Sandra es soltera, tiene
treinta y largos y se ha labrado una sólida carrera profesional. Tras pagar la
reforma de su piso aún le queda un pellizquito ahorrado que le hace plantearse
un dilema: inseminarse o ponerse tetas, una decisión que lleva tiempo
barruntando. «El pecho artificial como alegoría de la concepción artificial. La
mujer autosuficiente rompiendo los esquemas de familia pero necesitada a la vez
de los dos emblemas de la sexualidad más primaria. Poético y a la vez frívolo y
real», expone a sus amigas. Una, madre de dos niños, tiene clara su postura,
«sin duda voto por embarazo, el clímax de la feminidad tiene que ver con la
maternidad. A fin de cuentas los pechos no son sino un medio útil cuyo fin es
amamantar, pagando la inseminación estás cumpliendo un doble objetivo. Cuando
tengas a tu bebé en brazos no te importará si tus tetas están abajo», defiende.
Otra del grupo basa su alegato en la practicidad, «yo invertiría en el escote
pues puede actuar como cebo y traerte gratis al inseminador, y quien sabe si
incluso hasta un poco de amor. Además está demostrado que una mejora en el
físico aumenta la autoestima, y vas a tener que renovar toda tu ropa interior,
¿se te ocurre algo mejor?», expone con matiz cómico. La tercera se muestra más
equilibrada, «el orden en este caso es fundamental. Después de dos embarazos te
diré que esos nueves meses de gestación más el post parto provocan en el pecho
verdaderos estragos. Además para ser madre hay un plazo. Yo voto por el hijo,
ya habrá tiempo para tetas», opina. La interesada, que ha escuchado sin hablar,
afirma, «pienso que el hecho de poner al mismo nivel descendencia y delantera ya
es de por si esclarecedor. Además aún creo en el flechazo, la boda y las
perdices, solo que la princesa de mi cuento tiene claro que en el mundo en el
que vive es más fácil si estás buena», sentencia.
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