Descubrí ayer los resultados
de un estudio realizado por la London School of Economics. En él se afirma con seguridad que el jueves
por la mañana es el momento preferido por las mujeres para tener sexo. No es
broma. La conclusión me hace pensar que los analistas son hombres y además son
optimistas, que fijo que no tienen un hijo pequeño y que no se tienen que
levantar para ir a trabajar. El texto afirma que en la franja matinal es cuando
ellas segregan mayor número de estrógenos y ellos de testosterona, dejando los
cuerpos con la química óptima para el mambo. Habla además del mito de las
erecciones mañaneras como si fuera un fenómeno natural, una erupción salvaje
imposible de controlar a cualquier edad. Lo que no aclara es que además de no
ser tan frecuentes, no son el reflejo de ningún estímulo sexual, sino más bien
un tic físico, como aquel que cruje los dedos o guiña distraído el ojo. Hablando
del tema con amigas la mayoría se declara partidaria del sexo en sesión diurna,
siempre y cuando no tengan que madrugar, ni arreglar la casa como una loca, ni
vestirse en segundos, ni lidiar con dos niños pequeños para que se pongan la
ropa. El mito del sábado noche cae en mi estudio, siendo desterrado por obvio y
etílico, más valido para sufragar un calentón de emergencia que para recrearse
en la pasión. De hecho, en un mundo idílico, la mayoría de damas escogería el
momento de la siesta de verano, tras una comida en la playa regada con vino
blanco, en una cama ventilada, sin prisas, presiones ni interrupciones. Al ser
preguntadas sobre cual sería la pareja ideal, se da un consenso total: un tipo
sensible, bien dotado, con los bíceps marcados, sonrisa atractiva, mirada
verdosa, cadera curva y voz rasgada. ¿Y las que tienen pareja estable?, se
preguntarán. La realidad es que a la mujer le mueve lo deseable, aunque no sea
una opción. Larga vida a la imaginación.
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