No me disgusta la Navidad, lo confieso. Debo de ser de las
pocas personas adultas que goza con esta festividad que año tras año nos
recuerda a los que ya no están y nos devuelve a la infancia, aunque solo sea el
momento de partir el turrón, comer las uvas o ver las luces de la Plaza del
Ayuntamiento. Al tener niños además la cosa se amplifica y pasas a meterte de
lleno en la celebración, que ahora cobra una nueva dimensión gracias a la
puesta en escena que debes de interpretar para transmitir esa tradición cargada
de emociones a las nuevas generaciones. Así que este año, el primero en el que
mis hijos disponen de consciencia plena para disfrutar del tema, asumo el modo “familia
on” y me dejo asesorar por esas otras madres que controlan el asunto. La
primera tarde toca superhéroes en el Mercado de Colón. Llegamos tarde y allí
cientos de padres rodean un pequeño escenario al que es imposible acceder. “¿Le
deja pasar para que pueda ver?” –le digo a una señora que coge a mi hijo de la
mano y lo apretuja junto a un grupito. Allí el Zorro bailotea moviendo la capa
cubierto con un antifaz junto a Spiderman, Thor, El Capitán Trueno o Superman,
en un concierto escenificado a lo Village People que en mi opinión cuestiona la
masculinidad de estos elegidos para velar por la humanidad. ¿De verdad podemos
confiar nuestra vida a unos sujetos en mallas y camiseta ceñida? La tarde
siguiente toca feria, que este año está en el puerto. Allí nos plantamos a
media tarde con otros tres amiguitos para adentrarnos en ese enorme recinto
donde nuestros hijos se lanzan a una espiral de desenfreno de la noria a los
coches de choque, de las cadenas al dragón y a la barca, que sumado a los
globos, el algodón y las palomitas, da como resultado el desembolso de cuarenta
euros por barba en solo una jornada, lo que me parece un pastón. Otro día acudimos
a una fundación en Colón donde imparten un taller de manualidades que además de
lúdico y entretenido ¡¡es gratuito!!. “¿Puedo dejarlos todo el día?” –pregunta una
madre. “Son dos horas” –le informan en la entrada. “Déjeme un teléfono por si
se quieren marchar” –añade la encargada. “¿Estás de broma? Me voy a hacer la
pedicura, si se cansan los atas, o les pones una mordaza” –contesta la madre
que se marcha sin pestañear. La chica me mira. “Viene todos los días y me deja
a esos tres” –me indica señalando a unos rubitos diabólicos que lanzan bolas
por la ventana. Yo le devuelvo una sonrisa solidaria y la compadezco. “Me sabe
mal, si hoy tienes muchos volvemos en otro momento” –le digo. “Es todos los
días igual, ayer arrancaron el papel de la pared, uno me lanzó la papilla, otro
se bebió el agua de la escobilla” –me cuenta. Al final mi hijo se queda y lo
recojo una hora después, donde la chica de antes me recibe con el pelo
alborotado y el suéter al revés. “¿Cómo ha ido?” –pregunto. “Fenomenal” –me
dice a punto de echarse a llorar. Nosotros nos alejamos y la veo a través del
cristal intentando poner orden junto a otra compañera que pelea con unos
cuantos tumbados sobre una mesa.
Un par de días más tarde nos invitan al circo, lo que me da
mucha ilusión, pues no voy desde pequeña. Al entrar bajo la carpa me invade
cierta emoción y me dispongo a disfrutar de la función en compañía de mis hijos.
Se apagan las luces, comenzamos a aplaudir y salen dos payasos que empiezan a
contar chistes que nos hacen reír. Cuando pasa uno de ellos por mi lado me
llama la atención el disfraz desgastado, la peluca trasquilada, la cara de
pintura borrosa, sudorosa. Sale una equilibrista que se cuelga audaz de una
liana. Al ponerse del revés se le levanta el vestido y le veo la celulitis repartida
por el culo. Lo mismo me pasa con el domador, que me parece forzado,
sobreactuado, o un joven malabarista, que lanza antorchas con gran habilidad
cuando solo me puedo fijar en que marca paquete una barbaridad. Al terminar la
sesión y ver las caras de los niños me doy cuenta de que lo que ha cambiado es
mi visión, quizás embrutecida por los años. Me comprometo los días que quedan a
intentar recuperar la magia y estarme muy cerca de los niños, a ver si alguno
me contagia. ¡Por un nuevo año cargado de ilusiones y pasiones!. Disfrute de
las celebraciones.
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