La escena tiene lugar primero
en un capítulo de la segunda temporada de la serie “The Affaire”, y luego en la
adaptación cinematográfica del best seller “La chica del tren” que hace tres
semanas se estrenó en nuestro país. En ambas un hombre, el protagonista, se
encuentra de paseo por una zona boscosa solitaria en compañía de una mujer,
también protagonista. En los dos casos las parejas mantienen una relación
apasionada e ilícita que los lleva a verse a escondidas en lugares como
hoteles, párkings o exteriores apartados. Paso a describirles el momento. Ella
camina un par de pasos por delante, él la mira, en el aire permanece el peso de
la tensión que se da tras una disputa. Ella se vuelve y le dedica una mirada
retadora, él se aproxima, ella gira la cabeza contrariada, él rodea su rostro
con las manos y la besa. Ella responde mordiéndole el labio inferior y apretando
su torso con las manos por dentro de la camiseta. Él respira acelerado, le da
la vuelta con brusquedad, la apoya en el tronco de un árbol y la inclina. Con
una mano la coge del pelo y con otra le abre el pantalón y lo desliza piernas
abajo hasta llegar a las rodillas, donde quedan atrapadas las bragas. Luego se
desabrocha el tejano y, por el gesto, el espectador asume que libera su
hombría. Entonces la toma, enfurecido, sujetando entre los dedos las caderas de
ella que, con la cabeza inclinada hacia atrás, se agarra con fuerza al recio tronco,
con los ojos entornados por el placer. El tono de su piel, blanca y firme, y la
curva de sus muslos, de su espalda y de sus nalgas, contrastan con la gama de verdes y marrones
del entorno, que los acoge salvajes. En los dos casos los espectadores masculinos
observan inmóviles la pantalla, fascinados con esa escena sensual y brutal,
poniéndose en la piel de él mientras en su mente impacta un mantra de cuatro
palabras: poseer-hembra-calor-bragas.
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