lunes, 30 de diciembre de 2013

LA MEJOR MENTIRA DEL MUNDO



«Que por una noche seamos todos hermanos, que por una noche los duros de corazón sean generosos, que por una noche cenen los pobres» –comienza el guión de “Plácido”, la obra maestra co-escrita y dirigida por el maestro Berlanga en 1961. Bajo el lema “Siente un pobre a su mesa” el ayuntamiento de una pequeña ciudad de provincias lanza una campaña el día de Nochebuena. Cada vez que la veo me parece más brillante, punzante, afilada, delirante y aquí viene lo preocupante…oportuna y actual. Si traslado la historia de manera mental al momento presente de nuestra ciudad, imagino el carromato recorriendo Colón en cabalgata, con esos pobres helados abalanzados sobre una paella y comiendo turrón. Los visualizo apoyados por cientos de ciudadanos indignados, afectados por los recortes, por la debacle del audiovisual, encendidos por el colapso estatal. A continuación la parada en la estación para esperar a las artistas de Madrid. Allí las cámaras graban la llegada de una Belén Esteban recauchutada, recibida por un grupo de señoras de la alta sociedad vestidas con visón en el papel de las damas de la comisión, recaudando fondos en un rastrillo. Visualizo a Plácido en el papel de ciudadano común que tiene que buscarse la vida, pagar las letras, aguantar el tipo haciendo malabares en estos días de fiesta en los que la ciudad brilla con alegres luces y la alcantarilla bajo nuestros pies, al igual que en el resto del año, apesta. Las casas de los pudientes que abren esa noche sus puertas a un pobre serían el equivalente a la obra de caridad puntual, una buena acción que sirve de expiación para limpiar la conciencia burguesa, con el fin de que esa noche la mayoría se siente tranquila a la mesa. Pienso que Berlanga hoy encontraría material en su tierra no para una película, sino para una saga entera con posteriores secuelas. En la calle alguien me hace por enésima vez una pregunta que yo no acabo de entender: «¿Te gusta la Navidad?». Yo, inconsecuente y valiente, doy una respuesta poco apropiada para mi edad: «¡Si, me gusta!». Las cifras confirman mi rareza: si escribes en Google «me gusta la Navidad» aparecen cerca de cuatro millones de resultados frente a los aplastantes casi veinte millones que aparecen al escribir «no me gusta la Navidad». Echar de menos a los que no están, conflictos familiares o desavenencias religiosas son los tres motivos de peso que alejan a esa mayoría del disfrute. Quizás el problema sea que se ven abocados a la celebración convencional y establecida no dejando ninguna opción a la imaginación. Sé de una que el año anterior pasó la Nochebuena buceando desnuda en Tailandia y de otro que lo hizo escalando. Conozco a una pareja que se queda en casa, ve una peli y cena pizza y de otro que decide servir, en un comedor social, a aquellos que van a cenar. Un joven matrimonio va a pasar esa noche en un hospital, en compañía de su hijo de tres años que pelea con la neumonía. Otros que hace tiempo dejaron lejos a los suyos para buscar aquí una oportunidad y se juntan para recordar.  Algunos la pasan en una residencia intentando averiguar quién ha puesto un árbol y por qué esa noche hay menú especial. Un buen puñado tiene que trabajar conduciendo, sanando, poniendo copas o velando por nuestra seguridad. Si nos remontamos a su origen la Navidad celebra el nacimiento de un niño pobre, acogido entre humildes, que más tarde será el Mesías. Cerrando el círculo me pregunto si ese pobre de la película que sentar a la mesa no tendrá conexión con el origen humilde del Salvador, constatando que a través del desprendimiento se consigue la riqueza interior. «La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente» – dijo un pensador. Por ello les insto a disfrutar de estos días, de la manera que se les antoje, sea cual sea su situación. Si les es complicado siempre pueden intentar emular a los niños y la fe que tienen en sus héroes reales de ficción: Papa Noel y los Reyes Magos. Una fantasía que debemos intentar mantener hasta el último segundo pues, como me dijo una niña ya grande no hace mucho: «es la mejor mentira del mundo».

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