Las cálidas noches de verano
son el momento ideal para los reencuentros. Con el pretexto de ponernos al día
antes de las vacaciones nos juntamos para comer en la playa tres ex compañeras
de trabajo, todas con un pasado en el sector del audiovisual. “Chicas, estoy
que me salgo. El balance de esta semana es la prueba: siete contactos más en el
Facebook, una invitación al Badoo, un par de mails amorosos, nueve mensajes de texto
indecorosos y decenas de WhatsApp. Parece increíble pero el tema de la
fidelidad empieza a ser misión imposible” –nos cuenta entre risas Teresa,
casada y madre al igual que la otra amiga que nos acompaña. Igual que yo. “A mi
no deja de escribirme un tipo del trabajo. Le he dicho varias veces que no,
pero el pobre no para de insistir, dice que le pone que le haga sufrir” –cuenta
Susana, la otra. Yo escucho sin hablar pues lo cierto es que no tengo nada que
aportar. Desde hace unos cuantos años vivo un placentero matrimonio fruto del
cual han nacido mis dos hijos a los que cuido con dedicación y que me sitúa directamente
fuera del campo de acción de lo masculino. Así, centrada en mi labor de
madre-esposa veo el tema del ligoteo como un episodio lejano de mi vida, un
pasado remoto e incierto para el que estoy desentrenada o como me diría una
noche un conocido, oxidada. “Yo no ligo nunca, jamás” –les digo. “No me lo
creo. No estás mal, y además con el tema de las columnitas eróticas te tienes
que hinchar” –dice Teresa. “Pues el caso es que no” –afirmo. Esa negativa se
instala en el aire a mi alrededor y no puedo evitar evocar la odisea de San Juan
de la Cruz, el cual fue capaz de crear “Cántico Espiritual” encerrado en un
calabozo, privado del contacto exterior y en condiciones precarias. Pienso
entonces en mi, impulsada a elaborar piezas cargadas de sensualidad cuando mi
día a día se ubica entre cursos de natación, jornadas en el río, visitas a la
feria, parques, cumpleaños y toda suerte de actividades que suelen estar
dirigidas a menores de cinco años. Entiendo así que el material de las columnas
emerge de la escucha y una estricta observación que me convierten en testigo de
una realidad erótica, errática y realista de la que pocas veces soy
protagonista. Mis compañeras de mesa no han dejado de narrar sus desventuras y
las de otras chicas y señoras conocidas que mensajito arriba, coqueteo abajo,
nunca abandonaron el mercado. Pese a que no tengo un mayor interés, no puedo
evitar preguntarme cual será la razón por la que me encuentro tan fuera de
circulación. Las miro con atención y enseguida me doy cuenta de que se trata de
un tema de predisposición. Al levantarse para ir al baño, hablar con los
camareros o simplemente recogerse el pelo, me parece detectar en ellas algo
más, una bruma sutil e imperceptible capaz de transmitirle a los tíos que todo
es posible. Algo parecido a esos silbatos de ultrasonidos indetectables para
humanos pero infalibles con los perros que, independientemente de su elección,
se encuentran en su campo de acción. Tras la paella y al volver a la arena me
siento cada vez más pequeña al verlas tumbadas en la toalla en topless hablando
con naturalidad con unos italianos que les han consultado sobre qué visitar en
la ciudad. “A mi me encanta el Carmen, la Catedral, tenéis que visitar el
Mercado Central, en Colón está la zona de tiendas y en el río la Ciudad de las
Artes y las Ciencias” –le explican señalando en el plano con la mano mientras
el guapo italiano les sonríe encantado. Yo, que siempre en las cenas suelto
ocurrencias y burradas pareciendo muy lanzada, me veo ahora desenfocada,
desbancada por mi propia realidad formal de tinte conservador y abrumada por
ese candor, ese halo seductor que envuelve a mis compañeras. De vuelta a casa,
al pasar por delante de una terraza a rebosar y, sintiendo que cometo una
traición a mi condición, ralentizo el paso y saco pecho en un intento de reivindicar
mi derecho a flirtear mientras en mi cabeza se repite sin cesar: “porque yo lo
valgo”, el mantra intelectual de L’Oreal, sin obtener, una vez más, el
resultado esperado. Como me soltó Susana, lo más probable es que esté falta de
actitud y de ganas.
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Aciertas en lo de la predisposición. Parece una tontería, pero eso hace que se emitan una serie de vibraciones que son captadas por quienes las rodean. Después sólo hay que ser receptiva. Nada más.
ResponderEliminarSaludos.
Acierto total. Y en tu caso, no cabe duda, no ligas porque no quieres. Eso se huele!
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