Acudo la otra noche a una
velada en la que me encuentro con una divertida conocida a la que llevo tiempo
sin ver. Morena, en la mediana edad y con un rostro agradable y un tono físico
imponente, la dama tiene fama de lanzada, divertida e irreverente. “El sexo en
pareja es un 20 por ciento de técnica, un 10 por ciento pasión y un 70
predisposición” – nos dice a un grupito animando la conversación. “¿En serio?”,
“interesante teoría”, “gracias por la información” –van soltando las del grupo.
“Esa es la razón por la cual las que somos madres nos lo montamos mejor”
–añade. Risas veladas seguidas de un murmullo de interrogación se expanden a su
alrededor. “Acostumbradas a organizar, a claudicar, nos entregamos a la
práctica sexual de una manera aritmética, casi milimétrica. No solemos tener
pereza ni alegamos dolor de cabeza. Lo hacemos con devoción, como si se tratara
de una obligación como el spinnig o las clases de inglés y transmitimos cierta
falta de interés que muchas veces se puede confundir con frialdad, algo
irrelevante pues si hay una cosa que nos caracteriza es la efectividad”
–asegura. El resto la miramos en silencio haciendo autorreflexión y analizando
esas palabras que parecen llegar como una suerte de revelación. “No pongáis esa
cara, me parece muy divertido pensar en mi misma como un ser humano global entregada
a las diferentes facetas de mi vida con una dedicación casi profesional, siendo
capaz de organizar una cena o de montarme la misma tarde una escenita obscena.
Y ahora nenas poneos en acción, en esta fiesta hay mucha perrilla en
circulación ” –sentencia. El grupo se disuelve y nos veo entonces como soldados
adiestrados con una misión secreta que solo entre nosotras parecemos conocer,
un expediente clasificado llamado “comando de madres calientes” que nos hace
diferentes frente al grupo de las jóvenes solteras.
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