Estaba el otro día está mi
amiga Nuria poniendo orden a la casa cuando en un cajón de su marido descubre
algo que en principio le había pasado inadvertido: un preservativo. Ella mira
la funda y siente una congoja profunda pues después de tener dos hijos, hace
años que como medida preventiva toma la píldora anticonceptiva. En un principio
no sabe que hacer, teme la verdad y las consecuencias, y se crea una película
en torno a la existencia de ese condón que en solo unos minutos ha conseguido
captar toda su atención. Imagina a su esposo en una comida con su secretaria y
la posterior ejecución, a los postres, del acto sexual de manera bestial en el
coche o en un motel. Sospecha entonces de una íntima amiga con la que él se ha
estado viendo por un tema de trabajo, los imagina una encima y el otro abajo, abocados
a una pasión alocada sin pensar en nada. Le viene a la cabeza de repente la
imagen de la profesora de yoga, una morenita delgada de estilo oriental que a
ella le cae fatal y que siempre parece fumada, la imagina entregada, agachada
ante su marido que se muestra completamente ido. Con gran desesperanza se deja
llevar por un ataque de desconfianza y le llama hecha una loca a la oficina. Él
alucina y le dice que no tiene nada que ver, que no se lo puede creer y, lejos
de mostrarse arrepentido, se siente gravemente ofendido. Nuria cuelga y espera
totalmente desbocada a la vuelta del infiel. Le viene entonces una imagen
lejana a la cabeza, un día los dos en la farmacia, en el mostrador una caja de
promoción con muestras donde puedes coger un condón. Ella, en plan gracia, le
entrega uno a su marido, que le sonríe y lo mete en el bolsillo distraído.
Recuerda haberlo encontrado al poner a lavar al pantalón y haberlo metido
suelto en un cajón. Consciente de la cagada se siente avergonzada y prepara una
buena disculpa, un mea culpa, aunque en el fondo reconoce que le resultaba
mucho más entretenido su versión de lo ocurrido con ese pobre preservativo.
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