Me encuentro en una
celebración de cumpleaños en una casa señorial del centro cuando tras la cena, la
tarta y en plenas copas, en uno de los sofás surge un tema de conversación que
de inmediato consigue acaparar la atención de los invitados. “El otro día, en
una comida post verano que ofreció una conocida señora para reunir a unas
cuantas amigas, una de las asistentes sorprendió a las presentes presumiendo de
su bala” –cuentan entre risitas. “¿La bala?” –pregunto. La que habla hace una
pequeña disertación sobre el producto. “Se trata de un discreto vibrador de
acero, frío, efectivo y con un diseño armonioso y preciso. Viene con una funda
rígida como la de las gafas de sol. De uno de los extremos pende una especie de
pulserita para colgarlo de la muñeca y evitar que salga disparado cuando el
placer se ha consumado. Yo lo llevo siempre en el bolso, me hace sentir
traviesa y depende del sitio y del día, me proporciono alguna alegría” –cuenta.
Un murmullo colectivo recorre la sala y por los detalles que se ofrecen tengo
la sensación de que yo, la que escribe las columnitas picantes, la narradora de
lo innombrable, parezco la única presente que no guarda un juguetito prohibido
en el cajón. Sin apartar la oreja de esa reveladora exposición me llegan desde
el otro extremo retazos de algo que parece una discusión entre un abogado, que
opina que el nuevo rumbo que la Iglesia ha tomado no puede ser más acertado,
con un Papa aperturista y una política más cercana y hasta cierto punto mundana
y otro, un diseñador que piensa que el creciente apoyo populista acerca la
figura del sumo pontífice al status de símbolo o artista pero lo alejan de la
realidad intrínseca de la fe cristiana. “Esos que ahora lo veneran, los que
muestran su apoyo en las redes sociales, son aquellos atraídos por los efectos
especiales. La creencia debe ser un acto de fe, no un medio o una protesta”
–afirma.
¿Cómo puede ser que
misticismo y onanismo compartan el mismo momento y el mismo espacio? –me
pregunto. A mi izquierda siguen con la bala y su proceso de fabricación. “Es
tan bonita que la puedes colocar en cualquier punto de tu casa, a modo de
decoración. Tiene también un pequeño pedestal que podría hacerla pasar por el
envase de un cosmético o una estilográfica” –asegura la propietaria. Me imagino
entonces la cara de la interesada si su frivolidad se hiciera realidad y se
viera en la situación de encontrarse a su suegra o a una visita de compromiso
con el juguetito en la mano en el lujoso salón de su piso. Uno de los invitados
se ha dejado llevar y duerme plácidamente en el sillón, ladeado, sujetando un
almohadón entre las manos. Otra, que parece haber bebido más de la cuenta,
observa la ciudad con la frente apoyada en un cristal y nos anuncia que se
avecina una tormenta. Me vienen a la cabeza los preceptos de la escuela
Epicureísta y su defensa del placer del alma, más duradero y poderoso que el
físico, capaz incluso de calmar dolores y curar enfermedades. Pienso si quizás
las dos conversaciones están en realidad relacionadas y el gozo de esa señora
caprichosa sea equiparable a la reacción piadosa del señor diseñador, crítico
con la apertura y partidario de la mano dura. Finalmente la dama mete la mano
en el bolso y, pese a los gestos disuasorios del marido, saca el dispositivo y
lo muestra orgullosa a la platea. Superada la primera impresión, miramos la
bala plateada con cierta aprensión. ¿Lo habrá usado hoy? ¿Estará bien lavada?,
me parece que se plantea el resto. Por inercia observo a los varones sentados
en el lado opuesto que hace un momento disertaban sobre las cualidades eruditas
de Benedicto y su papel de teórico de lo bíblico. Uno de ellos, el que ha
estado defendiendo durante casi una hora su teoría conservadora, mira fijamente
el complemento sexual sobre el que se refleja la luz brillante y acaricia su
barbilla con gesto reflexivo. “Me imagino que habrá una talla mayor, me temo
que las pasiones, en estos casos, mucho tienen que ver con las dimensiones”
–sentencia en tono experto. Y así la conversación, la estancia y por ende la
velada, quedó como por arte de magia equilibrada.
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