Esta semana sale a la luz que
David Cameron introdujo su miembro en la boca de un cerdo muerto, un escabroso
suceso que tuvo lugar durante su etapa universitaria en Oxford. La noticia nos
puede provocar un “vaya, como son los ingleses para estas cosas” y traernos a
la cabeza la foto de hace unos meses en la que aparece John Sewel, presidente
de la cámara de los lores, fumando un pitillo con gesto teatral ataviado con
sujetador rojo y chupa de cuero. Resulta que la imagen es tan solo un fotograma
de un video en el que, el que fue ministro de cultura con Tony Blair, mantiene
relaciones con dos prostitutas y esnifa cocaína de los pechos de una de ellas.
En el extremo más alejado del tablero tenemos a Pablo Iglesias soltando en un
acto reciente que le van a dar sexo y látigo a Artur Mas. Leo en un una
entrevista sobre el tema que el líder de Podemos confiesa que practicar sexo “es una cosa que sería muy saludable en campaña para soltar
tensiones” que el látigo, “va en función de lo que le guste a cada uno”, y pasa
a nombrar a Pedro Sánchez, al que “le gusta el sexo pero con un poquito sólo de
látigo”. En la misma línea está la frase de Lluís Llach que acusa al de Podemos
de tener “obsesiones sexuales con Mas”, y una columna en la que Elvira Lindo
fantasea con como debe ser pegar un polvo en la casa de un desmelenado Iglesias
en Vallecas, entre muebles de su abuela. ¡Qué aburrido!. Yo me imagino ahora la
escena a lo bristish. En ella tenemos a Artur Mas enfundado en cuero pasándole
el plumero a dos meretrices cubiertas tan solo con una barretina. Iglesias
lidera una suerte de orgia con miembros de su cúpula mientras recita a Miguel
Hernández, Iceta con penacho pone temas de Village People, Elvira Lindo se unta
el cuerpo en salmorejo y se alivia a lo Olvido Hormigos y Pedro Sánchez, a
pecho descubierto, posa para un selfie grupal luciendo banda de míster y cetro.
viernes, 25 de septiembre de 2015
martes, 15 de septiembre de 2015
TERCERA EDAD DEL SEXO
Resulta que “45 años” la
última película del director británico Andrew Haigh está considerada tabú. Por
el contenido sexual. El motivo del escándalo no es el sadomaso ni ningún tipo
de alambicada relación incestuosa. Aquello que ha puesto el grito en el cielo
de determinador sector “conservador” son las escenas de sexo entre una pareja
interpretada por los afamados Charlotte Rampling, de 69 años de
edad, y Tom Courtenay, de 78. El responsable del proyecto comenta que le
inquieta el hecho de que a medida que envejecemos el sexo se perfile como un
elemento torpe, feo, escaso e invisible. El
tema es que los humanos poseemos una "falla psicológica" que nos lleva a rechazar la idea de
imaginar a nuestros padres o abuelos en pleno misionero. Algo así como “del
polvo vienes pero tus padres no copularán”. ¡Milagro!. Un tema que más tiene
que ver con la estética que con la edad pues, ¿no preferirían ver en la cama a
Sean Connery y a Jane Fonda que a dos jovenzuelos sobrealimentados, inexpertos
y poco agraciados? Expongo el tema en grupo y alguno opina que el acto sexual es
algo privado cuyo fin no es para satisfacer a terceros. Otra alega al modelo
único de estética imperante donde la tersura se valora por encima de la
experiencia o la indecencia. Un tercero anima a pasar por encima de lo corporal
y centrarse en la unión de dos almas enlazadas por el deseo, el amor o el
frenesí. Coincidimos en que el sexo maduro está pendiente de revisión en el
sector de la ficción y, si bien damas como Diane Keaton o Meryl Streep han
conseguido ampliar el espectro del amor romántico hasta más allá de los sesenta,
los protagonistas de estas cintas, hasta ahora, cerraban la puerta de la
habitación cuando empezaba la acción. Yo me pregunto, ¿serán conscientes Isabel
Preysler y Vargas Llosa de que pueden convertirse en el símbolo de un género
aún por explorar?
DESEANDO EN PRESENTE
La escena es la siguiente.
Una señora en la cincuentena bebe de un cóctel sentada en una hamaca cerca de
la piscina. La dama, de piernas largas y piel tostada, podría definirse como “bien
conservada”. Junto a ella la hija. Una post adolescente de unos veinte de
abundante melena despeinada y cintura estrecha. Recostada en una silla, está
enfrascada en su móvil con aire despreocupado mientras retuerce entre los dedos
un mechón de pelo. A su lado descansa un jovencito de rostro vivo y cuerpo
delgado y musculado al que, tras besar a la del móvil en el cuello, yo
identifico como el novio de ella. Un poco apartado el padre de familia dormita en
la tumbona con las manos enlazadas sobre un vientre que comienza a ser
prominente. En el suelo reposa una birra. La estampa podría servir de postal al
recoger la esencia del iberismo estival pero, al afinar un poco la mirada,
descubro algo más. El chaval gira la cabeza al tiempo que se sienta erguido y
saca pecho. Su mirada se posa en el rostro de la madre que succiona con
precisión la pajita para, con gesto distraído, extraer del vaso un fresón y comerlo
a pequeños bocados mientras un fino hilo de líquido gotea desde su mano. El
padre bosteza y se rasca la axila ajeno al resto. La hija continua con el whatsapp.
Desde mi puesto detecto las ganas de sexo de mamá, un deseo preciso y solo
audible para algunos, como un silbato para perros. Observo como el joven
cachorro lo percibe, incapaz de apartar la mirada, seducido por las uñas largas
pintadas, la cadera curvada, el aroma de una experiencia que él solo ha visto
en el porno. Entonces la hija se levanta, estira el brazo y les pide que posen
para un selfie. Ambos sonríen y se me pasa por la mente que ocurrirá esa noche,
o si llegan a coincidir los dos solos en el coche. ¿Quizá ya han consumado?.
Resolución verbal: el sexo solo entiende de gerundio y de presente.
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