lunes, 16 de septiembre de 2013

LIBERTINAJE ESTIVAL



El delicioso tomate de El Perelló cobra para mi una dimensión distinta la pasada semana gracias a la nueva novia de un amigo, una joven de físico destacado, que nos presenta durante una comida de verano. A mitad mañana nos encontramos un grupito en el jardín tumbados en las hamacas en animada conversación cuando entra en escena ella, cubierta por un sencillo bañador en rosa. En una de sus manos sujeta un gran tomate cortado por la mitad al que no parece haberle puesto ni aceite ni sal y se lo come a mordiscos, con un gesto que resulta tan natural que roza lo bestial, mientras finos hilos de fluido rojizo discurren de su boca a sus dedos pasando por el brazo y goteando hasta el codo. Ajena al momento “jamón, jamón” que ha provocado con su aparición, se sienta en el borde de la piscina, con una de las piernas flexionada y un pie metido en el agua, y da cuenta del jugoso fruto, que ahora veo tan alejado de la ensalada, desmembrando la fina piel con sus blancos dientes-pala que desde ese momento en adelante me parecen dos cuchillas cortantes. Los otros la miramos sin mirar y durante ese día, como si esa escena  hubiera servido de presagio, me parece percibir en el resto de personas allí presentes una especie de contagio de lo carnal, al estirarse en la toalla con el bañador empapado y el cuerpo bronceado, untarse la crema en los muslos con esmero, beber un buen chorro de cerveza a morro, desenredarse el cabello al sol o pasearse por la casa con ropa ligera moviéndose con pereza al son de una suave banda sonora compuesta por sensuales temas de bossa nova. Fascinada, pasé la jornada observando a los otros como a cámara lenta hechizados por el efecto de ese tomate rojo, irregular y de sabor perfecto que instauró en el grupo el influjo de la pulsión terrenal más profunda, fecunda y racial.



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