domingo, 8 de marzo de 2015

INTELIGENCIA SEXUAL



Todos en nuestros años de escuela nos enfrentamos en alguna ocasión a los llamados test de inteligencia, esa tediosa batería de pruebas que pretendía calibrar la cifra que daría como resultado nuestro coeficiente intelectual. Tiempo después los psicólogos cayeron en la cuenta de la necesidad de añadir a la ecuación la parte sensorial y vivimos la era de la “inteligencia emocional” y la empatía. Al trabajar en la esfera del ser humano mental y a la vez próximo y cercano alguien se dio cuenta de que habían pasado por alto el estudio de la faceta más salvaje y, queriendo acotar el terreno con su propia nomenclatura, pasaron a llamar a esta disciplina “inteligencia sexual”, combinación de palabras que en si misma es un oxímoron, ya que se trata de dos términos opuestos en una sola expresión, pues copular y pensar no pueden ser simultáneos. Y cuando digo pensar me refiero a intentar comprender este mundo. Según los autores del libro “Inteligencia Sexual” muchas de las frustraciones en este terreno se resolverían con una mayor actividad no oral, sino verbal, incidiendo en la importancia de hablar de nuestras necesidades en pareja. La pregunta que a algunos les rondará por la cabeza es, ¿una mayor inteligencia sexual nos garantiza una vida íntima más activa?. No les quiero desanimar, pero los expertos afirman que no. La teoría se basa en el propio conocimiento, en entenderse mejor a uno mismo para poder controlar. Lo bueno de la historia es que este tipo de inteligencia no es innata sino que se puede desarrollar. Pensemos en una gata en celo, en un perro cuando sale desbocado con ansias de montar, en un mono excitado, en un caballo en el momento de ser apareado. La clave es: si el instinto carnal está intrínsecamente arraigado a nuestro lado animal, la inteligencia sexual quizá sirva para gestionar el después, pero nunca el antes ni el durante.  

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