Me encuentro la otra tarde de
compras en el centro peleando por meterme unos vaqueros ajustados de la talla
38, “inténtalo que ceden, si no puedes te los llevas y tumbada en la cama,
metes la barriga y estiras fuerte de la cintura para arriba” – me aconseja una
dependienta de uñas largas, pestañas rizadas y cuerpo de anguila. Cuando estoy
a punto de desfallecer me llega del probador contiguo una conversación entre
dos chicas. “Estos leggings me hacen chochi pilochi” –suelta una para
referirse, me imagino, a la terrorífica estampa visual que ofrecen determinados
pantalones de algodón o lycra en su encuentro con la entrepierna. “El top negro
chafa el canalillo y me tira las tetas a los lados, parecen dos lenguados”
–dice la otra. “Ese pantalón lo petas, además te hace muslamen y culo carpeta”
– agrega la primera. Extasiada me entrego a esa floreciente exhibición
lingüística cuya pertinencia y originalidad sorprendería a más de un miembro de
la RAE. Una de ellas descorre la cortina del diminuto cubículo y sale enfundada
en un vestido rojo con el que luce una silueta complicada. “Soy un puto tubo de
medidas 90-90-90. Se me marca tanto el hilo del tanga que estoy asfixiada, me
siento como una sobrasada” –enuncia cabreada. La amiga aparece junto a ella en
short de cuero. “Tengo rodilla hamburguesa y pantobillo. ¿Y estos brazos? A Hannibal
Lecter le iban a encantar. Si un día desaparezco es que un asesino en serie me
está haciendo pedazos” –advierte levantando una ceja. La dependienta dobla prendas
y masca chicle sin mirarlas acostumbrada, me imagino, a ese slang femenino que
a veces utilizamos entre nosotras, buscando complicidad. Yo pienso que si fuera
un hombre me echaría a temblar, pues ¿qué será capaz de decir de él una hembra que
hace autocrítica de manera tan abierta, incisiva y cruel?
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¡Cuánto glamour!
ResponderEliminar:)