A eso de las seis de la tarde
me encuentro un día de esta semana en la playa de la Malvarrosa con una amiga y
los niños cuando llegan dos quads de la policía. Un chico les explica que mar
adentro, encallada en la arena, se encuentra una jaula de pesca, con grandes
salientes en forma de pincho. Unos minutos más tarde hacen su aparición tres
bomberos vestidos con un modelo playero que consiste en polo gris, bermudas y
calzado deportivo armado. Eficientes, acotan el terreno, se hacen cargo de la
situación y dos de ellos se liberan de la parte de arriba para adentrarse
decididos en el agua. Un revuelo creciente comienza a expandirse por las
hembras presentes que no tiene relación con el suceso. “Menudo animal”, “flipa
con las abdominales”, “¿y el culo?”, “pensaba que era un machete, pero es el
paquete” –escucho de varias que se agolpan en la orilla expectantes. En el agua
los dos héroes atléticos dan con el objeto peligroso y, pertrechados con gafas
de bucear, se mueven con intensidad, marcando cada músculo de sus brazos y
espaldas que brillan mojadas bajo la luz dorada de esa hora. De vez en cuando
salen para informar de la situación provocando en las testigos entregadas
nuevos comentarios de admiración. Algunos niños, que se han acercado al agua
para curiosear, son alertados por los policías, pues sus madres hacen fotos
distraídas. En una de esas salidas uno de ellos alto, guapo y robusto, luce un
rascón sangrante en una pierna y las señoras lo reciben como si fuera un torero.
Ellos, acostumbrados a apagar fuegos, intentan hacer su trabajo mientras
algunas fans comentan en voz baja que se podrían haber quitado la parte de
abajo. Al final colocan una boya de aviso y se marchan a por más material, provocando
cierta decepción, y confirmando que el instinto grupal saca de las damas su
versión más bestial.
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