Disfrutando la otra tarde de
una jornada de playa en el Saler con un par de madres del cole y los niños,
recibimos la visita del suegro de una de ellas que tiene cerca un apartamento.
Tras un “que paisaje tan bonito”, saca unos cubitos y una cometa que se ofrece
a volar con el grupito. Por las risas, las bromas y las miradas, noto enseguida
que Pepe, el abuelito, es un pajarito. “Esta cometa es imposible de volar.
¿Alguna de vosotras cree que la sabrá empinar?” –nos suelta con complicidad sujetando
el artilugio colorido tras un rato de pelea. Yo observo al resto que sigue a lo
suyo. Él continua distrayendo a los pequeños en la orilla cuando veo que coge
el teléfono y, con cierta discreción, comienza a hacer fotos en nuestra
dirección. “Esta playa tiene vistas que son una maravilla” –comenta al
percatarse de que lo miro y me he dado cuenta. Yo no puedo quitarme de la mente
a la nuera, una chica responsable, trabajadora y con un físico potente. La
imagino en la paella de los domingos intentando capear el tema con disimulo
mientras el suegro le da una palmada en el culo. Tras darse un baño con los
niños, sale empapado y decide secarse de pie al aire a pocos metros de
nosotras. “Hace años aquí se practicaba el nudismo, aún hoy cuando hace mucho
calor hay algunos que prescinden del bañador” –nos cuenta a modo informativo.
El resto sonríe de manera natural y yo me pregunto si esto será lo habitual. Al
girarme para mirar a los niños veo su sombra alargada proyectada en la arena con
los brazos en jarras y las manos en las caderas, como un ave rapaz surcando el
aire sobre su presa. Descubro entonces que en el oscuro perfil recortado Pepe
aparece estilizado y rejuvenecido, como si nunca hubiera envejecido. “Así es
como verdaderamente se siente” –pienso mirando esa sombra que ahora, de perfil,
desvela para mi sorpresa una llamativa dotación superlativa.
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