Natalia piensa en como una
sola palabra de cinco letras puede albergar tanto. Resulta que su amigo Rafa,
de cara a todo el mundo, incluido su marido, es su amigo. Rafa además tiene un
par de hijos y está casado, con una mujer atractiva y muy amable, que también
es su amiga. El problema le viene a Natalia cuando, para referirse a Rafa,
tiene que utilizar la palabra “amigo”. Un término que de entrada no presenta
mayor complicación fónica pero que para ella se enrevesa. Al pronunciarla, en
frases como “fui con un amigo”, Natalia detecta como, de manera involuntaria,
al llegar a la palabra su voz se torna un par de notas más grave, provocando
una reverberación tal en su garganta que a ella le recuerda al sonido de un tam
tam. La letra “i” queda inexplicablemente alargada en el aire, no como el
silbido de un jilguero, sino más bien como un gemido templado. Al abordar la
última grafía, la “o”, el tono de su voz desciende y se precipita, hasta
hacerse casi imperceptible, convirtiéndose en una suerte de eco que acompaña
con una sutil bajada de ojos y un barrido de la punta de la lengua por los
labios. Ella, consciente de la circunstancia, ha tratado de solventar el tema
ensayando ante el espejo, un entrenamiento que no hace más que empeorar el
problema pues, al ver su imagen reflejada, al resto de detalles se incorpora
una ligera elevación de las comisuras, que conforman algo parecido a una
sonrisa, y un destello en la mirada, un flash breve e instantáneo que, para un
observador entrenado, sería suficiente para saber que a Natalia lo que le
ocurre es que su amigo Rafa le pone muy caliente. Ella cree que el embrujo se
pasará el día que pueda decir la palabra de corrido. Mientras tanto fantasea
con la imagen de Rafa pronunciando la palabra “amiga”, la “a” alargada, la “i”
en suspenso y los dos en la cama sin ropa.
sábado, 27 de mayo de 2017
jueves, 25 de mayo de 2017
EL SEXO INFORMAL
Me confiesa un buen amigo
que la vida sexual con su última pareja se ha complicado debido a las altas
expectativas estéticas que ella deposita en el acto. Unas exigencias que van
desde la depilación rigurosa y casi extrema de cierta parte íntima y, por
supuesto, de todo el vello corporal, la tonicidad de una anatomía (ya de por si
agradecida) que sublima en el gimnasio, el uso de cremas, lociones y perfumes
con los que su ella aromatiza las distintas zonas de su cuerpo, incluyendo el
pelo o esa línea de desfiladero que marca la separación entre las nalgas, hasta
un dress code altamente sensual que alterna ropa interior de seda, ligueros o
unos bodis de encaje cuya parte inferior abotonada mi amigo gusta de liberar
con los dientes. El tema es que tanta perfección ha convertido el acto sexual
en una prueba, desde luego efectista y vistosa pero, a sus ojos, no tan
placentera. El protagonista de lo que cuento, además, cogiéndose a la inercia
de ella, empezó a depilarse la espalda, siguió con el pecho, pasó a piernas y brazos
llegando incluso a las ingles. Además se mata a hacer abdominales y levanta
pesas, «porque a ella le gusto macizo y, si tengo más barriga de la cuenta, me
pasa la mano por la zona, sonríe, la pinza con los dedos y dice: “uy, uy, uy”»,
me cuenta. Al inicio la cosa le resultaba excitante, se sentía muy Beckham, en
plan ella muy chota y él muy mazas, haciéndolo frente al espejo con la piel
untada en aceite, un mechón de pelo cayendo por la frente y cara de salido.
Varios meses después se ha cansado. Se muere por irse a tomar hamburguesas y ver
una peli, por ver a su chica despeinada y en bragas, por pasar de hacerse la
cera, por el “tápame el culo que tengo frío”, dejar de meter la tripa y de
jadear como en las películas. Echa mucho de menos el sexo normal. Y el pelo.
MALLAS CON PODERES
Hoy les relato como unas
simples mallas deportivas pueden cambiar toda una vida. La historia comienza el
día que Irene, unos 60, señora de bien, casada y con un nieto en camino, decide
apuntarse a yoga ante la insistencia de dos amigas. Tras las primeras clases, a
las que acude con suéter de punto y pantalón suelto, y en vista de que se
encuentra algo más ágil y animada, se dirige a una tienda del centro a
comprarse un atuendo apropiado para hacer ejercicio. Un dependiente espigado
que en lugar que referirse a ella como “señora” lo hace como “chica”, le anima
a llevarse un conjunto de dos piezas en lycra negra con una fina raya lila.
Irene, insegura, sale el primer día camino de clase sintiéndose como un
pajarillo mojado, el rostro libre de maquillaje, zapatillas, el pelo recogido
en una sencilla coleta, sin los pendientes de brillantes ni el reloj. El punto
de inflexión llega cuando, esperando en un semáforo, descubre su reflejo en un
escaparate. La silueta sin rostro que observa es la de una persona mucho más
joven que ella, los muslos delgados y torneados, los hombros rectos, el cuello
perfilado. Baja la mirada y observa sus piernas recortadas en el espacio, dos
extremidades que ahora le parecen ajenas, como si hubieran adquirido una
independencia reciente. Acostumbrada como estaba a una vida ordenada y “acorde a
su edad”, su nueva agenda incluye quedadas con amigos en un local de Alboraya
para colaborar en un mural, comidas en un restaurante vegano del centro, paseos
descalza por la orilla de la Patacona, conversaciones con un compañero llamado
Marc en las que habla de lo que quiere y no de lo que toca o cita en un
tatuador para grabarse en la piel un pequeño sol. Irene piensa que esas mallas
tienen súper poderes. Su duda es ¿debería hacerse además con una capa que le
permita volar y elevarse?.
martes, 15 de noviembre de 2016
MUJERES PLANAS Y VIAGRA
Gran
parte de la población mundial se llevaba ayer las manos a la cabeza en masa
tras anunciarse la victoria de Trump. Tachado de misógino, racista y playboy el
empresario y promotor inmobiliario está considerado como una bomba de
relojería. Pero, lo que la mayoría no ha valorado, es la transparencia del
recién elegido presidente en cuestiones veniales, algo que lo hace sin duda más
accesible y terrenal. En una entrevista con el controvertido locutor Howard
Stern el señor Trump abría su corazón para confesar: «no me gusta el sexo anal,
ni el oral», dejando así patente su postura conservadora en lo que a conducta
sexual se refiere. Además, cuando todavía era novio de su hoy esposa Melania,
declaró en un arrebato de romanticismo estar tan enamorado de ella “que no
hacia la marcha atrás”. Fruto de ese punch amoroso nacía hace diez años Barron,
el único hijo de la pareja. También dijo que nunca había visto a su amada
tirarse un pedo y que ella solo entraba al baño para hacer aguas mayores «como
cuatro veces en tres años», lo que debería animar a la primera dama a dejar
constancia de sus momentos estelares con el wáter en un documental. Delicado
como ningún otro, definió a Marla Maples, su anterior esposa, como “un 10 en
tetas y un 0 en cerebro”, dejando claro que lo suyo son los números redondos y,
pese a las dudas que existen respecto a sus planes económicos para el país, el
nuevo presidente demostraba que en materia femenina
controla, afirmando que «es muy difícil
que una tía plana sea atractiva». Lo que está claro es que el controvertido empresario
conoce bien a las mujeres y, para acabar de conquistar a aquellas indecisas,
lanzaba en unas declaraciones sinceras llenas de humildad, «no necesito Viagra, más
bien algo que tenga el efecto contrario. No es por presumir. Es que es así».
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