Miguel, interiorista de
profesión, lleva unas semanas trabajando en el proyecto de rehabilitación en
una casa por el Carmen cuya ubicación, ha provocado que sea testigo de una
situación que le turba. Una tarde saliendo de la obra le pareció ver a un
agradable conocido, un reputado doctor casado y con varios hijos, encendiendo
un pitillo en la puerta de “Cueros”, un sex shop gay conocido por su cuarto
oscuro. Cohibido, cambió de acera e intentó disimular haciéndose el distraído. Sólo
dos días después llega a la casa a mitad mañana y lo vuelve a ver apoyado en el
escaparate arcoíris donde penden modelos extremos de ropa interior, esposas,
vibradores y pantalones de piel. Camina hasta el portal mirando al suelo para
no posar sus ojos en los de aquel médico vicioso. Las semanas siguientes Miguel
se las tiene que ingeniar para intentar acceder a la casa en el momento
propicio sin hacer visible el vicio de ese conocido que le hace vivir
atormentado. “Creo que está enganchado, en el local hay hasta cabinas, el otro
día además estaba acompañado por un chico de rostro aniñado” –me comentó preocupado.
Solo unos días después Miguel y el doctor se encuentran en un pub. Cortado, mi
amigo lo trata de evitar pero el otro, amable, lo saluda en tono agradable. “Te
he visto varios días en el Carmen, mi mujer se ha montado una mercería y cuando
la voy a visitar me hace salir a la calle fumar” –le cuenta. Miguel, aliviado,
le narra entre risas lo que ha experimentado y el doctor le confiesa entonces
que a él le ocurrió lo mismo, que esperaba en el escaparate buscando algo de
brisa y que al verlo pasar sin saludar intuyó que lo que quería era entrar. Aclarado
el malentendido, los dos conocidos tendrán por siempre la duda de si lo que contó
el otro era cierto o era un pretexto con el que justificar aquello que querían
ocultar.
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