Una chica que conozco me
confesó el otro día que según ella, una de las cosas más sexys para los hombres
es ver a una mujer bebiendo directamente de la botella. “Te pides un botellín
de cerveza, te lo acercas a la boca y rodeas el cristal con los labios echando
para atrás la cabeza” –me explica. Yo la miro sin saber qué decir ante lo que
me parece una simpleza y sonrío. Días después me encuentro de aperitivo cuando una
de la mesa se pide un quinto que agarra por la base con la mano enroscada y se
lo amorra sedienta. Influenciada quizás por la teoría de mi amiga, no puedo
evitar fijarme en su rostro entregado con los ojos cerrados, sus pómulos
tensados y el cuello inmaculado despejado y traspasado al tragar el frío
brebaje. La posición además no deja de resultarme algo altanera, con las
piernas relajadas y abiertas que le dan cierta apostura barriobajera. Ella
comprime contra el vidrio los labios que se humedecen y al terminar repasa sus
comisuras con la lengua y atrapa con los dientes el labio inferior para
atenuar, me imagino, el efecto del frío. Confirmo entonces que beber de esa
manera no se trata solo de un gesto puntual, sino que puede interpretarse como
la señal de una actitud vital que denota confianza, distensión y apertura. Por
la noche son esas damas las que beben en la barra, enfundadas en unos vaqueros
y luciendo la melena con un punto despeinada, riendo a carcajadas y proponiendo
chupitos y más rondas. Sospecho que al final de la historia, una lectura
psicológica resolvería el asunto con el tema del simbolismo masculino y la
entrega buco-manual, reduciendo la relación botella-mujer a la falocracia establecida.
En ese caso, y aunque el quinto está de moda, hay otros tamaños como el tercio,
el medio o la litrona que saciarían de manera más eficiente la sed de las
damas, especialmente cuando las temperaturas son calientes.
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