La celebración del quinto cumpleaños
de la hija de una amiga ha abierto una brecha profunda y sangrante que ha
sobrepasado el entorno de lo escolar, contaminando el sustrato de lo social.
Les cuento. Mi experiencia hasta el momento, en lo que respecta a fiestas
infantiles, consistía en una merienda para la clase, que se daba cita en un
parque de bolas. Allí nos congregábamos mientras transcurría la tarde y los
pequeños, mezclados, jugaban a lo loco. Hace poco la madre que cito al
principio marca un punto de inflexión entregando la invitación sólo a un
grupito niñas. El motivo de esa segregación, que no se había dado hasta el
momento, enlaza con el tipo de celebración, que va a tener lugar en un local al
que podríamos llamar “Princesas de Cuento”. Mirando en su web descubro que lo
que organizan en este lugar es una especie de reunión de chicas, en la que les
ponen un albornoz y les hacen la manicura en un spa mientras disfrutan de un
brunch y beben refrescos en copa de champagne. Pronto el malestar se propaga
entre un sector de las madres, la mayoría con hijos chicos, que se ven
representadas por una de las progenitoras, psicóloga de formación y profesora.
«Lo veo fatal, tantos años peleando en las aulas por la igualdad, y ahora que
lo hemos conseguido, proponen esta fiesta que no tiene ningún sentido»
–comparte en un corrillo a la salida. El resto, que no le habíamos dado más
importancia, comentamos que en parte tiene razón y escuchamos los razonamientos
que plantea con contundencia. Esa misma tarde manda al WhatsApp de la clase un
estudio sociológico sobre educación infantil que habla sobre diversidad,
pluralidad y respeto. Por los mensajes que se suceden al poco rato me doy cuenta
fascinada de que se han creado dos bandos: las que apoyan la fiesta de
princesas, alegando que es el sueño de toda niña y por tanto una ocasión
especial que se da de manera puntual, y las que están en contra, con argumentos
que versan sobre la igualdad. Al día siguiente a la hora de la salida el aire
se puede cortar. Me vienen a la cabeza las películas de pandilleras, el momento
en que las dos bandas se van a pegar,
tirándose de los pelos, dándose rodillazos y arañándose los brazos. En la calle,
camino del río, se produce el encuentro estelar entre la madre princesa y la
defensora de la pluralidad. El resto las rodeamos expectantes. «Creo que querías hablar» –le dice la
primera. «No entiendo esa fiesta de rosa. ¿Sabes lo que ha costado que las niñas
pudieran jugar con la pelota? Esto que haces es ir hacia atrás» –le espeta la
otra. «Me parece que exageras, a las niñas les da muchísima ilusión» –
justifica la princesa. «¿Y siempre haces lo que desean? ¿Y si fuera un piercing
o un canuto?» – le suelta. Las otras madres murmuran y la tensión va en
aumento. «Yo soy la que decide sobre los temas de educación, no te tengo quedar
ninguna explicación» –contesta. El círculo se cierra y comienza la guerra. «En
esas fiestas tratan a las niñas como adultas indolentes. ¿Esa es la clase de
formación que tienes mente?» – dice la guerrera. «Ellas disfrutan, un poco de
fantasía no hace daño» –contesta la princesa. «Tienen cinco años» –argumenta la
guerrera. «Se fomenta la amistad, la feminidad» – replica la princesa. «Las
visten como si fueran prostitutas» – dispara la guerrera «¿De verdad hacer un
desfile y vestir albornoz te parece tan atroz?» –pregunta la princesa. «Lo
jodido es que tú lo hayas consentido. Creo que es una horterada Disney que
fomenta roles sexistas, que tu hija ha tenido la suerte de nacer en un contexto
libre y mixto y que si ella te lo ha planteado es porque tú se lo has
inculcado» – sentencia la guerrera. Justo cuando pienso que se van a dar de
leches la líder de las princesas dice una cosa inesperada: «tienes parte de
razón». La otra entonces ve difuminarse su vena belicosa y replica con un:
«igual me he pillado demasiado calentón» El resultado de ese acuerdo es un
baile mixto de cuento de hadas en el que las chicas juegan al balón con velo y vestido
y los chicos comen tarta luciendo capa, mallas y botas de trovador. Y así los
niños, una vez más, nos dan una lección de deportividad.
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