Confieso ahora que el whatsapp, esa mensajería instantánea para móviles que
se ha impuesto en nuestras vidas, me tiene hasta las narices. Y no tanto por el
hecho de que en cualquier momento, hora o lugar, cualquier amigo que te quiera
contactar lo haga, en muchos casos para nada, y te tenga enredado unos minutos
con frases cortas del absurdo plagadas de exclamaciones, contracciones y
suspensivos. Lo que de verdad me cabrea es esa modalidad llamada “grupo” donde
alguien decide incluirte junto a otros en una cadena colectiva de mensajes consecutivos.
Yo ahora mismo estoy en varios a los que sus creadoras han dotado de nombres tales
como “madres cole”, “madres guarde”, “señorita pepis”, “cena de salidas” o “cumple
Sara”. Cada uno de ellos tiene un motivo concreto y en todos participamos una
media de diez mujeres con la excusa de comentar, precisar y ultimar el plan de
turno. “El viernes a las seis en el parque de Antiguo Reino” –proponen en
“madres cole”. “Shakira está mega choni” –opinan las pepis. “La flauta se
compra en la tienda de Baleares” –avisan en “madres guarde”. “Que alguien me
busque un novio, no mojo ni a la de tres” –demanda una dama “salida”. Y así en
una lluvia constante de preguntas, sugerencias, opiniones, propuestas y
recordatorios que recibes como un goteo y que una media de treinta veces al
día, te distrae de las obligaciones. Si lo pones en silencio el aparatito no
deja de saltar sobre la mesa y aunque anules la vibración, se ilumina su
pantalla escandalosa. Tampoco es buena idea dejarlo del revés pues hagas lo que
hagas, terminará captando tu interés. Al final los mensajes se acumulan en la
pantalla por orden de llegada con frenesí, formado entre ellos un extraño popurrí
que podría sonar así: “Jajajaja” “Ya he pillado los rellenos”, “Las alas las
venden en Flepy”, “¿Alguna va a querer lotería?”, “Lo de mi suegra es muy
fuerte”, “Vas a estar cachonda de la muerte”, “Jajajaja”, “¡Yo me quedo tres!”, “Ella dice que allí no
se paga”, “Hoy he salido sin bragas”. Cuando lees esto no sabes ni como
empezar, ¿cuál de los temas será más necesario abordar? –te preguntas. Entonces
hay que estar muy atenta, pues te puede pasar lo mismo que a una amiga, que al
recibir el mensaje de una conocida muy formal, en el que la avisaba de un
funeral, le contestó con un “para mi el chulazo no está nada mal ¿te has fijado
en el paquete?”, pensando que escribía en otro foro con un nivel muy bajo de
decoro. Luego lo intentó solucionar pero casi fue peor, pues la inercia la
llevó a aclarar: “lo de antes lo escribía a mi marido”. O mi caso, que después
de varios días discutiendo vía whatsapp sobre el tema del disfraz que llevarán
los niños en la función, cuando al fin concretamos tras duras negociaciones que
irán de ángel en blanco, hace un par de noches un breve zumbido me despierta en
la oscuridad. Cojo el móvil donde encuentro en la pantalla tres mensajes de
Olga, la madre más pesada, que nos manda a las cuatro de la madrugada: “Espero
que no pase nada, pero yo a Gonzalo se lo he comprado azul”, “Tenía una especie
de tul y en la tienda se lo han cortado”, “La coronita la lleva en plata, al
igual que las alitas”. Una especie de bestia salvaje se enciende dentro de mi,
una suerte de rabia enorme que canalizo hacia esa madre insomne, y saltándome
las reglas del buen rollo que se supone que cumples cuando estás en el meollo, le
hago llegar: “Olga, mira, ahora yo también estoy despierta, ¿por qué no me
haces un favor y te vas a la mierda?”.
Al día siguiente me sacaron del grupo y ahora me entero de las noticias a
través de otra madre con mis mismas percepciones que está esperando la
oportunidad de cortar comunicaciones. Yo no sé cual será el siguiente paso,
quizás nos instalen un chip o pantallas en los semáforos, o retretes con sensores
para hacer de vientre online y compartir las sensaciones. No nos dejan muchas
opciones. Lo mejor es que aceptemos nuestra condición y asumamos la inminente
evolución hacia un nuevo pensamiento. A veces, fantaseo y me pregunto, ¿qué le
escribiría don Quijote a su querido Sancho Panza si su insigne autor hubiera
dispuesto de banda ancha y de esta loca mensajería? A ver si atino: “Te veo en
el molino… antes voy a poner un pino, ¡¡¡Jajajaja!!, no te comas todo el
tocino”.
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