Leo en una noticia que en los
últimos carnavales se ha disparado la venta de preservativos. La gente, me
imagino, llevada por el impulso festivo se entrega a lo carnal durante esos
días de juerga loca. Trasladando el asunto a mi ciudad doy por hecho que en las
fallas ha debido de ocurrir lo mismo. Dato confirmado por un amigo que tiene
una farmacia en el centro. «En fallas nos hinchamos a vender condones» –
asegura. Y añade algo más. «Pero no es una cosa puntual. Hemos notado un cambio
de tendencia general. Cada vez vendemos más y entre personas más mayores» –
revela. La información me pilla por sorpresa y me entero, preguntando a
conocidos, que el profiláctico ha ampliado su uso de lo meramente práctico a lo
erótico. Que algunas parejas de cierta edad lo utilizan por aquello de la
novedad, rememorando el momento en el que el sexo estaba prohibido, recreando la
barrera contra esa fertilidad brutal y hormonada de los tiempos en los que un
embarazo precoz era sinónimo de matrimonio acordado. Me parece alucinante
pensar que el engorroso ritual de colocarse ese forro de látex, esa operación
que a muchos les corta el rollo por artificial y que dicen, les resta
sensibilidad, pueda convertirse en práctica morbosa. El hecho de comprar un
preservativo debe de ser en sí mismo un preparativo, un “antes” premonitorio
para estos condoamantes. Deberían de crear entonces una línea que se llamara “primera
vez”, cuyo diseño fuera vintage y el efecto extra, en vez de retardante o sensibilizante,
fuera lo contrario provocando que el artilugio estuviera lo más presente. El
mercado de lo sensual es caprichoso, impredecible y sorprendente, al igual que
nuestras mentes que, influenciadas por el bagaje y por los inputs del momento, siempre
piden algo más. ¿Cuál será el siguiente invento? A tenor de ciertos acontecimientos
no me extrañaría nada que volviese la castidad, o el derecho de pernada.
lunes, 24 de marzo de 2014
PRINCESAS Y GUERREROS
La celebración del quinto cumpleaños
de la hija de una amiga ha abierto una brecha profunda y sangrante que ha
sobrepasado el entorno de lo escolar, contaminando el sustrato de lo social.
Les cuento. Mi experiencia hasta el momento, en lo que respecta a fiestas
infantiles, consistía en una merienda para la clase, que se daba cita en un
parque de bolas. Allí nos congregábamos mientras transcurría la tarde y los
pequeños, mezclados, jugaban a lo loco. Hace poco la madre que cito al
principio marca un punto de inflexión entregando la invitación sólo a un
grupito niñas. El motivo de esa segregación, que no se había dado hasta el
momento, enlaza con el tipo de celebración, que va a tener lugar en un local al
que podríamos llamar “Princesas de Cuento”. Mirando en su web descubro que lo
que organizan en este lugar es una especie de reunión de chicas, en la que les
ponen un albornoz y les hacen la manicura en un spa mientras disfrutan de un
brunch y beben refrescos en copa de champagne. Pronto el malestar se propaga
entre un sector de las madres, la mayoría con hijos chicos, que se ven
representadas por una de las progenitoras, psicóloga de formación y profesora.
«Lo veo fatal, tantos años peleando en las aulas por la igualdad, y ahora que
lo hemos conseguido, proponen esta fiesta que no tiene ningún sentido»
–comparte en un corrillo a la salida. El resto, que no le habíamos dado más
importancia, comentamos que en parte tiene razón y escuchamos los razonamientos
que plantea con contundencia. Esa misma tarde manda al WhatsApp de la clase un
estudio sociológico sobre educación infantil que habla sobre diversidad,
pluralidad y respeto. Por los mensajes que se suceden al poco rato me doy cuenta
fascinada de que se han creado dos bandos: las que apoyan la fiesta de
princesas, alegando que es el sueño de toda niña y por tanto una ocasión
especial que se da de manera puntual, y las que están en contra, con argumentos
que versan sobre la igualdad. Al día siguiente a la hora de la salida el aire
se puede cortar. Me vienen a la cabeza las películas de pandilleras, el momento
en que las dos bandas se van a pegar,
tirándose de los pelos, dándose rodillazos y arañándose los brazos. En la calle,
camino del río, se produce el encuentro estelar entre la madre princesa y la
