viernes, 29 de abril de 2016

TAMPONES EN EL TITULAR





Imaginen el siguiente titular: “El gobierno propone el uso de pañuelos reutilizables tras la eyaculación”. El texto haría referencia a los métodos de recogida del fluido masculino y, abogando pretextos ecológicos, recomendarían soluciones alternativas a la ducha o a los pañuelos desechables, como utilizar una concha marina o retenerlo hasta encontrar el momento más adecuado para su expulsión. Presupongan que los principales diarios del país lo recogiesen en portada y que el tema suscitara un animado debate sobre el destino final de esas poluciones, con el fin de dar con la solución más natural. Imaginen además, ya puestos a imaginar, las opiniones de internautas osados que propusieran que dicho material se pudiera utilizar como combustible espacial o para pintar la segunda parte del Guernica. Como la ficción siempre queda superada por la realidad esta semana la CUP nos ha regalado el titular de verdad, en el que insta a las mujeres a utilizar remedios alternativos para el sangrado mensual como la copa menstrual o la esponja. Estos datos, que forman parte de un escrito que el partido ha presentado con el fin de instruir a los jóvenes durante la pubertad, han despertado el interés de muchos medios que los han situado en  primera plana. Luego ha llegado el cachondeo y el debate feminista sustentado en el derecho de las damas a exponer y a escoger, en este caso entre compresa, tampax o esponja. Algunas voces se han alzado en contra del retroceso que suponen ciertos métodos que merman la comodidad de la mujer en “esos  días” cuando el problema real, el verdadero paso atrás, reside en que la intimidad de la mujer sea, una vez más, cuestionable y noticiable, como el tamaño de los pechos o el tipo de rasurado. Igual yo no me he enterado y la última encuesta del CIS situaba la regla por delante de la sucesión o de los incontables casos de corrupción.

miércoles, 27 de abril de 2016

DOMINACIÓN SILENCIOSA



Berta sale a la calle tras cenar en casa de una amiga, para el primer taxi que pasa y se acomoda en el sillón trasero con la intención de no abrir la boca en todo el trayecto. En el espacio se instala la voz de una locutora de radio que habla de bondage o, lo que es lo mismo, atar a tu pareja con el fin de dar y obtener placer. «Ser atado durante la relación sexual es una manera de perder todo control. No se trata de que los nudos sean sexys en sí mismos, sino que representan la dominación», reza la locutora. Y pasa a hablar de lo físico, de cómo las cuerdas, dependiendo del material, te pueden rozar en determinadas zonas erógenas redoblando el placer, del pulso que se acelera, de cómo la mente prepara un coctel explosivo compuesto por el miedo que supone ser sometido, más la confianza que se tiene en el que ata. Luego se centra en el después, pues una vez que el atador te tiene a su merced, ¿qué pasa?. La mujer de voz sensual habla de azotes, de caricias, de miradas interminables, de sexo a ratos lento a ratos brutal. Instruye sobre la palabra de seguridad, ese término, más allá del “no”, pensado y consensuado para detener el acto al momento. Bromea diciendo que ella escogería “Abracadabra” y aporta la experiencia de una oyente que le pidió a su marido que la inmovilizara con las piernas abiertas, la peinara, la untara de crema y luego la fotografiara. Lo que ocurrió a continuación ya no dependió de ella, pues le susurró que fuera él el que decidiera. Entonces detalla la postura ejecutada elevando varios grados el ambiente hasta nivel febril. Berta observa la calle algo contrariada por la intimidad creada entre ella y el conductor. Sus miradas se cruzan un segundo en el retrovisor y ella se pregunta si ese momento, compartido por imposición pasiva, no se trata en realidad de otra forma de dominación.


miércoles, 20 de abril de 2016

INTIMIDAD DIGITAL





«Mi marido se ha cambiado otra vez la clave de acceso del teléfono», es la frase que lanza una amiga despertando todas las alarmas. Esas cuatro cifras, que en origen representaban un código de seguridad muy útil en caso de pérdida o robo, se han convertido en los férreos guardianes de lo que hemos bautizado como “intimidad digital”. Hace poco fui testigo de una escena. Un matrimonio toma algo en una mesa cercana. Él consulta la pantalla de su smartphone y lo deja sobre la mesa. Entonces se acerca el hijo que tendrá unos siete, coge el dispositivo para entretenerse con un juego y le pregunta a su progenitor, “¿cuál es tu clave?”. La pregunta flota en el aire y el mundo se detiene. La madre gira la cabeza a cámara lenta, el aleteo de una mosca mueve una brizna de aire, el padre eleva unos milímetros la ceja, el corazón de los dos bombea, el cielo se oscurece, un trueno irrumpe a lo lejos, se escucha el derrape de un coche, el camarero traga saliva con los ojos inyectados y el resto disimulamos con la mirada perdida. «Dos, dos, uno, dos», anuncia el padre arrastrando las palabras con un tono apenas audible. «¡DOS…DOS…UNO…DOS!!», clama el chaval mientras pulsa uno a uno los números. Me imagino al padre haciendo inventario mental del contenido prohibido: fotos de chicas en bolas, entradas varias a páginas porno, intercambio de whatsapps “difíciles de explicar” con esa compañera de oficina, visitas a la página de Linkedlin de su ex y un video de universitarios americanos en plena orgía. Puedo sentir su deseo: que se acabe la batería. Observo entonces a la madre que sonríe estática mientras da golpecitos en la mesa con los dedos al ritmo de 2,2,1,2. Yo lanzo una pregunta: ¿se considera deslealtad los tejemanejes que tienen lugar en el entorno de lo digital?. Hasta que demos con la respuesta definitiva les propongo una solución: mejoren su contraseña.