lunes, 7 de octubre de 2013

PLACERES DEL ALMA



Me encuentro en una celebración de cumpleaños en una casa señorial del centro cuando tras la cena, la tarta y en plenas copas, en uno de los sofás surge un tema de conversación que de inmediato consigue acaparar la atención de los invitados. “El otro día, en una comida post verano que ofreció una conocida señora para reunir a unas cuantas amigas, una de las asistentes sorprendió a las presentes presumiendo de su bala” –cuentan entre risitas. “¿La bala?” –pregunto. La que habla hace una pequeña disertación sobre el producto. “Se trata de un discreto vibrador de acero, frío, efectivo y con un diseño armonioso y preciso. Viene con una funda rígida como la de las gafas de sol. De uno de los extremos pende una especie de pulserita para colgarlo de la muñeca y evitar que salga disparado cuando el placer se ha consumado. Yo lo llevo siempre en el bolso, me hace sentir traviesa y depende del sitio y del día, me proporciono alguna alegría” ­–cuenta. Un murmullo colectivo recorre la sala y por los detalles que se ofrecen tengo la sensación de que yo, la que escribe las columnitas picantes, la narradora de lo innombrable, parezco la única presente que no guarda un juguetito prohibido en el cajón. Sin apartar la oreja de esa reveladora exposición me llegan desde el otro extremo retazos de algo que parece una discusión entre un abogado, que opina que el nuevo rumbo que la Iglesia ha tomado no puede ser más acertado, con un Papa aperturista y una política más cercana y hasta cierto punto mundana y otro, un diseñador que piensa que el creciente apoyo populista acerca la figura del sumo pontífice al status de símbolo o artista pero lo alejan de la realidad intrínseca de la fe cristiana. “Esos que ahora lo veneran, los que muestran su apoyo en las redes sociales, son aquellos atraídos por los efectos especiales. La creencia debe ser un acto de fe, no un medio o una protesta” –afirma.
¿Cómo puede ser que misticismo y onanismo compartan el mismo momento y el mismo espacio? ­–me pregunto. A mi izquierda siguen con la bala y su proceso de fabricación. “Es tan bonita que la puedes colocar en cualquier punto de tu casa, a modo de decoración. Tiene también un pequeño pedestal que podría hacerla pasar por el envase de un cosmético o una estilográfica” –asegura la propietaria. Me imagino entonces la cara de la interesada si su frivolidad se hiciera realidad y se viera en la situación de encontrarse a su suegra o a una visita de compromiso con el juguetito en la mano en el lujoso salón de su piso. Uno de los invitados se ha dejado llevar y duerme plácidamente en el sillón, ladeado, sujetando un almohadón entre las manos. Otra, que parece haber bebido más de la cuenta, observa la ciudad con la frente apoyada en un cristal y nos anuncia que se avecina una tormenta. Me vienen a la cabeza los preceptos de la escuela Epicureísta y su defensa del placer del alma, más duradero y poderoso que el físico, capaz incluso de calmar dolores y curar enfermedades. Pienso si quizás las dos conversaciones están en realidad relacionadas y el gozo de esa señora caprichosa sea equiparable a la reacción piadosa del señor diseñador, crítico con la apertura y partidario de la mano dura. Finalmente la dama mete la mano en el bolso y, pese a los gestos disuasorios del marido, saca el dispositivo y lo muestra orgullosa a la platea. Superada la primera impresión, miramos la bala plateada con cierta aprensión. ¿Lo habrá usado hoy? ¿Estará bien lavada?, me parece que se plantea el resto. Por inercia observo a los varones sentados en el lado opuesto que hace un momento disertaban sobre las cualidades eruditas de Benedicto y su papel de teórico de lo bíblico. Uno de ellos, el que ha estado defendiendo durante casi una hora su teoría conservadora, mira fijamente el complemento sexual sobre el que se refleja la luz brillante y acaricia su barbilla con gesto reflexivo. “Me imagino que habrá una talla mayor, me temo que las pasiones, en estos casos, mucho tienen que ver con las dimensiones” –sentencia en tono experto. Y así la conversación, la estancia y por ende la velada, quedó como por arte de magia equilibrada.

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