defensora de la pluralidad. El resto las rodeamos expectantes. «Creo que querías hablar» –le dice la
primera. «No entiendo esa fiesta de rosa. ¿Sabes lo que ha costado que las niñas
pudieran jugar con la pelota? Esto que haces es ir hacia atrás» –le espeta la
otra. «Me parece que exageras, a las niñas les da muchísima ilusión» –
justifica la princesa. «¿Y siempre haces lo que desean? ¿Y si fuera un piercing
o un canuto?» – le suelta. Las otras madres murmuran y la tensión va en
aumento. «Yo soy la que decide sobre los temas de educación, no te tengo quedar
ninguna explicación» –contesta. El círculo se cierra y comienza la guerra. «En
esas fiestas tratan a las niñas como adultas indolentes. ¿Esa es la clase de
formación que tienes mente?» – dice la guerrera. «Ellas disfrutan, un poco de
fantasía no hace daño» –contesta la princesa. «Tienen cinco años» –argumenta la
guerrera. «Se fomenta la amistad, la feminidad» – replica la princesa. «Las
visten como si fueran prostitutas» – dispara la guerrera «¿De verdad hacer un
desfile y vestir albornoz te parece tan atroz?» –pregunta la princesa. «Lo
jodido es que tú lo hayas consentido. Creo que es una horterada Disney que
fomenta roles sexistas, que tu hija ha tenido la suerte de nacer en un contexto
libre y mixto y que si ella te lo ha planteado es porque tú se lo has
inculcado» – sentencia la guerrera. Justo cuando pienso que se van a dar de
leches la líder de las princesas dice una cosa inesperada: «tienes parte de
razón». La otra entonces ve difuminarse su vena belicosa y replica con un:
«igual me he pillado demasiado calentón» El resultado de ese acuerdo es un
baile mixto de cuento de hadas en el que las chicas juegan al balón con velo y vestido
y los chicos comen tarta luciendo capa, mallas y botas de trovador. Y así los
niños, una vez más, nos dan una lección de deportividad.
viernes, 14 de marzo de 2014
LA HORA DEL SEXO
Descubrí ayer los resultados
de un estudio realizado por la London School of Economics. En él se afirma con seguridad que el jueves
por la mañana es el momento preferido por las mujeres para tener sexo. No es
broma. La conclusión me hace pensar que los analistas son hombres y además son
optimistas, que fijo que no tienen un hijo pequeño y que no se tienen que
levantar para ir a trabajar. El texto afirma que en la franja matinal es cuando
ellas segregan mayor número de estrógenos y ellos de testosterona, dejando los
cuerpos con la química óptima para el mambo. Habla además del mito de las
erecciones mañaneras como si fuera un fenómeno natural, una erupción salvaje
imposible de controlar a cualquier edad. Lo que no aclara es que además de no
ser tan frecuentes, no son el reflejo de ningún estímulo sexual, sino más bien
un tic físico, como aquel que cruje los dedos o guiña distraído el ojo. Hablando
del tema con amigas la mayoría se declara partidaria del sexo en sesión diurna,
siempre y cuando no tengan que madrugar, ni arreglar la casa como una loca, ni
vestirse en segundos, ni lidiar con dos niños pequeños para que se pongan la
ropa. El mito del sábado noche cae en mi estudio, siendo desterrado por obvio y
etílico, más valido para sufragar un calentón de emergencia que para recrearse
en la pasión. De hecho, en un mundo idílico, la mayoría de damas escogería el
momento de la siesta de verano, tras una comida en la playa regada con vino
blanco, en una cama ventilada, sin prisas, presiones ni interrupciones. Al ser
preguntadas sobre cual sería la pareja ideal, se da un consenso total: un tipo
sensible, bien dotado, con los bíceps marcados, sonrisa atractiva, mirada
verdosa, cadera curva y voz rasgada. ¿Y las que tienen pareja estable?, se
preguntarán. La realidad es que a la mujer le mueve lo deseable, aunque no sea
una opción. Larga vida a la imaginación.
lunes, 10 de marzo de 2014
UN GRUPITO DE WHATSAPP
Me han metido en un grupito
de WhatsApp que tiene como nombre de guerra “Rabos”. Pese a que muchas de las
participantes están casadas o emparejadas ninguna habla nunca de su marido,
algo que me parece desconcertante y a la vez divertido. El grupo surgió en un
principio con el fin de organizar una cena bajo el alias de “sábado noche”.
