Leo en una noticia que en los
últimos carnavales se ha disparado la venta de preservativos. La gente, me
imagino, llevada por el impulso festivo se entrega a lo carnal durante esos
días de juerga loca. Trasladando el asunto a mi ciudad doy por hecho que en las
fallas ha debido de ocurrir lo mismo. Dato confirmado por un amigo que tiene
una farmacia en el centro. «En fallas nos hinchamos a vender condones» –
asegura. Y añade algo más. «Pero no es una cosa puntual. Hemos notado un cambio
de tendencia general. Cada vez vendemos más y entre personas más mayores» –
revela. La información me pilla por sorpresa y me entero, preguntando a
conocidos, que el profiláctico ha ampliado su uso de lo meramente práctico a lo
erótico. Que algunas parejas de cierta edad lo utilizan por aquello de la
novedad, rememorando el momento en el que el sexo estaba prohibido, recreando la
barrera contra esa fertilidad brutal y hormonada de los tiempos en los que un
embarazo precoz era sinónimo de matrimonio acordado. Me parece alucinante
pensar que el engorroso ritual de colocarse ese forro de látex, esa operación
que a muchos les corta el rollo por artificial y que dicen, les resta
sensibilidad, pueda convertirse en práctica morbosa. El hecho de comprar un
preservativo debe de ser en sí mismo un preparativo, un “antes” premonitorio
para estos condoamantes. Deberían de crear entonces una línea que se llamara “primera
vez”, cuyo diseño fuera vintage y el efecto extra, en vez de retardante o sensibilizante,
fuera lo contrario provocando que el artilugio estuviera lo más presente. El
mercado de lo sensual es caprichoso, impredecible y sorprendente, al igual que
nuestras mentes que, influenciadas por el bagaje y por los inputs del momento, siempre
piden algo más. ¿Cuál será el siguiente invento? A tenor de ciertos acontecimientos
no me extrañaría nada que volviese la castidad, o el derecho de pernada.
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