Dicen que el primer beso
nunca se olvida, y lo mismo vale para esa primera vez en la que uno decide
entregarse por completo a otro e iniciarse en la senda del gozo. Luego habrá
más parejas, experiencias, desengaños, compromisos, quizá una boda, puede ser
que uno o varios hijos, y con esa nueva vida llega lo estable y fundamental
pero muchas veces previsible. En esa etapa andaba Silvia hasta que se vio
sorprendida por una crisis con el fuera quince años su marido, seguida por una
fase de separación y el divorcio definitivo. Adaptada a su nueva situación y
otra vez en el mercado Silvia conoce a Miguel, también separado. De un día para
otro ella se ve sorprendida por un intercambio de mensajes vía WhatsApp que
comienzan con un tono cordial y van subiendo de temperatura a nivel gradual
conforme avanza la confianza. Silvia, desentrenada, recibe sorprendida esos
“cada día mes gustas más”, “me pones muy caliente” o “te voy a comer entera”.
Ella le comenta a sus amigas que siente mariposas en la barriga cada vez que
está con él y que se pone a temblar si lo imagina junto a ella sin ropa.
«¿Creéis que es normal sentir esta clase de emociones ya cumplidos los
cuarenta?», les pregunta. Y les pasa a relatar su experiencia con el pulso
acelerado, la falta de apetito, el interés por la ropa interior obscena, la
precisión en la depilación, la sensación de mareo, los nervios del primer beso
y los detalles de esa noche que decidieron compartir cama. «Nos costaba hasta
hablar, fue todo muy torpe y a la vez muy bonito, no sabía qué hacer con las
manos, yo estaba cortada y él cagado. Al final hicimos lo que pudimos y no
debió de estar tan mal, porque a los pocos días repetimos», les cuenta. Las
otras suspiran, ella sonríe y la tierra sigue girando impulsada por la misma
gravedad que atrae a las personas una y otra vez. En su mano está hacer que sea
la primera.
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