Me comenta una amiga que se
tiene que alquilar un piso nuevo para empezar a vivir con su novio. Convencida,
me explica que está mirando en el corazón del Cabanyal, pues tiene un amigo del
trabajo, un joven diseñador de barba y gafas que vive ahora por allí y, según
sus propias palabras “aunque tiene vecinos gitanos y en su calle hay un poco de
todo dice que es súper autentico”. Yo cuestiono la vigencia de esa autenticidad
que me parece forzada y me imagino a su amigo portando su Mac, vestido con
pantalón ajustado de colores y camisa de diseño, enumerando los encantos del
lugar a sus visitas con la irritante naturalidad que tratan de proyectar ciertos,
y los voy a calificar, creativos autenticistas: “mira, un ultramarinos, allí unos
indigentes, ese perro vive en la calle y a veces les doy de comer, allí en la
esquina comentan que vive un camello, esa casa está llena de okupas, también
hay putas…”, visualizo explicando al joven inquilino hipster, excitado ante ese
panorama tan cotidiano y real, que su mente ha exagerado, y que le hace
sentirse avanzado y especial. Le doy vueltas al tema de los barrios punteros de
esta ciudad y pienso, por ejemplo, en la evolución del Carmen, en su día
epicentro de lo alternativo y sometido a un lavado de cara llevado a cabo sin
criterio, que ha dado como resultado una suerte de escenario como de cartón
piedra, un gueto guiri donde pasean y cenan los visitantes despistados, una
zona souvenir. Una de las pocas cosas que se ha preservado es el Mercado Central
que, gracias a la espectacularidad del edificio, y a fuerza de ofrecer servicio
y calidad, se ha erigido como el templo sagrado de la zona, pese a que los
sábados tiene que aguantar el peregrinaje de modernos diversos, que han
descubierto en el amor por la gastronomía y en la obsesión por lo tradicional,
uno de los pilares de su filosofía. En Ruzafa en cambio el proceso ha sido
distinto. Las calles, arregladas con cabeza, han visto florecer numerosos
locales sencillos pero decorados con gusto, que han conseguido, me imagino que
de una forma consciente, crear su propio ambiente a un precio razonable, huyendo
de lo estridente. Otras dos zonas de nueva creación, Alfahuir y la Avenida de Francia, son una
buena opción para aquellos que quieran parques, calles amplias y algo de
ambientillo, pero no tengan grandes aspiraciones estéticas. Quién se decanta
por el ensanche se va a codear con la clase media trabajadora de bien que busca
continuar con la estela de sus padres. Allá por los Viveros, entre Botánico Cavanilles
y Jaime Roig, hay pisos grandes y se vive muy bien sin tiendas ni pubs, rodeado
tranquilidad. Es perfecto si no te importa salir a pasear y tener que conversar
con tu perro. En la zona buena de la Alameda viven ¿diez? familias con solera y
dicen que se casan entre ellas, preservando así sus apellidos de ser mezclados con los del resto.
Si no te importa coger el coche para ir a comprar el pan o las compresas,
puedes elegir entre las numerosas urbanizaciones que rodean la ciudad. Durante
todo el año podrás caminar por tu pequeño terreno, recogiendo pinocha y
disfrutando del silencio. Solo. En el caso de que el presupuesto no sea un
problema una buena opción es adquirir una vivienda por la zona de Colón,
contratar servicio y prepararte para bajar a la calle y encontrarte a todo el
mundo en plan arreglado, incluso esos días en los que sales con prisas en
mallas y no te has peinado. Hay muchos que no conciben su existencia si no es
cerca del río, pues lo asumen como una vía de escape, un reducto natural donde olvidar
las presiones urbanas. Yo siempre digo que más importante aún que el barrio son
los vecinos, pues conozco a varios que han vivido años amargados por los
tacones punzantes de la chica de arriba, los ronquidos del señor de al lado, la
trompeta, los jadeos, los berreos o las fiestas de verano de los compañeros de
rellano. Muchos dicen que la casa de la infancia es el hogar de la vida. Así
tomo la estrofa de un tango de Aníbal Troilo: “Alguien
dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre
estoy llegando”
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