románticos, de la idea impuesta de noviazgo y matrimonio, de los “te quiero”, los “te amo”, del “no soy nada sin ti”, de la fantasía de dar con esa media naranja que te complete y junto a la que todo cobre sentido, «eso es algo pleno y placentero que sin duda está muy bien. Pero la historia ha revelado que un hombre puede estar enamorado de su mujer y a la vez tener sexo con otra, y no por eso dejarla de querer. Se le llama affaire y está socialmente aceptado. ¿De verdad creéis que ellos están más preparados?, si ya está más que demostrado que no puede hacer más de una cosa a la vez», constata. Entonces anima al resto de las presentes a tener una aventura, «que no es lo mismo que ser infiel, pues se puede hacer estando soltera. La idea es centrarse en lo físico prescindiendo de la carga del compromiso. Se supone que esa liberación de la carga emocional nos ocurre ya cumplidos los cincuenta, pero yo os animo a adelantaros, a aprender a separar la carne del pescado, el vino del agua, lo dulce y lo salado o, ¿acaso al hombre se le dice en algún momento de su vida que para disfrutar en la cama hace falta estar enamorado?