Tras la velada una envió una foto de varios tíos en pelotas con la idea de
animar la semana y, en vista de la buena aceptación, otra más lanzada decidió
renombrarnos y escoger un sustantivo que, lejos de ser sutil, consiguiera definir
el carácter erótico-festivo y faltón que gobierna nuestra unión, y así opto por
un contundente “rabos”. En dicho chat se alternan mensajes que informan sobre
alguna actividad infantil, el teléfono de una peluquería, fotografías muy
bestias que a más de una sonrojarían, recetas de cupcakes, chistes guarros,
apuntes de moda, críticas diabólicas y observaciones sexológicas como “ayer
vibré” o “me he comprado lencería de putón”. Me ha pasado más de una vez estar
en una reunión o mostrar a alguna madre del colegio alguna información en el
teléfono cuando, en la parte superior de la pantalla, aparece un mensajito del
grupo. Es entonces cuando la visión de ese “rabos” a traición, que parece
agrandarse y eternizarse para la ocasión, me deja mirando el dispositivo con la
ceja levantada. La otra persona suele hacer como que no ha visto nada y yo mascullo
alguna excusa peregrina, como “debe de ser una broma” o “¿a ver? no sé de qué
se trata”. Tengo claro que el material de ese chat abriría a los psicoanalistas
un nuevo camino sobre como se estructura el pensamiento femenino, más complejo,
socarrón y sofisticado de lo que siempre se ha pensado. Y así se aclararía uno
de los puntos fundamentales: puede que los hombres sean más directos y
sexuales, pero es seguro que nosotras somos más creativas y brutales.
EL GARITO DE MODA
En un lugar de la Gran Vía
cuyo nombre no voy a desvelar, se da cita desde hace meses gente de distintas
tribus para tomar unas copas y bailar. Así a bote pronto quizás la introducción
les traiga a la cabeza el término “pub” o “discoteca”. Pero no. Esto es algo
más. Y son varios los motivos que han convertido a este garito en uno de mis
favoritos y en objeto de mi estudio. En primer lugar es un tema de disposición
del espacio, que es hacia abajo. Para empezar, y cuando se trata de un local de
ocio, todo lo que sea bajar es atractivo. El descenso en nuestra mente está
unido a lo ilícito, a lo prohibido y en consecuencia divertido. La idea de
reunirse bajo tierra, en un búnker o en una madriguera siempre tiene un punto
de desfase. ¿O acaso no es el infierno el lugar adonde van a parar los
descarriados, los amantes de la nocturnidad, de lo lascivo, los que van por el
camino alternativo y aquellos proclives a la vida loca? En segundo lugar está
el tempo. Por un motivo que aún no he conseguido descifrar, a partir de la
medianoche, a la hora en la que en otros locales aún se encuentran preparando el
material, la barra está tomada por gente con ganas de farra y la pista la
tienen a tope. Así te saltas la tourné
etílica que te hace de ir de pub en pub, socializando a la fuerza mientras
haces tiempo hasta que se hace la hora de bailar. Este horario, muy acorde a la
práctica europea, hace que te ahorres más de una melopea y que puedas llegar a
tu casa a una hora prudente. Las consecuencias ya se han empezado a notar y sé de
algunos grupos que quedan “por amor al baile”, convirtiendo la práctica rítmica
en una ceremonia casi tribal. El tercer punto, y aquí viene lo interesante, es
la mezcla de público que están consiguiendo fidelizar. Lo que empezó como una
alternativa para aquellos amantes de la modernor, (gafas de pasta y barba
ellos, zapatillas Victoria y vestido retro ellas), se ha ido ampliando hasta
dar con un batiburrillo que alberga profesionales liberales, artistas, tipos en
apariencia normales, salidores profesionales, separados, enamorados, grupitos
de madres que acuden después de la cena, personas con inquietudes musicales que
huyen de los clásicos temas de verbena y diferentes tipos de pijos. Pese a que
la edad también es variada la mayoría tiene de treinta para arriba. Esta mezcla
enriquece, da color y dota a la noche de un sentido abierto y democrático, como
la masa de un concierto o la sala de espera del médico. He observado además
que, gracias a las particularidades que se dan en el local, han vuelto ciertas
prácticas vintage como el ligoteo abierto entre grupos y el morreo. Hay dos
salas, una con música de baile molona en la que cuelan algún tema un poco más
comercial, y otra con una selección más cambiante, lo que genera el tráfico de
aquellos que se desplazan de sala a sala para ver qué tal. Cada vez que voy
descubro algún grupo nuevo que, atraído por los cantos de sirena, se ha
decidido a probar y se quedan sorprendidos al verse engullidos por esa platea
bulliciosa y bailonga. Para muchos que ya han cumplido cierta edad, este lugar
es una segunda oportunidad para recuperar la ilusión por la noche. Sin
folklore, sin gogós, sin camareras neumáticas, ni humo con olor a fresa, ni
luces láser de neón, ni chupitos fosforescentes, ni privados, reservados, ni
columnas de espejo, ni toda la parafernalia hortera que suele envolver a la
esfera discotequera. Quizás es la sobriedad, la dosificación de artificios y la
ausencia de intención lo que le da el aspecto de un lienzo en blanco, una
superficie fértil, neutral y liberada del peso de las modas pasadas. Animo a
los empresarios a partir de cero y lanzarse con más propuestas como esta. La
fórmula es sencilla: música buena, no garrafón, ser prudentes con la
decoración, que el personal sea gente normal, que haya el número de baños
adecuado y que estén cuidados. Si son coherentes, están atentos a la tendencia
del momento y no tratan al público como borregos, verán como su facturación va
en aumento.
