Imaginen el siguiente
titular: “El gobierno propone el uso de pañuelos reutilizables tras la
eyaculación”. El texto haría referencia a los métodos de recogida del fluido
masculino y, abogando pretextos ecológicos, recomendarían soluciones
alternativas a la ducha o a los pañuelos desechables, como utilizar una concha
marina o retenerlo hasta encontrar el momento más adecuado para su expulsión.
Presupongan que los principales diarios del país lo recogiesen en portada y que
el tema suscitara un animado debate sobre el destino final de esas poluciones,
con el fin de dar con la solución más natural. Imaginen además, ya puestos a
imaginar, las opiniones de internautas osados que propusieran que dicho
material se pudiera utilizar como combustible espacial o para pintar la segunda
parte del Guernica. Como la ficción siempre queda superada por la realidad esta
semana la CUP nos ha regalado el titular de verdad, en el que insta a las
mujeres a utilizar remedios alternativos para el sangrado mensual como la copa
menstrual o la esponja. Estos datos, que forman parte de un escrito que el
partido ha presentado con el fin de instruir a los jóvenes durante la pubertad,
han despertado el interés de muchos medios que los han situado en primera plana. Luego ha llegado el cachondeo y
el debate feminista sustentado en el derecho de las damas a exponer y a
escoger, en este caso entre compresa, tampax o esponja. Algunas voces se han
alzado en contra del retroceso que suponen ciertos métodos que merman la comodidad
de la mujer en “esos días” cuando el
problema real, el verdadero paso atrás, reside en que la intimidad de la mujer
sea, una vez más, cuestionable y noticiable, como el tamaño de los pechos o el
tipo de rasurado. Igual yo no me he enterado y la última encuesta del CIS
situaba la regla por delante de la sucesión o de los incontables casos de
corrupción.
viernes, 29 de abril de 2016
miércoles, 27 de abril de 2016
DOMINACIÓN SILENCIOSA
Berta sale a la calle tras cenar en casa de
una amiga, para el primer taxi que pasa y se acomoda en el sillón trasero con
la intención de no abrir la boca en todo el trayecto. En el espacio se instala
la voz de una locutora de radio que habla de bondage o, lo que es lo mismo,
atar a tu pareja con el fin de dar y obtener placer. «Ser atado durante la
relación sexual es una manera de perder todo control. No se trata de que los
nudos sean sexys en sí mismos, sino que representan la dominación», reza la
locutora. Y pasa a hablar de lo físico, de cómo las cuerdas, dependiendo del
material, te pueden rozar en determinadas zonas erógenas redoblando el placer,
del pulso que se acelera, de cómo la mente prepara un coctel explosivo compuesto
por el miedo que supone ser sometido, más la confianza que se tiene en el que
ata. Luego se centra en el después, pues una vez que el atador te tiene a su merced,
¿qué pasa?. La mujer de voz sensual habla de azotes, de caricias, de miradas
interminables, de sexo a ratos lento a ratos brutal. Instruye sobre la palabra
de seguridad, ese término, más allá del “no”, pensado y consensuado para
detener el acto al momento. Bromea diciendo que ella escogería “Abracadabra” y
aporta la experiencia de una oyente que le pidió a su marido que la
inmovilizara con las piernas abiertas, la peinara, la untara de crema y luego
la fotografiara. Lo que ocurrió a continuación ya no dependió de ella, pues le susurró
que fuera él el que decidiera. Entonces detalla la postura ejecutada elevando
varios grados el ambiente hasta nivel febril. Berta observa la calle algo
contrariada por la intimidad creada entre ella y el conductor. Sus miradas se
cruzan un segundo en el retrovisor y ella se pregunta si ese momento,
compartido por imposición pasiva, no se trata en realidad de otra forma de
dominación.
miércoles, 20 de abril de 2016
INTIMIDAD DIGITAL
«Mi marido se ha cambiado
otra vez la clave de acceso del teléfono», es la frase que lanza una amiga despertando
todas las alarmas. Esas cuatro cifras, que en origen representaban un código de
seguridad muy útil en caso de pérdida o robo, se han convertido en los férreos
guardianes de lo que hemos bautizado como “intimidad digital”. Hace poco fui
testigo de una escena. Un matrimonio toma algo en una mesa cercana. Él consulta
la pantalla de su smartphone y lo deja sobre la mesa. Entonces se acerca el
hijo que tendrá unos siete, coge el dispositivo para entretenerse con un juego
y le pregunta a su progenitor, “¿cuál es tu clave?”. La pregunta flota en el
aire y el mundo se detiene. La madre gira la cabeza a cámara lenta, el aleteo
de una mosca mueve una brizna de aire, el padre eleva unos milímetros la ceja,
el corazón de los dos bombea, el cielo se oscurece, un trueno irrumpe a lo
lejos, se escucha el derrape de un coche, el camarero traga saliva con los ojos
inyectados y el resto disimulamos con la mirada perdida. «Dos, dos, uno, dos»,
anuncia el padre arrastrando las palabras con un tono apenas audible. «¡DOS…DOS…UNO…DOS!!»,
clama el chaval mientras pulsa uno a uno los números. Me imagino al padre haciendo
inventario mental del contenido prohibido: fotos de chicas en bolas, entradas
varias a páginas porno, intercambio de whatsapps “difíciles de explicar” con
esa compañera de oficina, visitas a la página de Linkedlin de su ex y un video
de universitarios americanos en plena orgía. Puedo sentir su deseo: que se
acabe la batería. Observo entonces a la madre que sonríe estática mientras da
golpecitos en la mesa con los dedos al ritmo de 2,2,1,2. Yo lanzo una pregunta:
¿se considera deslealtad los tejemanejes que tienen lugar en el entorno de lo
digital?. Hasta que demos con la respuesta definitiva les propongo una
solución: mejoren su contraseña.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)