viernes, 26 de octubre de 2012

DE PRINCESA A CORTESANA



Rocío se casa en un mes con su novio de la facultad. Un chico de familia bien, guapo, listo y deportista. Tras una feliz relación de seis años, después de estudiar un buen máster y encontrar un trabajo aceptable, él le pidió matrimonio durante un fin de semana en Marruecos, y ella aceptó sin pensar, segura de estar acertando. Liada con el tema de la boda, el viaje y los preparativos, Rocío aún tiene tiempo de dedicarle tiempo a los amigos. Un jueves queda con Vicente, su íntimo de siempre, ese que la conoce bien, que pasa por “una más”, al que le cuenta sus alegrías y desengaños desde hace años. Tras cenar un bocadillo y cerveza, se enzarzan en una noche de cubatas y garitos. Ella está relajada, y le cuenta alguna cosa que la tiene preocupada. El la escucha comprensivo y la mantiene abrazada. Ella, que ya está un poco pedo, le confiesa que siente algo de miedo, que es un paso muy importante y que tiene toda la vida por delante. Vicente entonces, le coge el rostro entre las manos, se deja llevar y le dice traspasado: “Rocío, te quiero, no aguanto más. Siento decírtelo así, pero estoy enamorado de ti”. Ella se acerca y lo besa, contenida, consciente de que se encuentra prometida. “A mi me pasa lo mismo, a él lo quiero, pero no siento mucho deseo” –le dice algo cohibida. Él la coge de la mano, la arrastra hasta su piso sin hablar y allí, con las luces apagadas se besan de nuevo, de un modo casi bestial, se liberan de la ropa incendiados e incapaces de llegar a la habitación, se dejan caer excitados, liberando su pasión sobre el suelo.
La boda se acerca inminente y a Rocío le acechan las dudas entre la estabilidad que le da su novio de cara al futuro, y la locura carnal de su amigo, que no tiene un duro. Al final decide casarse, entregada a una existencia acomodada. Porque ella, pese a que se sienta presa, quiere llevar vida de princesa, aunque a veces, cuando tenga gana, pase por el piso de Vicente y actúe de cortesana.

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