Lo que voy a contar hoy es el
mundo al revés, rizar el rizo, hacer el pino con monedas en el bolsillo y las
gafas puestas. El protagonista de esta historia tiene cuarenta y tantas
primaveras, una mujer algo más joven que él y dos hijos. Después de doce años
de relación su matrimonio hace aguas y, tras una temporada de disputas, llega
la separación y ponen tierra de por medio. Hasta ahí todo bien. La mujer,
inteligente, atractiva y con un físico potente, comparte con sus íntimas algo
que resulta evidente: su marido se ha encaprichado con otra, una rubia de
treinta, un bombón sonriente que trabaja de dependienta. Aunque todos le
aconsejan que siga su camino, ella, la esposa, lo tiene claro y piensa que el
que era su marido se ha equivocado, que en el fondo todavía sigue enamorado.
Pero un par de meses después él hace público el asunto y se marcha a vivir con
la nueva. Pese a todo la mujer, que no está acostumbrada a perder, pasa las
horas libres en el gimnasio y mantiene la calma mientras se pone cañón. Una
tarde el marido le avisa de que va a pasar por su casa a recoger una cosas. La
esposa envía a los niños con la abuela y le espera vestida con minifalda y
blusa ligera. Ella, que ha prescindido del sujetador y lleva la melena mojada y
suelta, mira a su marido buscar en el armario mientras acaricia con su pie
desnudo el marco de la puerta. Cuando ya no puede más él se gira, le besa y le
arranca la ropa, excitado ante ese cuerpo conocido que ahora tiene prohibido.
Tras hacer el amor como bestias mira el móvil apurado, pues su nueva novia, que
por cierto es muy celosa, le ha llamado. Así inicia un lío clandestino con su
ex, en una complicada rocambola: ella, la ahora amante, le ha pillado el gusto
a ser la otra y aunque él, arrepentido, insiste en volver, a ella lo que le
pone es el affaire.
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