Gracias a la revelación de
una conocida que ha estado en la Milán Fashion Week me entero de que Kate Moss,
la mítica top, l’enfant terrible de la moda reconvertida en empresaria,
diseñadora y musa, apareció en una de las fiestas rodeada por una corte de
admiradores y enfundada en un vestido ajustadísimo bajo el cual se marcaba una
mundana braga. “Era de grandes dimensiones y parecía de algodón. El vestido,
que por cierto era fantástico, quedaba como cortado en dos partes a causa de
esa prenda del pasado” –me cuenta. De inmediato me pregunto si será algo
meditado y deliberado en plan reacción a lo teóricamente estipulado o si se
trata de algo casual, un gesto accidental que revela su tendencia a lo
improvisado. Repasando algunas de las últimas apariciones estelares de bellas
celebridades como Rihanna, Jennifer López o Beyoncé, llego a la conclusión de
que la braga tipo faja no solo recoge y estiliza sino que está de moda. Las
firmas de lencería llevan un par de temporadas sacando al mercado distintas
variaciones de esta tendencia que las mujeres han recuperado con alegría pero
que a los hombres les sienta igual que una ducha fría. Ese pedazo de tela
elástica, grande y de color carne ayuda a la dama a domar su tendencia
curvilínea y lucir sexy enfundada en un vestido a costa de minar la libido de
los tíos. Ellos, independientemente de su nivel y situación, se siguen
decantando por el tanga y la minibraga, ajenos al chonismo y evidenciando que
en su mente, cuando hablamos de ropa interior, menos es más y mejor. Así la
bella e inquietante Kate abandera, sin pretenderlo, una arriesgada cruzada a
favor de la braga que nosotras, el resto de las mortales, deberíamos de
agradecer. Aunque solo fuera porque nos ahorra ese momento tan desagradable en
el que debes de sacarte con disimulo, en plena calle, el hilito del tanga metido
en el culo.
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