Hace cosa de un mes pierdo la
conexión a Internet a punto de acabar un trabajo. Alarmada, pulso botones y
aprieto teclas con la esperanza de recuperarla cuando, y mientras espero al
técnico de mantenimiento, intento conectarme a otra red. Al escoger la opción,
de inmediato algo llama mi atención. Entre los nombres asépticos y claves
numéricas de las wifis que encuentro destacan dos: “lady_guarri” y
“barón_pendón”. La simple lectura de estos apodos, cargados de intención, me
provoca una sonrisa y al momento me pregunto: ¿habrá entre los dos alguna clase
de relación? ¿será una señal, de entrada banal, que esconda algo más profundo e
insospechado?. Sacando las cuentas del número de vecinos, eliminando los que sé
que no tienen conexión y echando mano del instinto, me queda una lista de nueve.
Trato de ubicar entonces a guarri y a pendón entre los cuatro que son solteros
y quito a uno, un conocido cuyo alias del wifi es “Arturo”, su nombre. Creo
ubicar entonces a los dos culpables, ella y él. Al cruzármelos por la acera o
en la tienda de pescados se revelan ahora ante mi como dos consumados poetas
que, anhelando alguna clase de reacción, se han construido un perfil virtual,
una personalidad digital con el fin último, me imagino, de mojar. Pienso en
ella, mujer callada de mirada tímida y cuidados modales que, bajo esa imagen
pacata y conservadora se siente muy guarra. Lo imagino a él, al barón, regordete
maduro con gafas que pasea tranquilo a su perro pero en el fondo esconde a un
pendón. Llego a la conclusión de que, si estoy en lo cierto, los dos
interesados viven su pasión en soledad, así que decido cambiar el nombre de mi
conexión a “Madame_Celestina”, con la intención de mostrar solidaridad y elaborar
un plan de acción para llevar a cabo alguna clase de intervención clandestina.
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El anonimato de internet hace casi imposible identificar al susodicho por su nick, los hombres no son hombres, tampoco las mujeres, la edad ni cercana... a saber.
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