viernes, 21 de diciembre de 2012

UN ATENTO VIUDO PINTÓN





“El señor les invita a una copa” –nos anuncia el camarero de un añejo bar de la Gran Vía. Poco acostumbradas a estos homenajes, pensamos que se trata de una intervención divina. “¿Perdone?” –contestamos extrañadas. “Aquel caballero, el de la mesa del fondo, les pide que acepten su invitación” –nos aclara señalando dos copas de vino que sostiene en la bandeja. Mi amiga y yo nos vemos sorprendidas ante la inusual proposición y con una sonrisa cordial aceptamos. El que agasaja es un varón con buena facha sentado al final de la barra que debe de rondar los setenta. Al poco se levanta para marcharse y al pasar junto a nosotras se despide: “Las he visto tan bonitas que no he podido controlar mi osadía. Espero verlas otro día”.
Una semana después nos encontramos en las mismas cuando el señor generoso se acerca de nuevo y tras un “buenas noches, ¿me permiten?”, se sienta a nuestra mesa y lo que primero parece una intromisión, acaba siendo un ligoteo contenido y divertido salpicado con anécdotas entretenidas sobre unas milicias en Mallorca, safaris en la sabana, riads en Marrakech, el tenis y los golpes de efecto, el Martini perfecto y toda una serie de vivencias contadas con tanta gracia y pasión por este viudo pintón, que durante un par horas consigue que nos olvidemos de la situación. Al descubrir que ambas estamos comprometidas, inicia una elegante retirada dejándonos con la sensación de haber presenciado algo inusual, un cortejo profesional de manos de un experto caballero. Obviando el tema generacional, me pregunto si pensaba rematar, lo cual me resulta inspirador y me refuerza en la idea de que todo es posible, y más cuando se trata del amor. A los jóvenes les diré que tomen nota de esto, pues aunque al final el objetivo sea el mismo, siempre resulta entretenido ver a un hombre hacerse el distraído mientras despliega su plumaje colorido y saca pecho, aceptando el hecho de que en su vida quién gobierna es la entrepierna.

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