Internet, y en concreto esa
famosa red social profesional, ofrece una vía de escape para aquellos que
quieren echar una canita al aire sin ensuciarse las manos. Les cuento la
experiencia de un amigo. Hace tiempo que él mantiene una relación cordial vía
mail con una chica de su empresa a la que nunca ha visto en persona. Lo que
empezó como un contacto estrictamente formal, basado en el intercambio de
informaciones profesionales, derivó poco a poco en algo más casual, con un
“¿cómo estás?”, al inicio de algunos mensajes, y hasta algún “beso” clandestino
al final de algún correo. Mi amigo, curioso, buscó en la red algunas fotos e
informaciones de la interesada. Descubrió que era más o menos de su edad, que
estaba casada y, aquí un punto determinante, que estaba buena. A partir de ese
momento, como si fuera un león, empezó a rondarla con más interés, buscando
excusas para contactar, siendo amable, divertido, cómplice, comprensivo. Un día
ella le expone un breve dilema personal relacionado con la compra de un coche y
termina su texto con un “¿tú que harías?”. Él, que está solo en casa y se ha
bebido dos copas de vino para recibir la noche, se pone al teclado, cierra los
ojos pensando en ella y escribe: “yo te prepararía una cena, te llevaría al
sofá, te arrancaría las bragas y te sentaría encima mío, mordiéndote en el
cuello, recorriendo tu pecho con la boca ”. Tras esto pulsa al “enviar” y se
queda mirando la pantalla algo cortado y enormemente excitado. Una hora después
recibe una respuesta de ella contundente, breve y a sus ojos sorprendente:
“pensaba que nunca lo harías, ¿qué me vas a preparar para cenar”. Ahora mi
amigo disfruta de una relación vía chat de alto voltaje y ha desarrollado una
teoría muy completa sobre como el entorno profesional-virtual ha pasado a
convertirse en fuente de oportunidades para aquellos que anhelan algo más.
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