Joaquín Fernández Díaz, ex
vicesecretario del PP de Asturias implicado en la Operación Pokémon, escribió
en su ordenador en el aparatado de anotaciones contables los concepto
“putiferios” y “putas y varios”. Por si las dudas. El implicado no se anduvo
con rodeos a la hora de clasificar esas partidas procedentes de unos fondos de
oscuro origen. El idilio turbulento que desde hace décadas mantienen algunos
políticos y empresarios con el mangoneo y que en estos días florece en nuestras
tierras ha sido aliñado, en ocasiones, con el picante ingrediente sexual en
forma de amante, meretriz o esposa despechada. El tema ha calado tan profundo
que si antes bomberos, policías o masajistas eran las profesiones favoritas por
la industria del porno a la hora de protagonizar escenas X, ahora lo que se
lleva es el tipo turbio, encorbatado y de dudoso pasado. “Allison Star y Candy
Alexa se lo montan con dos funcionarios corruptos” o “Político caliente
seduciendo a una votante” son algunos de los sugerentes títulos que ya circulan
por la red. El hallazgo me hace pensar que, si bien el policía con esposas y
porra representa autoridad, al bombero se le presupone como un hombre musculoso
y comprensivo, y al profesor se le adjudica ese punto didáctico y paciente que
a muchas señoras les resulta estimulante, ¿cuáles serían las cualidades
sensuales que se les atribuiría a aquellos mandatarios o empleados de la
administración imputados? Me imagino la secuencia. El individuo en cuestión
llega enfundado en un traje y porta un maletín. La dama le alaba el atuendo. Él
le habla de la comisión y a ella le sube la temperatura. Él se libera de la
ropa mientras confirma una adjudicación y ella le ofrece una mordida. Él le
dice “te vas a forrar”, ella le dice “dame más” y el contesta “por detrás” en
un final que roza el esperpento. Menos mal que se trata de ficción.
lunes, 1 de febrero de 2016
“V” DE VICIO
A Ana siempre le han llamado
la atención los hombres maduros. Llevada, quizá, por el instinto de sentirse
protegida, y atraída, tal vez, por la masculinidad pausada y plagada de matices
que poseen algunos varones a partir de cierta edad, para ella sus fantasías
románticas tenían el rostro y el porte de Jeremy Irons, John Malkovich o Al
Pacino. Ahora, de camino a los cincuenta, se sorprende no hace mucho observando
con detalle un anuncio en el que aparece Rafa Nadal en ropa interior. Lo que
llama su atención no es su portentoso torso ni los brazos esculpidos. Ni
siquiera la zona cero, el lugar que cubre estratégicamente la tela del slip y
que el tenista exhibe con mirada desafiante como si te apuntase con una
recortada. Aquello que centra el interés de Ana es el músculo que se encuentra
en la zona inferior del abdomen dándole forma de “v” y que se pierde bajo la
goma del calzoncillo. «Yo nunca he visto algo así al natural», comenta entre
amigas. Una del grupo cuenta que el nombre técnico es “abdominal oblicuo” y que
ella lo probó cuando hace años tuvo un lío con un chico asiduo al gimnasio, «se
trata de una zona delicatessen como el caviar, la trufa blanca o el buen
champagne. A la vista es como aerodinámico, al tacto es duro pero elástico, en
la práctica es…¿alguna tiene un coche diesel?, pues esto es como conducir un
deportivo de 500 caballos», puntualiza. Donde Ana antes veía un obrero, un
joven cachas o un deportista, ahora solo ve la sombra en la camiseta, el corte
del pantalón, una probabilidad, una línea recta susceptible de albergar ese
diamante de lo muscular, la piedra filosofal, esa “v” de volcánico, de vicio.
Le parece entender entonces la fijación del hombre con el culo y el escote y va
un paso más, «si ellos llevaran ese espacio de cintura a la vista no me
conformaría con mirar. Querría tocar», confiesa.
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