El pleno del miércoles del
Congreso fue interrumpido de manera abrupta por la presencia de tres mujeres,
tres activistas pertrechadas cada una con un par de artefactos de entrada
inofensivos pero en el fondo explosivos: dos tetas firmes, lozanas y turgentes.
Los medios nacionales se hicieron eco de inmediato del suceso utilizando, en
algunos casos, términos como “pechos al descubierto” o “amazonas en topless” y
dotando a la noticia de un carácter irremediablemente erotizador. Los hombres
presentes apartaron instintivamente la vista ante la iniciativa feminista y los
miembros de seguridad trataron el desalojo con la mayor sensibilidad,
intentando por todos los medios no tocar por accidente una de esas tetas-protesta.
El objetivo final de estas acciones es, en palabras de las fundadoras de Femen,
provocar erecciones utilizando la fuerza de sus armas y atractivo. Yo el método
no acabo de verlo efectivo, deberían probar con algo más pausado, quizás unos
vídeos con material más cuidado, o una coreografía más elaborada, con cuero,
esposas y grilletes, así, además de que igual algún despistado les colocaría en
la cintura algún billete agradecido por la distracción, facilitarían el trabajo
en su detención. No me imagino a los miembros de la asociación de padres
separados o a los colectivos de desempleados enseñando la pilila a discreción,
“no tenemos tetas, tenemos metralletas”, podría ser su lema. El impulso inicial
de estas damas, llevado al paroxismo, fomenta el sexismo y convierte en
caricatura determinados asuntos por los que miles de mujeres llevan décadas de
lucha y cuyo camino, me imagino, nunca ha sido el de plantarse ante los tíos y
ponérsela dura. Animo a estas señoras a buscar nuevas formas de protesta en las
que, a ser posible, puedan llevar la ropa puesta.
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