Cuando los hijos ya no son
exactamente bebés pero todavía no tienen el criterio suficiente para escoger
sus propios amigos, los padres iniciamos una nueva etapa en la que nos lanzamos
a hacer planes junto a otras parejas con las que, independientemente del grado
de relación, por un tema de la edad de los niños nos une la misma situación. Así
el pasado domingo decidimos visitar el Bioparc con un grupo formado por tres
matrimonios y siete niños, todos ellos menores de cinco años. A las doce nos
damos cita en la entrada y después de los saludos cordiales y tras bajar a un
niño de una farola, conseguir que se pongan a la cola y aguanten la espera y
luchar para que no se vayan directos a la carretera, yo ya empiezo a arrepentirme de haber ido, pues intuyo que el
día se presenta de lo más entretenido. Cuando por fin accedemos una amable
chica nos insiste y nos hacemos una foto grupal junto a un gorila de hierro con
el que los niños no dejan de hacer el gamberro. “Por favor no le deis patadas”
–oigo decir. “Que nadie se vuelva a colgar, lo vais a destrozar” – advierte
alguien más. Les reñimos intentando poner orden y surcamos el aire sobre el
Parque de Cabecera caminando por un gran puente en el que nuestras fieras no
paran de empujar a la gente. Al final giramos a la derecha y nos adentramos en
Madagascar, una cuidada zona debidamente acotada con el fin de que los lémures
acampen en libertad y donde los niños que hay presentes se mueven a discreción
siguiendo de cerca sus pasos. De repente, un momento de tensión. Uno de los
animalitos se planta subido en un poste del camino. A su alrededor se agolpan
una decena de críos que lo miran con impaciencia a menos de un metro de
distancia. “Está prohibido tocar” –anuncia una vigilante que aguarda con
precaución. Ellos empiezan a empujarse apretando sus manitas tratando de
controlarse. Uno de los nuestros, como no, estira el brazo y da un par de pasos
con la clara intención de darle un abrazo. La chica le da un nuevo toque de atención:
“Ya os he dicho que no os podéis acercar”. El animal se impulsa y pega un
brinco perdiéndose entre las ramas y el resto de niños le increpa al traidor,
que se ha saltado las reglas provocando la huida. “Estás tonto” – le dicen
algunos. El acusado y dos más de la pandilla que se suman a la rencilla, se
encaran al resto y considerando, me imagino, que no tienen nada que añadir, se
ponen a repartir. Los mayores arreglamos la trifulca que se salda con algunos lloros
y continuamos el recorrido. Poco a poco empiezo a detectar desazón entre las
parejas, que hartos de los gritos, las quejas, y más de uno afectado por la
resaca de la noche anterior, se dejan llevar por una espiral de reproches y
contestaciones poniendo a prueba la salud de las relaciones. “Me encuentro
fatal, dile a tu hijo que deje de portarse mal” –dice uno. “Tan hijo mío es
como tuyo, y no estarías tan mal si ayer te hubieras quedado en casa en vez de
hacer el capullo” – contesta la mujer. “Te toca a ti darle de comer” –le dice
otra al marido. “Que te lo has creído, te he dicho que no quería venir, eres tú
la que me has traído” –replica retador. “Tienes que ir al coche, me he dejado
en el maletero los baberos” –anuncia una amiga a su esposo. “Pus no le pongas
nada, ¿cómo puedes ser tan pesada?” –replica cortante. Los niños van por
delante con su cantinela del horror: “tengo frío”, “tengo calor”, “me hago
pipi”, “me quiero sentar”, “no me lo quiere dar”, “me ha pegado”, “él ha
empezado”, “quiero una Fanta”. Llegamos a los gorilas, veo a una hembra con su
cría colgando y al que se supone que es su pareja a unos metros, rascándose el culo y holgazaneando junto a
otra gorila. Nos imagino a nosotras sin ropa, rodeadas de nuestros pequeños que
disfrutan de un plácido sueño mientras los hombres, los maridos, lucen pilila y
se desperezan delante de otras. Caigo en la cuenta entonces de que todos los
seres vivos somos muy parecidos, y si bien esos monos no se desplazan en coches
ni se lanzan reproches, me imagino que tendrán sus historias. El resto del día
intento conciliar inspirada por la ley animal y pienso en la naturaleza sabia,
que dispuso a la hembra con solidez y entereza y al macho, tocado por la pereza
para los temas de hogar, lo hizo presto para la caza.
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Juajua...me he reido y eso que me voy de entierro dentro de un rato....que estupenda descripción del coñazo de ir varias parejas con niños un domingo...menos mal que ya pasé esa época y ahora mi churumbel va solito...pero lo que me chifla es tu imaginación toita en pelotas con su santo rascándose salva sea la parte...genial!!!
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