viernes, 29 de noviembre de 2013

PIEL CON PIEL



La otra tarde una madre nos narra un percance que vivió en el parque. “Estaba sola con mis dos hijos. De repente uno empieza a vomitar a lo loco y se pone perdido. No llevaba ropa de recambio, por suerte mi marido acababa de llegar a casa y trajo a la chica en la moto” –relata. Las que escuchamos la miramos y en vez de interesarnos por la salud del crío, en lugar de preguntar si la cosa acabó bien o mal, hacemos una pregunta casi al unísono: ¿por qué lleva a la chica de paquete?. La madre, que por la cara que pone no lo había ni pensado, suelta un escueto: “pues no es la primera vez”. Al momento una inicia su disertación. “No te lo tomes a mal pero me parece fatal. El culo de él aprisionado entre los muslos duros de ella. Sus pechos voluminosos pegados a la espalda de tu marido, rebotando como en un frontón” –recrea pasándole el testigo a otra. “¿Y las manos qué? Porque a algún sitio se tendrá que coger, no me la imagino como un periquito. Seguro que rodea su cintura y a él, tras tantos años de casado, se le pone…ya sabéis” –suspira con los ojos entrecerrados. “Pues yo no sé si prefiero la moto o el coche. Ese espacio tan pequeño compartido. ¿Y si los ve algún conocido? Pensará que están liados” ­– añade otra. “El coche ni hablar. Los dos ahí dentro, calentitos, demasiada intimidad” –opina una más. La pobre interesada nos mira abrumada. Una serie de bromas procaces en plan “a la próxima les das un condón” pone fin a la conversación. Ya en casa la protagonista mira a la chica en mallas agachada bañando a su hijo y le viene a la cabeza el sillín de la Vespa, la sensación vibrante y caliente en la piel, la espalda cuadrada de su marido, el aire frío y como ella siempre metía las manos en sus bolsillos. Con una risa tensa le sugiere a su esposo que, por un tema de edad, debería plantearse vender la moto en pos de su seguridad.

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