AVENTURAS DE OCASIÓN
El martes de esta semana tomo
la parte central de la Gran Vía dispuesta a recorrerla para llegar hasta su
confluencia con Ruzafa en compañía de mis hijos. Tras pasar la fuente dedicada
al Marqués de Campo, aparecen ante nosotros las casetas en tono madera de la
Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que se mantendrá en la ciudad desde el
viernes hasta pasadas las fallas. En nuestro camino encontramos unos voluminosos
palés cubiertos por plástico negro. «¿Eso qué es?» –pregunta mi hijo. «Son
libros» –le informo. «Son juguetes» – rebate mirando curioso. «Es más o menos
lo mismo» –le digo. En ese momento un señor abre con un cúter uno de los palés
dejando al descubierto su contenido. Mi hijo observa fascinado las cubiertas de
esos volúmenes coloridos que, en este caso, esconden historias para niños,
juveniles y algo de ciencia ficción. «¡Mira, los de Barco de Vapor!» –les digo
con repentina emoción. Y descubro en el enorme montón “Fray Perico y su Borrico”,
“Asesinato en el Orient Express”, “El secreto de la arboleda”, “Pesadilla en
Winnipeg” y muchas de las historias que me llenaron la cabeza en mis años de
colegio. En otro apartado están los de “El Club de los Cinco” y saco “Los cinco
en las rocas del diablo” y “Los cinco y el tesoro de la isla”. Rememoro las vivencias
de esa pandilla de amigos que se embarcaban en peligrosas aventuras,
encontrando tesoros o persiguiendo a criminales. Pienso en que ya no se
escriben historias tan emocionantes como las de antes, que ahora en la mayoría
de los casos se afanan en transmitir una combinación de didactismo, moralismo,
igualitarismo y multiculturalismo, metido todo con palanca, que resta a los
textos credibilidad, dotándolos del halo de lo políticamente correcto y fomentando
la transmisión de valores e imposiciones, pero por cojones. En otro de los
puestos ya está casi todo preparado para el día de la apertura. Ocupando la
primera fila se encuentran alineados “La penúltima verdad”, “El fin de la
eternidad”, “La tierra permanece”, “Caminos ocultos”, “Lámpara de noche” y
“Limbo”. La oportuna selección apocalíptica me trae a la cabeza las
predicciones de hace unos años de James Lovelock, el famoso científico
ambientalista. Sus teorías vuelven a estar en la primera plana a tenor de las
condiciones climatológicas extremas que han azotado a Europa en los últimos
tiempos. Según el erudito en el año 2.030 solo podrá sobrevivir un veinte por
ciento de la población mundial. El mensaje catastrofista e irreversible, según el
doctor, viene acompañado de un bálsamo calmante pero nada esperanzador:
“disfruten mientras puedan”. Yo miro a mis hijos riendo y me planteo si la
disposición de esos libros, por algo más que una casualidad, marcará el ritmo
de ese final. El librero ordena otro grupo de ejemplares en ese momento. Me
acerco ávida para descubrir cual es ahora la combinación. En una hilera coloca
ante mis ojos “Así habló Zaratustra”. A su lado, en la siguiente pero al mismo
nivel, pone “La existencia después de la muerte”. «Joder» – me digo. El señor
se gira y continua a lo suyo dejándome sumida en una reflexión sobre el debacle
de la humanidad y por contraste, la apacible sensación que me produce el
sentirme rodeada por esa masa de libros. Trato de interpretar el significado de
ese momento y caigo en la cuenta de que por derivación, la lectura es nuestra
tabla de salvación, el pasaporte a un mundo más amplio y a una fuente de
experiencias ajenas que pueden trasladarnos a una dimensión superior. Pese a
que una parte de mi se convence de que ese viejo profesor se puede equivocar, vuelvo
sobre mis pasos y me dirijo a los libros que descansan sobre el palé. Al fin
doy con la “Guía de Supervivencia de los Cinco” y compro un ejemplar para cada
uno de mis hijos. Pues, y en caso de que ese desenlace mortal sea cierto,
quiero estar completamente segura de que ellos dos están entre los escogidos de
ese veinte por ciento. Cabe la posibilidad de que todos esos libros de ocasión,
al quedarse descolgados dejando el protagonismo a los escritos más acordes con
la tendencia de su momento, guarden en conjunto el total de sabiduría. Yo si
fuera usted me lo plantearía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)