Me entero, a través de una
buena amiga que se dedica a la organización de eventos, que unos chavalines
pijos, hijos de tal y cual, celebraron recientemente un cumpleaños, una jarana
monumental con casi cien invitados en un garito del centro con catering, barra
libre y dj que duró hasta altas horas. El resultado final, con la intervención
de algunos padres incluida, fue de ligeras melopeas, varias quejas por ruido,
una pelea y numerosos escarceos en el baño en plan aquí te pillo aquí te mato
rollo perro, que dejaron constancia de que la tónica de la noche era el guarreo.
Si partimos de que el “sexo, drogas y rock & roll”, el eterno mantra de la
juventud alocada que llamaba al desenfreno, se ha convertido en cliché gracias
a las montañas de información y los talleres de prevención sobre drogas que,
por fortuna, han conseguido estigmatizar el vicio hasta el punto de que para la
mayoría de adolescentes fumarse un pitillo no solo es nocivo sino que te hace
parecer un pardillo. Entendiendo que el rock & roll como tal ha muerto
reconvertido en música de culto destinada a una minoría y desbancado por un pop
edulcorado y abanderado por Rihanna o One Direction, la realidad es que a los
adolescentes de hoy en día, educados por padres estresados y permisivos, entre
modernos dispositivos y sistemas operativos, el único reducto que les queda de
transgresión y libertad es el sexo. Las cuatro letras mágicas de las que nadie
parece querer hablar pero que todo el mundo desea practicar cuyas bases la
mayoría de los no iniciados aprenden en Internet. La red infinita ofrece
toneladas de material low cost donde una actriz recauchutada y depilada mira al
techo con ojos de muñeca mientras rebota inerte sobre un tío musculoso que la
anima con un mecánico “vamos nena”. El resultado no se ha hecho esperar y si
bien hace un par de años una joven italiana fue noticia al celebrar su 18
cumpleaños realizando felaciones a 18 amigos que acudieron a la fiesta a
expresarle sus felicitaciones, otra de las prácticas de moda es la fiesta del
semáforo, a la que los asistentes acuden con una pulsera roja en caso de tener
pareja, amarilla, en caso de estar abierto a algunas posibilidades o verde, que
indicaría al resto estar dispuesto a tener sexo sin tener que intimar ni
utilizar un pretexto. Recientemente una joven polaca
de 21 años, Ania Lisewska, anunciaba sincera en su cuenta de Facebook haber
iniciado un viaje por todo el mundo decidida a acostarse con 100.000 hombres,
una labor hercúlea y difícil de cumplir pese a los 280 maromos que declara
haberse ventilado a su paso por Varsovia. El mundo editorial se suma al
movimiento con la aparición de Alara Branwen y Christie Sims, dos veinteañeras texanas que están
arrasando con historias de sexo bestial entre jóvenes delicadas y dinosaurios. Con títulos como “Trabajándose a un dragón” o “Cogida
por el T-Rex”, estas dos creadoras rompedoras, que escriben bajo pseudónimo,
han encontrado un nicho en el errático mercado de lo erótico.
Es por ello que nos debemos de plantear
si hay alguna cosa que estemos haciendo mal. Mientras el mundo de lo sexual
sigue siendo un tabú abordado en contados casos por profesionales como Elena
Ochoa o Lorena Berdún, si el modelo de relación pasa por el porno cutre y
forzado que se puede encontrar colgado donde es imposible detectar un mínimo de
sentimiento, desde el momento en que para muchos adolescentes lo que mola es
empezar yendo al grano saltándose los besos en los labios y el cogerse de la
mano, el público adulto aplaude ficciones con sexo explícito y violencia
extrema como si no existiera ningún problema. Por ello cuando alguna madre me
cuenta escandalizada que en el colegio de su hija dos niñas de quince años han
sido amonestadas por enviar WhatsApps con fotos de sus pechos desnudos, o que
en el hijo de una vecina se lo ha montado en el portal con una chica de su
clase que parecía muy formal, yo me digo: con el terreno que hemos sembrado, la
falta de información y el material que se ofrece al respecto en la red y en
televisión, ¿cómo coño es posible que nos sorprenda la situación?.
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