La cosa empezó de la siguiente manera. Una mañana la máquina
de Nespresso dejó de funcionar, al meter la cápsula y apretar el botón en vez
de café salía un líquido acuoso de sabor espantoso. Sólo dos días después la plancha
se suma al carro soltando agua sobre la ropa. Yo, con poca capacidad de
reacción ante este tipo de situación, me limito a mirar los aparatos incapaz de
tomar una decisión.
En la calle le comento el asunto a Amparo, una vecina
dispuesta que parece tener para todo una respuesta. “No te preocupes, esta
tarde me paso y les echo un vistazo” –se aventura. Así que unas horas después
aparece por la puerta con un pequeño maletín. Ante mis ojos veo como saca la
plancha, dice algo de un bombín, me pide agua, trapos, un vaso, y en cuestión
de unos minutos me comunica: “Arreglado, era sencillo, tenía el conducto
obstruido”. Entonces coge la cafetera: “esto te lo arreglan en el taller de la
calle Císcar” –y sale con la bolsa a cuestas. Esa misma semana me devuelve la
máquina en perfecta condiciones y yo le dedico todo tipo de atenciones. “Qué
eficiente, yo para todo esto soy la más incompetente” –le confieso. Lo celebramos
con una copa de vino.
No pasan más de dos semanas cuando nuestro coche se queda
sin batería. Nos disponemos a avisar al seguro cuando aparece Amparo en la
esquina: “No llames, tengo las pinzas aquí” –nos anuncia. En un periquete abre el capó, conecta unos
cables y enciende el motor para poner nuestro coche en funcionamiento. Me percato
de la mirada de mi marido y me doy cuenta de que le ha puesto más caliente esa
exhibición que si la hubiera encontrado desnuda en su habitación. Me entero por
otras de que además desatascó un lavabo, purgó un calentador, ayudó a cambiar
una rueda. Pronto se corre la voz y empiezan los reproches en casa: “es tu
coche, llévalo a la revisión”, “se habrá enganchado el cajón, mira a ver si es
la guía”, “habrá que ponerle aceite, cómpralo en la droguería” –nos exigen los
maridos. Nosotras odiamos a Amparo por poner en evidencia nuestra falta de
eficiencia pero ella continua con esas demostraciones poniendo en peligro
nuestra tranquila existencia. Una tarde coincidimos en un cumpleaños del río y
al sacar ella el tema hablando de un quita grasas otra de las invitadas le
ataja: “¿Tú de qué coño vas?”. Amparo la mira con curiosidad. “¿A qué te
refieres?” –le dice tranquila. “Lo sabes perfectamente, ¿no te has dado cuenta de
que las chicas no tocamos la caja de herramientas?” –le reta. Poco a poco la
rodeamos frotándonos las manos. “Con un poco de interés todas podemos”
–contesta Amparo amable. “El problema es que no queremos. Con todo ese rollo de
la conciliación, llevar la relación, los niños, el colegio, las reuniones, la oficina, la
cocina, intentar hacer deporte, mantener una vida social y comportarnos en la
cama como una diosa sexual, ¿de verdad crees que encima nos vamos a comer los
marrones de las reparaciones?” – le suelta. Amparo da un paso atrás. “Es un
pacto silencioso, mi marido no prepara ni un biberón, y yo no le cambio las
pilas ni al mando de la televisión” –dice una. “Yo me levanto cuando los niños
se despiertan por la noche y él pasa las revisiones del coche” –añade otra. “Él
se encarga de llamar al electricista y yo acompaño a su madre al dentista”
–cuenta otra más. “¿Y si un día no tenéis un hombre al lado?” –pregunta
sorprendida. “Mira, yo al mío la tengo muy pillado, pero si me separo, saldrá
un amigo o un vecino que me quite las piedras del camino” –aclara la primera
amenazante.
Amparo no ha vuelto a dar muestras en público de su destreza
manual pues si quiere ser admitida, debe renunciar de manera drástica a
cualquier tipo de exhibición doméstica. En tiempos de plena igualdad, donde
muchas mujeres sacrifican lo profesional en virtud de lo maternal, en el
momento en el que emerge el macho sensible, ese que ve factible depilarse las
piernas y llorar en el cine pero que dice “no sé” cuando le pides que cambie a
un bebé, sería una mezquindad robarle a los machos lo que les queda de masculinidad
relevándolos de sus tareas. Amparos del mundo, ¡no tenemos nada más que
demostrar!. Por el bien de la raza femenina desde aquí os pido ese poco de
machismo, un pequeño revanchismo a cambio de nuestras renuncias.
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