Debido a una lesión en el
pie, una molesta fractura por sobrecarga que no se termina de curar, me veo
obligada esta semana a pasar tres días en casa inmovilizada. Resignada, me hago
fuerte en la planta superior con mi ordenador, el aire acondicionado, un bote
de helado, revistas y las vistas que me ofrece la casa de enfrente. El primer
día a mitad mañana hago algo que no acostumbro hacer: me fijo en una vecina cuya
terraza se encuentra en mi campo de visión desde esa habitación. Tras salir un
par de veces, pasar la escoba y limpiar con una especie de colador el agua de
la pequeña piscina hinchable que tiene colocada en el lado que pega el sol, entra
al interior y sale con sus dos críos, un niño de unos cuatro años y una niña
algo mayor. La madre es alta, delgada y viste un mini short y un pequeño top
que deja al descubierto unas bonitas proporciones. Aunque me suena de vista no
le tengo seguida la pista y me digo que tengo que avisar a mis amigos solteros
y heteros de que en el barrio hay un pibón. Mientras los niños chapotean ella
whatsappea con rostro sonriente recostada en una hamaca a la vez que con la
mano se acaricia la zona del vientre. Me pregunto en ese momento qué será lo
que tiene en mente y si será casada, separada o vivirá emparejada. Alrededor de
la una se levanta diligente y se dirige al interior de la vivienda para reaparecer
en el exterior acompañada por una señora mayor que, por los gritos y saludos de
los niños, es la abuela. Percibo en el pibón cierta tensión que la enerva y
llego a la conclusión de que se trata de la suegra. Tras secar a los pequeños
vuelven a entrar y a los pocos minutos aparece de nuevo en solitario bebiendo de
una lata con tranquilidad, disfrutando de la soledad. Con un gesto se retira la
camiseta dejando al descubierto dos pechos redondos de tamaño perfecto. De
manera instintiva me tiro hacia atrás ocultándome tras el estor abrumada por la
imagen de esas tetas sin sujetador. “Fijo que las lleva puestas, a su edad no
se puede burlar la ley de la gravedad” –me digo. Al rato me vuelvo a asomar
pero no está. Intento vislumbrar alguna sombra en la ventana de la que debe ser
su habitación cuando a eso de las dos hace su reaparición acompañada por un
tío. Pese a que ahora va vestida con el top, por la forma de hablar y de mirar pongo
la mano en el fuego de que no es el marido. De repente se empiezan a besar sin
darse tregua, él la coge con una mano del pelo y con la otra le agarra el
trasero. Ella pega un saltito y rodea con sus piernas la cintura de ese Sansón
que da unos pasos, con ella en brazos, y la introduce en la casa. Lo que sucede
a continuación no lo atino a ver pero el inicio me ha parecido una escenita
improvisada de porno amateur.
Después de comer mantengo
toda mi atención en ese espacio que ahora, vacío, huele a lío. Cerca de las
cuatro la adúltera hace su salida vestida con shorts y una camiseta normal y
vuelve a pasar el colador por la superficie de la piscina de goma. Tras andar
trajinando dentro y fuera durante un rato los niños vuelven a hacer su
aparición, ya sin la suegra, y se lanzan al agua con determinación. Las
siguientes tres horas transcurren como una tarde normal con juegos, meriendas y
actividades caseras hasta que a las ocho y diez entra en escena el que sin
ninguna duda es el esposo, pues es recibido con un frío saludo por parte de
ella y con gran algarabía por los críos. Él se arremanga la camisa y se pone
una cerveza mientras ella le habla sin moverse de la silla con pereza. La
familia al completo de retira a la hora de cenar y yo pienso en cómo alguien
puede tener esa facilidad para engañar. Entonces, a eso de las doce, es él, el
marido, el que sale al exterior vestido con camiseta y ropa interior, saca el
teléfono y empieza a escribir cerca de la piscina, con unos gestos y miradas
hacia interior que indican que se trata de una acción clandestina. Me meto en
la cama y tengo una reflexión sobre la condición humana y lo difícil que debe
de ser para algunos mantener su papel los siete días de la semana. Pero en el
caso de esa pareja, dada su situación y al existir una doble traición, se
equipara el engaño quedando amortiguado el daño.
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